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Como a sus ojos regaba lágrimas vírgenes y su pelo se mecía contra el viento de la cegada noche, culpa de la brillante luna, se preguntaba así misma por qué. ¿Por qué la vida la había tratado de aquella manera? ¿Estaba aún lo bueno por venir? Kitole no supo nunca descubrir lo que precisamente le habían dicho los médicos durante toda su vida. Ahora ella estaba sola, en el jardín trasero de su casa, rozando con sus huellas dactilares sus finos dedos con la pelota babosa de su perro de raza de 5.000 euros que su madre le había comprado por su decimoséptimo cumpleaños hace tres años. Estaba rabiosa, descontrolada, mente modo huracán activado, nada ha mejorado desde el momento del accidente. Aquella noche no se le olvidará nunca...


CAPÍTULO 1: DESAFÍO

- Kitole, ¿me oyes?- Anuncia madre tras despertarme de mis bárbaros pensamientos sobre arrancar del suelo esa maldita alfombra tan cara y tan horrible, que hasta daña mis pupilas haciéndome sangrar los ojos, en el sentido metafórico, aún.

- Sí madre, esta tarde recogeré el uniforme d la tintorería. Pobre Matilde, dale recuerdos de mi parte, hecho de menos cuando me hacía la cama- Le planto una sonrisa maquiavélica a madre mientras ella pone los ojos en blanco por octava vez desde que tan solo ha empezado el día hace una hora y media.

Me levanto y cojo el ticket del uniforme que se encuentra en mi escritorio, aún recuerdo cuando me lo probé delante del sastre y no paraba de rascarme todo el cuerpo pero, como madre insiste, tengo que ir impecable y atender y cumplir las malditas normas de ese centro tan caro. Mañana ya es mi día, como supondréis, y vengo de un centro que era totalmente diferente en todos los aspectos a este. 

De camino a la tintorería de la ciudad, me apetece tomarme un café para calmar los nervios del día de mañana, los dedos me sangran ya de tanto morderme las uñas, aún recuerdo ese estúpido pegamento con olor a cebolla que me puso un día mi tía Francisca, era asqueroso hasta decir basta, pero al menos funcionó. Durante 2 horas. Pero funcionó.

-Capucchino con canela por encima por favor, ah y un bollo de esos rellenos de chocolate, tome, quédese con el cambio- le propino al chico de la cafetería que dobla la esquina de Sant Vloid.

Un grupo de jóvenes que llevan el mismo uniforme que justo después iba a recoger de la tintorería se adentran a la cafetería, puedo contar hasta 5 o 6, no lo sé, todos parecen maniquíes hechos de la misma materia. Una de ellas me mira porque se da cuenta de que los estoy observando detenidamente como si de una inspectora del FBI se tratase, dando sorbos a mi delicioso y calentito café. Me mira y se da cuenta, se baja sus gafas de sol y me guiña un ojo, mientras coge de la mano a uno de los chicos de ese grupo. Iug. ¿Por qué la gente es tan rara?

Una vez se han ido todos, quise ser discreta para irme después de ellos, solo me quedé para cotillear todos los chismorreos que se andaban contando, una se tiene que asegurar en qué clase de leonera se va a meter. Se decían nombres de gente que yo no conozco, aún. De los profesores, exámenes etc. Lo típico de los estudiantes de un centro escolar caro, nada fuera de lo común o, eso espero.





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⏰ Última actualización: Dec 02, 2021 ⏰

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