El latido del deseo. Parte 1...

Από banrion30

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Enzo ha decidido exiliarse en la isla Williams. No quiere ver a nadie. Para él nada tiene sentido sin Adara... Περισσότερα

Personajes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
El latido del deseo. Parte 2

Capítulo 25

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Από banrion30

POV: Adara


Salí de esa revelación y de mis labios se escapó un lamento que cerró mi garganta.

—¡¡Enzo!! —grité llena de un perpetuo padecimiento, pasando mis manos con brusquedad por la compuerta. La arañé. La golpeé. Creo que me partí una uña, no lo sé. El dolor físico no era ni de lejos como el emocional—. No, cariño. Tú no. Tú no —me dejé caer arrodillada contra el suelo con el cuerpo inclinado.

Mi mundo se desmoronó. La cabeza me daba vueltas. Iba a vomitar. Sentí la bilis subir por la garganta, quemándome. Sofoqué un jadeo y luego otro, era como si alguien me estuviera comprimiendo el pecho, lo aplastara a modo de saña. Y fue en ese momento que me di cuenta que las mentiras y los secretos se habían quedado reducidos a la nada. Qué no importaban. Sé que no tenía ningún derecho a guardarme esos secretos. Pero también sé que tuvo una razón para hacerlo. Ahora lo sé. Debí dejar que se explicara.

Y ahora él estaba muerto.

Me lo imaginé al otro lado de la compuerta, sumergido bajo el agua, ahogado, sin un latido de vida. Los jadeos se volvieron sollozos y las lágrimas bañaron mi rostro pálido y demacrado.

«Tú eres la luz de mi existencia, Adara. Sin esa luz, no soy nada.»

Sus últimas palabras, cálidas, tiernas, protectoras, amantes de mi amor, recobraron fuerza, y el dolor salió a borbotones, doblándome de un dolor que nunca antes había padecido en la vida.

Poco después sentí como alguien me movía el rostro. Sentí el hocico de Shamus que gemía intentando llamar mi atención.

Lo miré llorosa con los labios temblándome.

—¿Por qué Shamus? ¿Por qué tuviste que desviarte? —le reclamé con la voz baja sacudiéndose mi pecho—. Está muerto.

Él se sentó sobre sus cuatro patas y torció la cabeza en un gesto de confusión. Y aulló. Sé que no le gustaba verme llorar, por eso siempre me lamía el cuello y no paraba de pedirme a su manera que cesara el llanto. ¿Pero cómo podré cesarlo? ¿Cómo podré cesar el dolor que me estaba matando por dentro?

Mi corazón no dejaba de sangrar.

Me abracé las rodillas y quise dejarme vencer por el dolor, porque no podía apartar de mi cabeza ese momento donde nuestras miradas se cruzaron por última vez, y cuando esa revelación me hizo ver su muerte.

No podía creer que mis últimas palabras hacia Enzo fueran: «Quiero que hagas una cosa, Enzo. Qué dejes de sobreprotegerme, de pensar en mi seguridad. Déjame respirar. Déjame mi espacio. Ya no más. Estoy harta

Hipé descontrolada. Oculté mi rostro entre mis rodillas, sacudiéndose mi cuerpo por el llanto. No lo pensaba de verdad. Solo estaba dolida y sé que eso le heriría. Sé lo cabezota y protector que era, y por eso se lo dije. No lo pensaba de verdad. ¿Cómo pudiste hablarle así? Me recriminé odiándome.

Me bajó la presión sanguínea de golpe y me sentí débil, intenté ponerme de pie un par de veces, pero mi mente embotada y los mareos no me dejaban. Al cuarto intento me apoyé contra la compuerta, y sentí como si me quemara. Retiré las manos mirándola fijamente. Ni siquiera se había filtrado una maldita gota de agua, o sea que estaba preparada para obstruir en casos como éste. Levanté una mano llena de rabia para golpearla, sin importarme si me fracturaba la mano contra esa sólida y dura piedra. Necesitaba sentir todo el dolor que me permitiría amasar mi corazón herido y roto.

Pero no lo hice. Terminé por dejar caer mi brazo sobre mi costado. Porque sé que a Enzo no le gustaría, que lo sacaría de sus casillas si me veía herida, que lo dejaría atormentado. Casi podía imaginarlo a mi lado reprendiéndome y a la vez siendo tierno y protector.

—¿Estás loca? —su voz estaba ansiada, turbada, y tiró de mi mano cogiéndola con suavidad, y revisándola con premura—. ¿Cómo se te ocurre golpear la compuerta? —me riñó.

—No lo pensé —sería lo que le diría.

Ladeó una sonrisa que fulminó mi corazón mirándome con esos ojos grandes y grises que conquistaron mi corazón.

—Tú siempre tan temeraria —abrió la palma de mi mano y depositó un beso contra ella. Respiré hondo al sentir la caricia de sus labios que me produjo un cosquilleo de sensaciones, y luego comenzó a besar mis nudillos como si con ello hiciera desaparecer esa molestia que tenía tras golpear la compuerta.

Abrí los ojos y me di de bruces con la realidad que arañó cada trozo de mi corazón. Mirando mi lado lleno de su ausencia, vacío, frío e inerte. Sin Enzo. Sabía que imaginar a Enzo solo me produciría más dolor. Mucho más.

Transcurrieron segundos o quizás minutos, antes de despertar de ese letargo al que el dolor me había hundido. No. No me quedaré aquí. Decidí, restregándome las lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano. Tenía que salir de aquí y volver a ese lugar. Me daba igual que estuviera plagado de agua, yo quería ver su cuerpo. Me abracé desconsolada y hecha añicos. Me negaba a creerlo. La vida no podía arrebatarme a Enzo de esa manera tan despiadada y sanguinaria. No puedo. Él no está muerto. Me susurré temblando de dolor.

Caminé hasta el final del pasillo revisando el muro. Por desgracia no encontré nada sospechoso y lancé un grito de rabia. Dejé mis manos en las caderas volando mis ojos por ese pasillo cerrado.

¿A qué habrá venido eso de que una compuerta se active y protegiera este lugar?

Mi marca de la nuca me dio tal latigazo que ahogué un gemido llevándome la mano al cuello, posándola con suavidad al sentirme febril. Dios, es lo último que me faltaba. Pensé irritada. Levanté la vista intentando mitigar los batidos de dolor que a medida que transcurrían los segundos, cesaban para quedarse solo como una pequeña molestia.

Paseando mi mirada por el lugar, vi algo diferente en una de las paredes mineralizadas. Era un trozo que resaltaba bastante. Esta era distinta —y no sé cómo pasé de ella—, porque no estaba llena euclasa, sino de una lisa pared de piedra de color negro. Me acerqué a ella observando tallada en la piedra un símbolo. Lo examiné a fondo. Era el símbolo celta Awen. Pasé mi mano por ese símbolo llegando a los tres puntos de arriba. Y el roce de mis manos tuvo que tener algún efecto o algo, porque un estruendo retumbó en el lugar haciendo que diera un paso hacia atrás, asustada. Después de que el ruido cesara, al lado del símbolo se abrió un trozo de pared dando paso a otro pasadizo iluminado de azul. Dudé al principio. Pero las opciones eran escasas. Y no pensaba quedarme quieta en este infierno de lugar.

Pasé sintiendo a Shamus colarse entre mis piernas y verlo olfateando el suelo.

Ese pasillo era estrecho, mis brazos chocaban contra las paredes que no tenían tanta iluminación como las del túnel que dejaba atrás. Por momentos lo único que quería hacer era dejarme derrumbar por la pena y el dolor, porque no podía dejar de recordar como esa maldita compuerta a mí me salvaba y a Enzo lo dejaba con la avalancha. Respiré hondo con las lágrimas en los ojos para no agobiarme por todos los vaivenes emocionales que me golpeaban y que gritaban por salir, y seguí el largo y estrecho pasillo para descubrir adónde malditamente me llevaba.

Luego de un par de minutos atravesándolo, desembocó en lo que parecía otro de esos túneles subterráneos. Con varias direcciones en las que no sabes cual escoger. ¿Por qué todos estaban calcados? Solo que esta parte tenía un aspecto más lúgubre y descuidada. Había miles de telarañas por las paredes y los techos, y la tierra estaba quebrada dejando algún que otro socavón a la vista.

Tomé un suspiro resignado y caminé deprisa intentando dar con una salida, teniendo cuidado de no dar un mal paso. Más bien seguí a Shamus. Creo que, en mi estado de zombi embotado, no sabía dónde me dirigía y me sentía mucho más segura que me guiara él.

Llevaba tiempo encontrándome mal. Desde hacía unos cinco minutos. Mi cuerpo temblaba a cada paso y no entendía por qué. No tenía frío, sé que tampoco tenía fiebre, es solo que no podía dejar de temblar. De pronto, algo gélido rozó mi nuca y salté dándome la vuelta, exhalando un jadeo. Mis ojos desorbitados buscaron quién me había soplado en la nuca. No vi a nadie. Me fijé en Shamus. Parecía tranquilo. Esperándome para seguir.

Joder.

Me froté la nuca y continué caminando.

No pasó más de dos minutos cuando volví a sentir ese gélido aliento en mi nuca mucho más intenso, y mi cuerpo se convulsionó al notar como si unas manos lo rozaran para apresarme. Esta vez grité al oír un susurro inaudible rozando mi pelo, rebotando mi grito entre las paredes que hicieron eco. Y me giré sobre mis talones asustada con el corazón en la boca.

Lo único que se escuchaba era mi jadeosa respiración, buscando como una loca eso que no paraba de sentir revolotear a mi alrededor. Tragué saliva con trabajo sintiendo la garganta reseca, caminando de espaldas.

¡Qué estaba ocurriendo aquí! Empecé a respirar con dificultad sintiéndome presa del miedo. Tras otro paso que di, arrastrando los pies, ese susurro volvió, y luego otro seguido. Como si intentaran volverme loca de remate.

—Joder —me quedé con los hombros encogidos—. ¿Quién anda ahí? —mi voz titubeó.

Vaya pregunta. Me dije. Ojalá fuera Berenice con una de sus bromas. Pero ella ya no le daba por aparecer de la nada y darme sustos en los que podían acabar en infarto. Además, ella no jugaría así conmigo y con mi salud mental.

Las paredes comenzaron a tintinear apagándose la luz azul y me quedé inmóvil al ver como la luminosidad se reducía. Sacudí la cabeza acelerando mis pasos. ¿Y por qué Shamus estaba tan tranquilo?

La luz azul de repente se apagó y grité quedándome quieta. Shamus ladró y sentí su cabeza topando mis rodillas, me incliné hacia él aferrándome a su pelo, aferrándome a algo real y que me daba fuerzas. Era el único que me hacía sentir segura y a salvo. Segura y a salvo. Me dije con el corazón hecho trizas. Eso siempre me pasaba con Enzo. Apreté los labios casi quebrándome en dos al pensar en él. Estaba cagada de miedo, era un hecho colosal. Era como si este lugar no quisiera que llegara a Enzo.

Y pensé en ello al tiempo que la luz volvió, pero más tenue, emitiendo sombras en el entorno que dificultaban la visión. Estaba por tomar el camino de la derecha, cuando algo se deslizó en el largo túnel que tenía delante. Fruncí el rostro escudriñando con la mirada al ver al fondo del túnel una figura de mujer. Al ver sus ropajes pensé inmediatamente en Berenice, y casi corrí hacia ella llena de alivio, pero me frené en seco al darme cuenta de un par de cosas. Primero. Shamus no parecía captarla. Ni siquiera corrió hacia ella como en otras ocasiones. Y segundo. Su vestido largo era gris, haciendo que su piel pálida contrastara con la ropa. Con su cabello blanco largo y abundante cayendo por sus hombros. Se la veía frágil, marchita. Era el aspecto que más representaba. Tenía las manos sobre su rostro inclinado hacia el suelo, y estaba gimoteando. Un escalofrío me recorrió la columna. Di tres pasos más y su llanto se redujo como si hubiese captado mi presencia. Mi instinto de supervivencia se activó, y no me quedé allí para ver si era mi maldita mente jugándome una mala pasada o que en verdad en este lugar había algo malo que deseaba atacarme.

