Capítulo 3

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Cuando Anne despertó de la siesta que había hecho después de la merienda, el sol ya estaba ocultándose. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana reprochándose por perderse el maravilloso cielo que era distinto al de Port Royal. Ya tendré más días para ver el cielo.

De súbito vio que en el nochero había un papel.

Estaré ausente en la cena. No dejes que papá o Jane se den cuenta de que no estoy en casa. Por favor di que estoy enferma. Voy a mi lugar secreto. Gracias. Lilianne.

¿Acaso su prima no tenía sentido común? Si bien era cierto que la isla parecía muy pacífica, también era cierto que esa cueva podría estar llena de peligros. Tenía que decirle al tío Luke. Apretó la nota en su mano para enseñársela.

No, mejor no. Eso traería problemas. Lo mejor era que buscara a Lili y la persuadiera a regresar antes de la cena. Sí, eso era lo mejor.

Anne salió con cuidado para no ser vista. Fuera de la casa siguió el camino que le había enseñado su prima más temprano. También corría esta vez, aunque por causas distintas a la anterior. Tuvo miedo de extraviarse, pero halló el lugar con facilidad a pesar de la oscuridad que se cernía sobre la isla. Allí estaba ahora frente a la cueva. Pero parecía que no había nadie por allí. Le daba miedo entrar.

—¡Lili! —llamó desde fuera—. ¿Lili, estás ahí?

—¿Pero qué tenemos aquí? —dijo una voz masculina que llegó a ella desde atrás.

Anne se giró y se alejó dos pasos atemorizada. No podía verle el rostro con nitidez porque la poca luz que había llegaba desde atrás de él.

Era alto, muy alto. También fornido y al parecer joven. El cabello se notaba un poco largo y un tanto desordenado. Su camisa era de mangas cortas y sus pantalones apretados se metían en las botas. ¿Quién era? ¿Por qué estaba ahí?

—¿Dónde está Lili? —preguntó Anne retrocediendo otro poco más.

—¿Lili? ¿Qué Lili? —dijo el hombre avanzando hacia ella.

Jack notó que la muchacha estaba asustada. Seguramente no se imaginó que su jueguito sería descubierto. Ahora se hacía la inocente y preguntaba por una dama imaginaria. Era joven, sí, bastante joven, una chiquilla. Y muy hermosa. A pesar de la poca luz notó su belleza. El rostro ovalado y pequeño más perfecto que había visto en su vida. Los ojos más azules, la nariz más fina y la boca más redonda y sensual. Debajo del vestido azul claro que llevaba, se notaban unos pechos abultados y unas caderas generosas que contrastaban con la cintura pequeña: el cuerpo perfecto para la pasión. No era muy alta, de hecho, era pequeña, pero eso la hacía lucir incluso más femenina.

Sacudió la cabeza y se regañó por dejar que sus pensamientos caminaran en esa vía. Tenía que concentrarse en el tesoro que ella le había robado a su capitán.

—Aquí no hay nadie más que tú y yo —dijo él dando otro paso hacia ella.

Anne nunca había sentido tanto miedo. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué le había hecho a Lili? Haber ido allí fue un error. Debió haber avisado a su tío sobre lo que estaba pasando. ¿Y si había asesinado a Lili? ¿Y si ahora quería matarla a ella?

Tenía que huir como fuera. Correr. Y eso hizo. En un ágil movimiento Anne echó a correr por el mismo camino por donde había llegado.

No obstante, no pudo avanzar más que unos pocos metros cuando se vio encerrada en unos brazos fuertes que la levantaron del suelo y la aprisionaron contra un pecho musculoso.

—¡Suélteme! —gritó mientras hacía acopio de todas sus fuerzas y se retorcía para liberarse del aterrador abrazo.

—No tan rápido. Tú tienes algo que no te pertenece y tienes que devolverlo —dijo él sorprendido de que una mujer tan pequeña pudiera tener tanta fuerza. Se vio obligado a recurrir a todo su poder para dominarla, acercándola más a su cuerpo, sintiendo más el contacto cálido de ella contra su ser, oliendo el perfume de lavanda que emanaba de su cabello.

Prisionera del DiabloWhere stories live. Discover now