La grabadora

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Era la mañana del 4 de enero de 2013. Quedaban dos días para el día de reyes y los estudiantes disfrutaban de sus vacaciones de navidad. Rachel echaba de menos la navidad americana, a sus hermanos, a sus padres.

Desde su llegada a España, hacía ya algunos años, no había vuelto a ver a los suyos y eso le producía cierta melancolía que se acrecentaba en unas fechas tan señaladas como aquellas; Rachel pensó que sus problemas desaparecerían con una nueva vida en un país como ese, bañado por dos mares y un océano, pero no fue así.

El cielo estaba cubierto de nubes negras, de un momento a otro, llovería sobre las aceras de Madrid. Rachel conducía su coche, un Audi TT Coupe, que había comprado gracias al dinero que tenía ahorrado de sus años como agente del FBI. Su destino era la Calle Columela, no muy lejos de Chamartin, donde ella residía.

El aviso lo habían dado los vecinos, que hartos de que la policía no quisiera actuar en el caso, pidieron ayuda a la mujer de treinta años. Un Estadounidense, como ella, llevaba tres semanas desaparecido; el vecino de abajo tenía llaves de su casa y entró a verificar si le había ocurrido algo al propietario, pero allí no había nadie y todo estaba revuelto.

Rachel llegó media hora antes de lo que habían acordado. Aparcó su coche y sacó su ticket para poderlo estacionar delante del inmueble. Para hacer tiempo, fue a una cafetería cercana donde pidió un descafeinado. El camarero parecía no dar a basto con toda la gente que se había juntado allí; el frío que hacía en la capital se metía en los huesos y las cafeterías y restaurantes eran un lugar de refugio para aquellas pobres criaturas que tenían que desafiar al temporal aquella mañana.

Rachel observaba a cada persona que entraba en el lugar, los miraba de arriba a abajo, analizando cada uno de sus gestos. Desde muy pequeña, siempre había sido una gran observadora y quizás por ello había elegido el camino de la ley, aunque después de tanto tiempo había llegado a la conclusión de que se había equivocado. Rachel no buscaba la ley y el orden, tan solo buscaba una forma de auto-satisfacer su ego y ser vista como una figura de autoridad y ayudar a las personas era una bonita forma de hacerlo.

—¡Rachel! —le llamó la atención un hombre desde el fondo de la cafetería.

La detective agudizó la vista y prestó atención al hombre. Era su amigo Davíd, uno de los pocos a los que Rachel tenía aprecio. Davíd era policía en una comisaría de Madrid y siempre que ella necesitaba algo, el agente de veinticinco años se esforzaba por conseguírselo, aunque aquello significase arriesgar su puesto. Rachel se acercó, indicando al camarero donde tenía que llevarle el café.

—¡Que alegría verte! —sonrió Rachel—. No esperaba encontrarte por aquí.

Davíd era alto y fuerte, a pesar de que no era apuesto, tenía un rostro que inspiraba confianza y simpatía; el policía llevaba colgado de Rachel casi desde que la conoció, pero no era un hombre tan decidido como para confesar lo que sentía, algo que Rachel agradecía.

—Hoy mi abuela ha pasado una mala noche y me había pasado a ver como esta.

Rachel se sentó a la mesa con Davíd. El policía no podía esconder su alegría por tenerla allí.

A sus treinta años, Rachel era una mujer muy hermosa y deseada por muchos; vestía de manera elegante, era alta, con un cuerpo proporcionado. Tenía el pelo largo de color negro, al igual que sus ojos, que parecían aun más negros gracias a su tez blanca como la nieve; sus labios rosados eran expertos en seducir con una sola sonrisa. Davíd no había sido el primero en enamorarse rápidamente de ella y posiblemente no fuese el último.

—Me han llamado por un caso —Davíd se sorprendió. El camarero trajo el café de Rachel—. Ha desaparecido un compatriota mio, creo que es una señal, que mi primer caso sea encontrar a alguien así.

Los últimos 10 días de un desaparecidoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon