18.

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Nadie parecía sospechar de la relación que mantenía con Román y era algo que me tranquilizaba.
Tratábamos de mantenernos profesionales en la oficina, aunque Román no ayudaba mucho con ello. Sus miradas intensas y comentarios con doble sentido, sus besos y atenciones, comenzaban a hacerme desear más y más. Era como si con cada toque, encendiera una nueva parte de mi cuerpo.

—Sabes que puedo sentirlo, ¿Verdad? —fruncí el ceño, mientras lo observaba.

—¿De qué hablas?

—De ti. Estás mirándome de una manera con la cual no tardaré en perder el control. —una sonrisa enorme se instaló en su rostro. — No creas que no he pensado en ello. He imaginado muchas veces tomarte en tu escritorio, en el mío, contra la pared, contra las puertas del ascensor e incluso en las jodidas escaleras. Así que si no quieres que eso suceda aún, no me mires así.

Su voz ahora era grave, como si gruñera cada palabra, provocando un cortocircuito en mi cerebro .
¿Quería que me hiciera todo lo que había dicho? Demonios si, si lo quería. Pero no era el lugar para ello.

—No sé de qué hablas. —digo tragando saliva.

—No mientas Charlotte, si lo sabes.

Claro que lo sabía, ¿A quién podía engañar? No había parado de imaginarlo desnudo, haciéndome el amor una y otra vez. Pero todo esto era por su culpa.
Estos últimos días, él había intensificado el juego. Todo el tiempo estaba buscando excusas para tocarme, para estar junto a mí. Había perdido la cuenta de las veces que me había arrinconado en el ascensor, solo para lamer mi cuello.

Esa acción fue territorial y no me avergüenza admitir que luego de hacerlo, debí correr al baño a secar la humedad que se formaba entre mis piernas.
Comencé a abanicar mi rostro, cuando el calor se instaló, para su mayor diversión.

Estaba a punto de decirle algo grosero, cuando las puertas del ascensor se abrieron.
Tarde en ver quién había llegado, ya que no quería que notarán mis mejillas sonrojadas, pero al levantar la mirada, me encontré con Gabriela.

—¿Por qué demonios esta oficina huele a sexo? — pregunta con una mueca de asco.

Nunca desee tanto como ahora que la tierra se abriera y me tragara.

—¿Qué haces aquí Gabriela? —Preguntó Román, mientras la morena me lanzaba una mirada de muerte.

—Venir a verte, ¿Qué más?

Me sentía una intrusa, alguien escuchando la pelea entre dos ex amantes.
Ese pensamiento solo empeoraba las cosas, no me sentía muy cómoda sabiendo que ella se había acostado con él.

¿Pero tenía derecho a sentirme celosa? No lo conocía en ese entonces, por lo que no me debía fidelidad.
Pero si sabía esto, ¿Por qué no dejaba de sentir la sensación de opresión en mi pecho?

—¿Qué es lo que quieres? —volvió a preguntar.

—Conocer la razón por la cual aún no me has llamado. —su mirada volvió hacia mí. —¿Un nuevo juguete?

—Cuida tus palabras. —advirtió Román en tono amenazante.

No quería seguir aquí, esto era algo que ambos debían discutir solos.
Me puse de pie y miré a Román.

—Voy a salir un momento. — Traté de avanzar, pero Gabriela se interpuso en mi camino.

—¿Quieres escapar humana?

—¡Gabriela, cierra la boca! — gruñó Román y no me atreví a mirarlo.

Gabriela comenzó a reírse, mientras nos miraba a ambos.

—No me digas que ella no lo sabe.

—¿Saber qué? —fruncí el ceño y voltee a verlo.

Sin embargo Román ignoró mí pregunta y se centro en la recién llegada.

—Te lo advierto, sal de aquí ahora.

—¿O qué? ¿Tienes miedo que le diga lo que eres?

Ambos se desafiaban con la mirada, mientras yo no paraba de preguntarme lo que sucedía.
Era evidente que Román estaba ocultándome algo.

—Muy bien, ¿Quién va a decirme que sucede aquí? —pregunte con el poco valor que encontré en mi interior.

—Charlotte, quizás deberíamos ir y hablar de este tema en otro lugar.

Sentí como todo mi cabello se erizaba y como una sensación de ardor subía por mi garganta.
Eso no sonaba bien.

—No. Decide Román, o me lo dices tú o lo hará ella, pero aquí.

—Este no es el lugar correcto para hablar de ello.

—¿De qué? ¿Qué es tan grave que no puedes decirlo? He confiado en ti y te he dicho cosas que a nadie más, pero tú no confías en mí.

—Por supuesto que confío en ti.

Sus palabras no significaban nada cuando sabía que había un secreto que se negaba a compartir.
Trató de acercarse a mí, y di un paso atrás, con ambas palmas hacía él.

—¡Demonios Román, ya díselo! Es un lobo, tonta, un gran hombre lobo.

Comencé a reír y no era una risa tranquila, era una risa desesperada, deseando que todo sea una mentira. Me negaba a creer algo así, pero ¿Por qué inventaría esa locura? ¿Por qué mentiría sobre algo tan extraño?
Volteé hacía Román esperando que lo negara o que se pusiera a reír, pero en su lugar se encontraba tan blanco como un fantasma.

—Yo tengo que salir de aquí. — empujé a Gabriela y apreté el botón del ascensor.

—Charlotte, espera. —Claro que no. —Tenemos que discutir esto. Pensaba decírtelo.

¿Pensaba hacerlo? ¿Cuándo? Tuvo muchas oportunidades y no lo hizo.
¿Pero qué digo? Tengo que estar loca, no puedo estar considerando algo así. Es descabellado.

El ascensor se abrió y no tarde en entrar, presionando nuevamente el botón para que se cerrara. 
Cuando las personas subieron, un piso más abajo, no pude dejar de observarlos con desconfianza. ¿Acaso ellos también eran lobos? Muchos caminaban más rápido que yo y tenían más fuerza, pero no es como si pudiese preguntárselos.

Claro, se vería muy normal decirles, ¿Oye, tú eres un hombre lobo?.
Estoy segura de que la doctora Magaldi no tardaría en preparar un bonito cuarto acolchado en algún psiquiátrico si se lo mencionaba.

—¿Bajas? — preguntó la mujer a mi lado, despertándome de mis delirios.

—Si, gracias. —Salí rápido y evité ser vista por mi madre.

No quería dar explicaciones del motivo por el cual huía, completamente aterrada, del hombre que hasta hace veinte minutos quería desnudar.
Ahora solo quería volver a casa y pensar.





Protegiendo a Charly Where stories live. Discover now