Capítulo III

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Intenté relajarme. Era imposible que fuera ella, ¿verdad? Aunque quien sabe. Antes de empezar a tener paranoias, debía mirar la pantalla. Nunca entenderé a los que miran quién les llama pero al descolgar preguntan "¿Quién es?". Es una incongruencia. De forma que saqué el móvil del bolsillo y vi: Primo Alejandro.

Mi primo Alejandro no era ni siquiera mi primo. Primos eran mi padre y el suyo. Pero por o poner líos con los parentescos... y que de toda la vida nos llamábamos de "primo", pues así se había quedado. Aunque hacía tiempo que no sabía de él. Yo vivía aquí en la ciudad, y el se había criado en un pueblo. No era ningún "cazurro", obviamente, pero era más campestre que yo, que me consideraba urbanita. Descolgué.

—¿Qué pasa, primo?

—¡Hombreeeee, Rafaaa! ¡Cuánto tiempo!

—Desde la última vez —afirmé—. ¿Qué es de tu vida?

—Pues de eso te quería hablar —me dijo. Me ausenté a la parte del almacén para hablar con soltura, pues parecía que el jefe ponía la oreja. Cotilla—. Mira, que este año empiezo la uni, y voy a ir a la capital. Estaba buscando piso, y como tu madre me dijo que estabas ahora viviendo sólo... pues pensé, ¿Y con quién mejor que con mi primo?

Iba a tener que hablar con mi madre al respecto de "a-nadie-le-importa-mi-vida". Aunque quizá me había solucionado mi problema sin saberlo. Era un poco de doble moral... decidí no decir nada por esta vez.

—Pues... Me pillas trabajando y ahora mismo no puedo hablar mucho. Si quieres cuando salga...

—¡Si es que ya estoy en el tren! ¡Empiezo la semana que viene! ¡Llego a las seis! ¿Podrías venir a buscarme?

Sí, definitivamente tenía que hablar con mi madre. Concreté con mi primo que iría a buscarle, pero claro, en el Metro. Como para ir en coche. Sin tener coche. Ni carné. Le fue suficiente. Colgamos y volví a mi puesto de trabajo. El jefe parecía ausente, y miraba mucho la puerta. Quizá con la esperanza de que cierta persona apareciera por ahí.

Miré el reloj. Me quedaba una hora para salir todavía. Y nos había llegado un ordenador para reparar. Curioso. Estaba nuevo pero no lo habíamos montado nosotros. O quizá lo había hecho el que venía por las tardes. Pero me parecía más uno de esos "precocinados" que vendían en las grandes superficies comerciales. Lo puse sobre el banco de trabajo y empecé a abrirlo. Un bonito desastre el que había dentro de la caja. ¿Quién había montado así el equipo?

Lo primero era comprobar el estado del microprocesador. Parecía un poco quemado, normal, pues el disipador estaba un poco suelto cuando lo he quitado. Se lo volví a colocar bien apretado. Luego le di la vuelta al ventilador de la caja, que estaba montado al revés. Y un último detalle, el disco duro estaba bocarriba. Debería aplaudir que la máquina arrancara en un primer momento.

Corregidos los fallos, conecté la alimentación, y lo puse en marcha. Corría que daba gusto. Podría hacer la maratón, jejejeje. Una vez estaba listo, inicié sesión y le puse un pequeño programita que me conocía yo para tener controlada la temperatura. Aún me quedaba un rato, y no había mucho que hacer. Me senté en mi silla y me conecté a mi correo electrónico. Sin correos no leídos. Mejor. A la que me fuera debería retirar los tres anuncios de compañero de piso que había colocado, no fuera que me tocara estar unos días respondiendo a la gente para decir que no.

—Bueno, pues creo que por hoy, yo he terminado —dije, después de batir mi récord al buscaminas.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —me dijo Aarón.

—Claro.

—¿Te parecía que estaba buena la rubia? ¿Judith? —se corrigió.

—Estaba bien, pero vamos, que no era mi tipo.

Nueva vida, nuevos problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora