Capítulo 2

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CAPITULO 2

            Minutos antes de abordar, Diandra y Baragund saludaron a Hugo de Merlo, viejo amigo y conductor de la locomotora Salamanca quien los invitó a viajar  con él un rato antes de ir a su vagón.

            –Teníamos tiempo sin verte Hugo –Baragund le pasó el brazo por los hombros amigable.

            –Últimamente he estado haciendo viajes a Enola a cargar carbón para esta vieja vaporera

            –¿A Enola? ¿Quieres decir que has bajado hasta la superficie? –Preguntó sorprendido.

            –Así es. Es increíble lo mal que está todo. Justo hace un año que bajé y de las ruinas que estaban de pie ya no queda ninguna. El calor es increíble y hay explosiones de magma continuamente.

            –¿Por qué nunca bajan los otros conductores? –preguntó Diandra.

            –Ninguna de las otras locomotoras puede arrastrar tantos vagones como esta –explicó–. Con el suficiente carbón esta lindura es capaz de arrastrar a las cinco ciudadelas –exageró emocionado. Su figura recia se irguió orgullosa al hablar de la Salamanca –además  sólo yo puedo conducirla –agregó al tiempo que tocaba con sus nudillos el pecho donde resonó el metal.

            Diandra y Baragund sabían de qué hablaba. Su amigo portaba en el pecho una serie de engranajes donde uno de ellos encajaba perfectamente con el ensamble de la locomotora. Con parsimonia desabrochó los botones de su chaqueta y sacó el preciado objeto, hundió las manos enguantadas entre las manivelas y con precisión colocó el engrane. De inmediato se escuchó el resoplar del gigante de metal y el tren comenzó a moverse.

            Los hombres charlaron un rato más mientras Diandra disfrutaba del viaje junto a la ventana. Estaba por decirle a Baragund que era tiempo de ir a su vagón cuando advirtió un familiar sonido. Rápidamente identificó a unos veinte metacorceles montados por hombres armados que volaban hacia ellos. Enseguida escuchó el estruendo de los primeros anillos de plasma estrellándose sobre la locomotora y cimbrándola con violencia.

            –¿Qué fue eso?  –Baragund se colocó de prisa junto a Diandra, tomó su mano y copió los poderes de la chica. En segundos ambos se dividieron, dejaron a sus dobles en la cabina y salieron.

            Sosteniéndose de la barandilla, contratacaron. Esferas relampagueantes salieron disparadas de sus manos, estallando y desintegrando  todo lo que la onda de choque alcanzaba. Explosiones sucesivas de plasma y pulso centellaban segadoras alcanzando a la locomotora que milagrosamente resistió el ataque

            –¡Esta chatarra no resistirá mucho más! –exclamó Baragund.

            –Solo disparan a la Salamanca.

            Sus miradas chocaron en un instante de percepción. Baragund se movió hacia la parte trasera de la locomotora mientras Diandra lo cubría. El cazarrecompensas llegó hasta la caja de impacto que acoplaba los vagones y concentró una serie de bombas de pulso para romper el acople.

            Dentro de la locomotora, Hugo se esforzaba por mantener en marcha el expreso. Campanas de alarma resonaban en su cabeza al pensar en las consecuencias de su muerte o su captura. Incontables vidas dependían de él.

            En eso, una ensordecedora explosión destruyó la puerta de la cabina y desintegró a Andy y el doble de Baragund. Jinete y metacorcel irrumpieron entre chirriar de metal y humo apuntando a Hugo y apresándolo en una red de filamento, justó en este instante el agresor fue desintegrado por  una bomba de pulso. Una nueva explosión se hizo sentir cuando Baragund destruyó el acople y la locomotora ganó velocidad.

            Hugo suspiró de alivio cuando vio entrar a sus amigos sanos y salvos. Era increíble que siguieran con vida, pero lo que advirtió en sus rostros no fue sólo alivio y comprensión. La duda y la sospecha centellaban en sus ojos.

             –¿En qué diablos estás metido Hugo?

El Legado de EnolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora