Capítulo 10

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LA TIERRA NO LUCÍA DE LA MISMA MANERA diez mil años atrás. Todo era más bello, más verde, los árboles eran más frondosos. Toda la gente estaba enamorada, todos habían hallado a sus almas gemelas, de quienes no deseaban separarse nunca. Era un planeta donde el cariño y la paz reinaban, un planeta cuyos habitantes no tenían la más remota idea de lo que les esperaba.

En el mundo no había reyes, razas, ni estratos sociales y, si bien algunos eran llamados guardianes, y tenían la responsabilidad de velar por el bien de todos, nadie tenía poder absoluto sobre los demás.

Era un lugar donde todo ser de luz estaba invitado a venir a encarnarse, por lo cual se encontraban viviendo en él hermanos de distintas partes de la galaxia. Lo que no sabían era que, al mantener las puertas abiertas, una raza parasitaria, los últimos Hasselhaus, podría entrar sin problemas.

Ghart había venido al planeta sabiendo que allí se encontraba la mujer que lo completaría, su alma gemela. La había estado buscando en los lugares más recónditos de la galaxia, hasta que sintió su bella energía proveniente del planeta azul. No le extrañaba que ella hubiera elegido ir a ese lugar, donde todo se compartía.

La noche que la conoció cambió todo para él. Ella se encontraba meditando bajo la luz de la luna llena. Su cabello rubio le caía en una cascada hasta su cintura; tenía el mismo brillo y color de la luna llena bajo la cual estaba.

Mahabita —él le susurró.

Ese no era su nombre, pero sí era el nombre que se utilizaba para reclamar su alma gemela, una vez que fuera encontrada.

Ella abrió sus enormes ojos azules al oír esto y, de inmediato, se puso de pie. Llevaba una larga túnica blanca con bordes dorados, lo cual indicaba su posición como suma sacerdotisa. Era una gran responsabilidad que debía llevar.

Lo observó con detenimiento, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

Mahabita. —le respondió ella, reconociendo en él lo que tanto había buscado—. Al fin me has encontrado.

—Y no pienso abandonarte.

Ni siquiera se le hubiera ocurrido hacerlo. Cuando un ser de luz hallaba su mahabita, su alma gemela, y la reclamaba, no había forma de evitar estar juntos. Aunque muriesen, o se fueran a vivir a otra constelación, esas almas tarde o temprano reencarnarían en otra vida para reencontrarse; no se las podía mantener separadas durante mucho tiempo.

—¿Dónde has estado? —preguntó ella—. Te he esperado por diez mil años.

—No importa dónde he estado, lo que importa es que te encontrado —dijo él, acercándose.

Los labios de la bella guardiana se separaron suavemente, con anticipación. No se decepcionaron, pues el beso que recibieron fue el mejor que hubiera podido haber recibido en milenios. Ambos se besaron por horas, sin querer separarse, fundiéndose el uno con el otro, sintiendo la profundidad de sus seres. No cabía duda de que eran ambos partes de un todo, que habían sido cortados a la misma medida, y debían estar juntos.

—Te esperaría por diez mil años más si fuera necesario —le dijo la sacerdotisa en cuanto rompieron el beso, mirándolo a los ojos oscuros. Él tenía todo lo que le hacía falta, y no lo dejaría ir.

Sin embargo, el muy caprichoso destino les tenía planeados, en efecto, diez mil años de espera más.

***

Meredinn tenía recuerdos vagos de esas épocas, pero las memorias de Angell eran aún más difusas. Él no recordaba sus vidas pasadas, pero sabía que había tenido algo en una de ellas que luego le había faltado por mucho tiempo; algo que volvió a encontrar al conocer a Meredinn, el hada por la cual había osado desafiar a los que consideraba los suyos, con la cual sabía que podría pasar el resto de su existencia.

Sangre Eterna: Sangre enamorada #4 (Versión original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora