Parte 7: La Curva de la Mujeres

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(…) “Abro la puerta y soy yo también quien entra,

me gustaría poder salir fuera de mí,

hago preguntas que nadie me contesta,

y a media noche mi corazón empieza latir,

tic, tac, tic, ,tac, tic, tac, tic,”(...)

“Con un latido del reloj”.  Roberto Iniesta. 

Hacía frío, fuera estaba helando y tenía que conducir despacio. Usaba cadenas, pero a pesar de ello, la cosa se podía poner difícil en aquella carretera perdida de la sierra. Debía ser por allí, la furgoneta ascendía muy despacio, serpenteando por aquella estrecha vía, haciendo crujir alguna placa de hielo de vez en cuando. Arriba brillaba la luna llena. Su luz plateada alargaba las sombras de los árboles, de cuando en cuando, alguna rapaz nocturna se cruzaba en el camino. Apagó los faros, quería sentir la esencia ectoplásmica del lugar. Giró una curva y se le heló la sangre, ¡las vio!, congeladas en la cuneta. Era un grupo de aproximadamente una docena, todas rapadas y desnudas, algunas estaban de rodillas, con las manos en gesto de súplica, otras de pie, con el cuerpo amoratado y tratando de taparse los pechos y el sexo, varias sangraban, tenían las cuencas de los ojos vacías, como si se los hubiesen arrancado. Bajo la luz de la luna, que les caía encima de manera mortecina, pudo verlas bien. Cuatro de ellas tenían pechos grandes y caídos sobre vientres abultados. Había también un chaval de unos 12 años, con una pala en sus manos cavaba una fosa mientras lloraba.  Había parado el motor de la furgoneta justo delante y lo observaba todo atónito, bajó del vehículo con la cámara en la mano, pero cuando apuntó con ella al lugar,  ya no estaban. Se dedicó unos instantes a fotografiarlo todo alrededor, un sudor frío le empapaba el cuerpo, podía ver el vaho que salía de su boca en una respiración que se aceleraba por momentos, recogió sus cabellos con una gomilla.

—¿Quienes sois?, ¿qué ocurrió aquí?

Dejó las grabadoras funcionando y montó en la furgoneta, condujo un trecho hacia delante. Era imposible dejar la furgoneta en la curva, obstaculizaba la vía y podía causar una accidente.  No quería problemas, ni tener que dar explicaciones a la Guardia Civil.  Condujo más de un kilómetro hasta que encontró un lugar donde  esconder la furgoneta y regresó al lugar caminando. Acarreaba un  saco de dormir gordo, relleno de plumón y una esterilla aislante de plástico. La noche era cada vez más fría, posiblemente nevara, pero había decidido pasarla a la intemperie, junto a aquella curva, esperaba poder verlas otra vez. Se metió en el saco, la luna hacía la noche tan clara que casi parecía de día, pero no volvió a ver nada más, encendió la linterna frontal y empezó a garabatear en su cuaderno:

Nuevo hallazgo: contacto directo, impresión visual sin necesidad de medios técnicos: Entidades que emanaban tristeza, no parecían percatadas de mi presencia, no hubo interacción. Posible explicación por la teoría de la impregnación, se puede notar el dolor que emana el lugar. He presenciado la existencia de entes con capacidad cinética, uno de ellos manejaba una pala y con efectos visibles en el suelo, se percibía la apertura de una fosa y las consecutivas paladas desalojando tierra, aunque en inspección inmediatamente posterior no queda huella del hecho. Cuatro de las entidades parecían mujeres embarazadas.

Taylor miró la luna, una nube pasó por delante un instante y todo se ensombreció, al momento volvió a aparecer el resplandor de plata sobre la tierra. «Podría intentar usar el spiricom, pero tendría que alejarme, algo me dice que tengo que estar aquí». Miró las grabadoras, seguían funcionando. Se acomodó dentro del saco y se durmió, un sueño inquieto, donde aquellos ojos vacíos parecían seguir mirándole. Despertó varias veces durante la noche. Los ojos vacíos de aquellas mujeres le atormentaban durante el sueño, cuando despertaba era peor: los recuerdos le atormentaban la vigilia. «¡El puto caballito de mierda!».

Los Muertos HablanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora