Hacía un frío de mil demonios.
El invierno me mantenía algo mal humorado, pero las fiestas me encantaban y hacia lo posible por no dejar que me vieran como un Grinch.
Si, una completa balanza que debía equilibrar.
Tengo 38 años, viviendo solo, en una cabaña de madera la cual mi propio abuelo construyó hace cerca de Fairbanks.
Según la abuela, mi abuelo amaba estar rodeado de la naturaleza. Tal vez fue esa misma razón la cual me mudé hacia aquí.
Antes, vivía en California, por poco, ya que me enlisté en el ejército y pasé dos años en Irak.
Todo fue una tragedia desde ese entonces.
Las batallas fueron algo difícil, aunque pasé más en emergencia que en combate, ya que había recibido molestias heridas tanto de disparos como a causa de bombas, en esos últimos dos años.
Tuve suerte de sobrevivir, sino nunca hubiera conocido a Mint, mi querida boyero de Berna, que fue salvada por los protectores de animales, al haber sido maltratada por un estúpido dueño al que le encantaba beber alcohol y cortar a sus mascotas.
Mi hermana trabajaba en ello, y cuando regresé de Irak, me dijo que tenía a mi supuesta esposa encerrada. La sorpresa fue cuando la conocí: A pesar de solo tener un ojo, y encontrarse con heridas entre sus patas, fue amor a primera vista. Los dos habíamos salido de la lucha por la sobrevivencia, así que solo teníamos que seguir adelante.
Mint me hizo volver a sentir el aire, me hizo respirar mejor. Así que no es por nada que lleve ese nombre.
Pero esa es otro principio de una fantástica historia.
A pesar de todo, lo único que describiré hoy, será el momento en que conocí la mejor felicidad de mi vida.
Probablemente no es algo en que se cree, pero es totalmente afirmativo (o al menos, por mi) que los milagros en fechas navideñas, si existen.
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Hace tiempo quería publicar esta historia que hice para un concurso en 2018, que obviamente no llegué ni a los primeros puestos.
Sé que es temprano las cosas navideñas, pero decidí ya ponerla para el público.