Fue en ese momento donde Shamus gruñó como advertencia y yo salí corriendo en dirección al otro túnel, dejándome el alma en alejarme de ella. Las paredes volvieron a tintinear reduciéndose su luz. Noté un trote constante detrás de mí y supe que era Shamus quien me seguía. La respiración se me colapsó, y sentí un vértigo que me superó, y las ganas de vomitar me golpearon el estómago. Me dije una y otra vez que no me detendría por más que mi cuerpo me lo suplicara. La sentía muy cerca. Estaba sintiendo de nuevo ese gélido aliento, ese susurro que no se entendía nada.

Corrí sin descanso, intentando poner mi vida a salvo.

Y la luz de las paredes se redujo quedándome a oscuras.

¡No! Supliqué.

Gemí aterrada.

Y de pronto choqué contra un muro con la oscuridad haciéndome su presa. El aire se ahogó en mis pulmones al darme cuenta de que era un muro de piel, fuerte y musculoso. Cuando esa masa muscular me agarró de la cintura para aprisionarme, entré en pánico. La oscuridad jugaba a su favor al cubrirlo con su velo y no dejarme ver quien me estaba inmovilizando. Peleé contra él, me sacudí como una gata gruñendo y jadeando. ¿Y Shamus? ¿Por qué no le atacaba? Mis labios querían pronunciar el nombre de «Enzo». Qué lo derribara, que sacara al Mac tíre para protegerme. Pero la realidad fue cruda, fría, letal. Él no estaba aquí para protegerme. Para salvarme una vez más. Y darme cuenta, me desgarró el alma agitándome como una salvaje contra quién me tenía presa.


POV: Berenice

Respiro lentamente. Mi pecho subía y bajaba. No a un ritmo normal. Pero sí como si estuviera viva. Nunca lo entendí.

Intenté alejar mis sentidos de esos sonoros latidos del corazón, que, aunque era un latido por minuto, los escuchaba como míos. Los había puesto a salvo, o al menos a casi todos. Mi cabeza no dejaba de pensar que en el último momento Enzo se desvió para llegar a Adara, y yo no pude hacer.

Pero ahora había surgido un pequeño incidente.

—Dios Aliza —se arrodilló a su lado Declan con el rostro descompuesto—. Está perdiendo mucha sangre —gritó asustado.

Tenía razón. Y yo solo podía observarlos impotente. Porque no podía hacer más por ellos. La debilidad me había ganado sintiendo como si mi cuerpo se desprendiera y quisiera desaparecer. Aliza estaba tirada sobre la tierra con su cuerpo pálido, su cara aún más, con un charco de sangre por debajo de su cabeza, sobresaliendo por su pelo dorado como el sol. Todo había sucedido muy rápido. Los había alejado de la avalancha de agua, guiándolos por las zonas más seguras. Tal y como calculé que sucedería. Nos quedamos en la sección de túneles donde las compuertas de seguridad se activarían. Los llevé hasta una escalera en forma de espiral que subía y que nos acercaría más a la salida. Pero no estudié que esas escaleras de piedra estaban casi derruidas y que era peligroso subir. Y en algún momento Aliza debió de pisar un escalón roto y perdió el equilibrio. Su cuerpo se deslizó veinte escalones abajo. Y el primero en socorrerla fue Declan.

Vi cómo se arrancaba las mangas de su camiseta negra dejando más resaltados sus bíceps, amontonando la tela con cuidado para taponar la herida.

—No la muevas —le dijo Dan, revisándola.

—Hay que verle la herida —aseguró Uriel.

—Tengo que sacarla de aquí —Declan sonaba totalmente desesperado.

Mi plan había fracasado. Había intentado ayudarlos y no había hecho más que empeorar la situación y ponerlos más en peligro. Me encontraba lo más lejos de ellos, apoyada contra la pared de euclasa bañada de una luz azul muy tenue, pero brillante y preciosa.

