Prólogo

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     Desde que había llegado la noche anterior él se había puesto más violento que de costumbre, había tironeado de ella por toda la estancia principal y la había arrastrado con nulo esfuerzo por toda el área. Incluso la había azotado contra algunos muebles en el proceso.

     Allí estaba, hecha un ovillo en el suelo, mientras jadeaba de manera entrecortada a causa del terror. Apenas podía mantener los ojos abiertos sintiéndose tan insignificante como en aquel instante.

     El monstruo aquel estaba desatado, llevaba un tiempo que su relación no era un lecho de rosas suave y cómodo. Era más bien una zarza llena de punzantes y dolorosas espinas que de poco em poco se le clavaban en el corazón.

     ¿Acaso podía recordar algún instante donde la hubiese tratado como a un ser humano? Al menos no después de su primer mes.

     Justo ahora solo sentía como estaba a un solo paso de ahogarse, no podía ella pedirle el divorcio con la cantidad de miedo que le tenía. Y si él solicitaba el divorcio estaba acabada, todo el tiempo que había estado con él sería completamente en vano; se vendría abajo la empresa familiar y el contratiempo que había estado amenazando con engullir a su familia cumpliría su comentido.

     —¡No, detente! No te he sido infiel en ningún momento, ¡lo juro!—balbuceó de manera inconsciente, al darse cuenta de lo que había hecho se cubrió de inmediato el rostro con las manos.

     El monstruo se detuvo en seco.

     Se giró cuál furiosa bestia y le agarró con rapidez una buena porción de cabello, luego la sacudió con tal violencia que la hacía parecer tan solo una muñeca de trapo.

     Los ojos de ella se vieron empañados por las lágrimas.

     —¡¿Acaso crees que soy estupido?! ¡¿Eh?! ¡DIME! ¡D-I-M-E!—la rabia que desbordaba hacía que aquello último sonara como en sílabas.

     —N-no.

     Tenía la cara roja y empapada, la cabeza comenzaba a arderle y punzarle.

     Él cargo de nuevo contra ella, zarandeándola de un lado para otro durante lo que le parecía una horrible eternidad.

     —¿Entonces soy mentiroso?

     La obligó a mirarlo a la cara.

     —Respóndeme, Rebecca. ¿Soy un mentiroso?

     Los labios se le agitaron mientras trataba de contener el sollozo, una idea aterradora le cruzó la mente de repente. La mataría.

     Sin saber de donde venía la idea se estremeció ante ella. La veía como alguien inferior, un estorbo, una carga; que mejor para él si podía sacársela de encima de una vez.

     —Y-yo...

     —Estas acabando con mi paciencia... apenas me queda para estar hablando contigo. Y además de todo, esto que está pasando es únicamente tu culpa.

     —¿Mi culpa?—pero si yo no hice nada, pensó en su fuero interno. El instinto de supervivencia le selló los labios antes de que lo dijera en alto.

     —¿Y de quien sería, si no tuya?

     Rebecca solo se limitó a mirarlo sin darle más respuesta. Con el miedo golpeando duramente su ser, trataba de vigilar todos los movimientos de Tom en un desesperado intento de evitar que la sorprendiera nuevamente con la guardia baja.

     —Rebecca, te estoy hablando.

     —Si, te he oído.

     —No lo parece.

¿Tenemos un trato?Where stories live. Discover now