Capítulo uno.

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"La confesión"


Un estruendo en la planta baja de la casa causa que la pequeña Faith despierte aturdida. La luz cálida del pasillo se reflejaba por debajo de la puerta cerrada de la habitación, mezclándose con la oscuridad de su interior. Faith se sentó en su cama, apoyándose sobre sus manos para lograr mantenerse en esa posición. Esperó el siguiente ruido, sintiendo como su corazón galopaba despavorido asomándose por su garganta. Pasaron los segundos, silenciosos hasta el punto de llegar a ser tétrico. Decidió apoyar nuevamente la cabeza en la almohada y obligarse a dormir. Ya era una niña grande, ya había guardado su muñeca favorita en una de las tantas cajas apiladas desordenadamente en el sótano, no iba a llamar a su madre para que la consolara.

Un grito desgarrador hizo que saltara de su cama y el ritmo de su corazón volviera a acelerarse. Su padre.

—Nos ha costado dar contigo, Henry. Una risa venenosa, y sobre todo desconocida, hizo eco a través de la sala de estar. No hablaba en un tono tan fuerte, pero de alguna forma, Faith lo escuchaba con claridadEres bastante escurridizo. Y lo suficientemente inteligente como para saber que tarde o temprano te encontraríamos. ¿Realmente creías que casándote con una simple mundana lograrías pasar desapercibido? Debo decir que será una pena dejar a una niña sin padre, podrías haber hecho las cosas más fáciles. Por cierto, ¿dónde está la pequeña en cuestión?

—Déjala fuera de esto, Hiram. Todavía no ha cumplido la mayoría de edad.

— ¡Oh! Con lo que me habría gustado que me la presentaras formalmente. —El hombre escupía sus palabras con tanto sarcasmo que a la pequeña Faith la confundía. ¿Quién era ese hombre? Además, teniendo en cuenta tu próximo destino, quizás deseabas despedirte apropiadamente de tu hija. Pero bueno, no nos desviemos. Ha sido un placer, Henry. Tu contribución será por demás agradecida.

¿Despedirse? Pensó Faith. No tuvo tiempo de ni siquiera intentar descifrar sus palabras cuando un sonido parecido a un silbido, un pitido ensordecedor hizo que Faith caiga de rodillas. La luz bajo la puerta que anteriormente se teñía de anaranjado se volvió tan blanca que logró iluminar por completo el cuarto.

El grito de dolor de su padre la hizo volver en sí. En un intento desesperado, y casi inconsciente, de salvar a su padre abrió la puerta y...

— Y eso es lo último que recuerdo. — Faith resopló con derrota. Muchísimo más concentrada en quitar el poco esmalte bordó que quedaba en la base de sus uñas que en la mujer sentada en un sillón de cuero café frente a ella.

La mujer la miraba con paciencia, con la pierna derecha cruzada por encima de la otra y un pequeño anotador de hojas rayadas sobre su regazo. Descansaba ambas manos sobre él, una de ellas sosteniendo un bolígrafo de tinta negra. La observaba por encima del marco de sus anteojos con cierta curiosidad, hasta un ápice de admiración. Faith podía notar que la había dejado sin palabras. De todos los terapeutas a los que acudió, siempre lograba la misma reacción ante su traumática experiencia. Todos llegaban al mismo diagnóstico, términos médicos que describían su situación actual que ella ya sabía. Pero ninguno, entre todos ellos, logró desbloquear esa última parte de esa trágica noche. Es como si una fuerza más grande que ella, o que cualquiera, impidiera recuperar esos últimos recuerdos.

Si estaba sentada en ese consultorio, era porque su madre la obligaba a ir. Llegó un momento que comenzó a cumplirle el deseo de mala gana.

— Bueno... Faith. —Annette, su actual y probablemente fugaz terapeuta, se quitó los anteojos y se inclinó hacia adelante para mirarla directamente a los ojos— Creo que cualquiera en tu posición hubiese elegido enterrar ese recuerdo. Es lógico. Quizás por la culpa de no poder haber hecho nada para ayudarlo. Pero debes entender que eras pequeña y no tenías las herramientas para...

The Academy: LegacyWhere stories live. Discover now