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Perpetraba en el dojo de los Sano una luz frágil y sosa, una que centellaba igual que una esfera de discoteca a punto del colapso.
Sobre el piso de madera reflexionaba un hombre a través de estiramientos, mismo que acumulaba un rato de entrenamiento nocturno; en la carencia del ánimo su disciplinada vida lo hacía cumplir con sus  remarcadas tareas. La motivación no era su detonante, era la responsabilidad.

Para Manjiro era absolutamente normal y esperado estar solo en medio de la noche. Sentía la ausencia de calor en el otro extremo de la cama, el olor impregnado en las sábanas: una mezcla de sudor y vainilla, muy suave, y porque no, algunos pelos cortos, los que Baji siempre atrapaba por andar abrazando gatos y perros todo el santo día. Siempre sacudía su cama al recostarse, porque era consciente de eso.

Siendo entonces, una de esas horas dónde cualquier persona dormiría pesadamente, Manjiro y Keisuke se desvelaban pensando en el otro.
El joven omega tomó la almohada cargada de la esencia del alfa, para atraerla hasta su pecho y abrazarse a ella.

—Ese idiota...—suspiró, arreglaba la almohada repetidas veces para hacerla más blanda.—Kei...—sucumbió a su deseo de querer abrazar al hombre, no a una de sus pertenencias.

Pensaba en sí mismo, en sus comportamientos, comentarios, actitudes, en todo; iba enfocado a percibir como afectaba su faceta rebelde a su compañero de vida.
Baji le trataba bien, hacía todas las cosas por él, le cumplía caprichos, al punto que no movía ni un solo dedo en la casa, pese a que dejaba en evidencia su decaída.

Baji ya no intentaba insistir en ser algo más, veía cómo perdía su dignidad haciéndolo. Estaban juntos, asumiendo sus roles y el lazo que los uniría por el resto de los años. Un juramento forzado, del que ninguno se atrevía a romper.

Existían los padres separados, el divorcio (pese a que aún no se casaban), podían criar a su hijo sin obligarse a vivir bajo el mismo techo. Aun así, los dos querían vivir cerca.

Manjiro ya estaba marcado, pero no figuraba desvivirse por amar a Keisuke, aunque ciertamente lo hacía en silencio.

El cachorro estaba inquieto, desde hacía dos semanas que empezaba a ser más castroso, cosa que Mikey tenía que aguantarse. En un abrir y cerrar de ojos, estaba a un mes de conocer la vida que crecía en su útero, y las cosas con su alfa no habían mejorado casi nada.

"—Dame un segundo...

—Apúrate—suplicó enojado.

El alfa se alejó hasta una parte oscura de la habitación, cuidaba que su amigo no viera lo que estaba por hacer. Sacó un condón y una aguja, y se puso a picar el empaque.

Manjiro no era tonto ni ciego, aunque la oscuridad era pesada, la luz de la Luna cayó sobre el delito de Keisuke.
No se inmutó por impedirle su acto desesperado, lo quería castigar de la misma forma, quería estar condenado por el hombre que lo hacía delirar.

Keisuke era dominado por las hormonas y la malicia, ya no quería asistir solo en las noches febriles, quería estar para su mejor amigo de la infancia todos los días.

No estaba dispuesto a compartirlo ni perderlo a futuro."

Mikey estaba sediento, con frío y hambre. Le costaba dormir en la noche, porque todo el día se la pasaba durmiendo, deprimiéndose por el embarazo, soportando los dolores del mismo.
Estaba más sensible de lo normal, cualquier recuerdo que tuviera un atisbo melancólico, le provocaba lágrimas, unas que por orgullo limpiaba de inmediato.

Odiaba sentirse débil.

Y también odiaba todo lo que estaba haciendo.

Los actos de su pareja eran muy claros cuando comenzó  a distanciarse; retrocedían en todo, ninguno parecía querer dar otro primer paso. Era ridículo y hostigante que actuaran de una manera infantil solo por orgullo y dignidad, que congelaran a través del silencio cualquier alternativa por quererse.
Faltaba poco para ser realmente padres, ¿acaso seguirían así?, ¿hablándose poco y evitando hablar lo que tanto les molestaba?

𝓨𝓸𝓾 𝓪𝓻𝓮 𝓮𝓷𝓸𝓾𝓰𝓱 | 𝐓𝐑 𝐎𝐦𝐞𝐠𝐚𝐯𝐞𝐫𝐬𝐞Where stories live. Discover now