—Se ha hecho una brecha en la cabeza —exclamó con pánico Evelyn al otro lado del cuerpo de Aliza—. ¿Aliza? Me escuchas. ¡Aliza!

Pero Aliza... oh, pobre chica. Llevaba inconsciente desde que se cayó por las escaleras.

Estábamos a un paso de salir de aquí. Tenía que decirles que nos moviéramos. Qué hicieran un esfuerzo más. Aliza tendría donde recuperarse si nos alejábamos lo antes posible de aquí.

Observé como Dandelion y Evelyn se apartaban hablando sobre Enzo y Adara, angustiados y preocupados porque tomaran un camino diferente con Shamus. Dios mío, ellos. Cerré los ojos e intenté dispersar mis sentidos para sentirlos más allá de estos metros.

Quise gritar frustrada.

Nada.

Estarían lo suficientemente lejos para no sentirlos.

—No vas a dejarme —giré mi cabeza hacia ese susurro que escuché de Declan, tan cerca del rostro de Aliza. Tenía una mano de Aliza cogida contra su pecho, mientras la otra la deslizaba sobre su tibio rostro acariciándola con delicadeza—. Puedes odiarme. Puedes despreciarme. Pero siempre estaré aquí. Contigo. Dios no va a permitir que te alejes de mí.

Ella lo odiaba. Él no. Declan sentía una devoción por Aliza que iba más allá de todo lo puramente imperfecto. Traspasaba barreras. Tiempos. Quién no lo viera era un ciego y un tonto. Pero yo no sé por qué, si se amaban tanto —o al menos uno de los dos albergaba aún ese sentimiento— él terminó siendo cura. Estar muerta tenía sus ventajas. Me hacía ver el interior de las personas. Sé quién miente. Quién dice la verdad. A no ser qué esa persona fuera muy buena disfrazando sus sentimientos. Entonces yo solo sentía como si tuviera un espejo delante y el reflejo de esa persona rebotara sobre mí, solo dejándome ver su aspecto exterior.

—Hey, chicos —revoloteé alrededor de ellos intentando que me prestaran atención—. Tenemos que movernos.

Me di cuenta en vano que no me escuchaban, otra vez lo había olvidado que ni siquiera podían oírme. Era tan frustrante que no me vieran.

—Yo te veo, Berenice. ¿Por qué no me hablas a mí?

Oírlo hablar consiguió que mi cuerpo automáticamente —sin que yo lo consintiera— se girara hacia él. Odiaba que pronunciara mi nombre. Magnéticamente algo me seguía conectando a él. Había intentado pasar de sus incesantes miradas desde que nos hemos detenido, pero no podía evitar todo lo que me hacía sentir cuando me sumergía en esos profundos ojos verdes.

Sí, sentir. Estaba entre la vida y la muerte. Y Tymora se encargó bien de que toda emoción y sentimiento siguieran arraigados en mi cuerpo. ¿Para castigarme? No lo sé. Pero era una tortura. Y más desde que sé que él había vuelto.

—Tú me odias —le recordé intentando sonar firme.

—No te odio —me respondió de inmediato con una mirada dura.

—¿Ah no? —intenté comportarme, pero con él era imposible. Sacaba lo más irritante de mi aspecto de muerta—. Llámame Muerta. Creo que se te da mejor.

Me duele cada vez que salía de sus labios. Y es algo que ni siquiera debería importarme. Yo estaba muerta. Solo bastaba mirarme más de un segundo para saber que no pertenecía al mundo de los vivos. Y eso debería ser lo suficientemente valido para serle indiferente. Él no recordaba nada de su anterior vida. Y tal vez fuera lo mejor. Qué no me recordara. Tal vez fuera mejor no hablarle de que fui su mujer, su esposa, en otro tiempo, y decirle otra mentira. Dejé escapar un jadeo debilitado cuando dio una zancada hacia mí y su cuerpo se quedó a centímetros del mío. Yo podía sentirlo. Su calor, su masculinidad, cada fibra de su piel. Hasta como su respiración caliente se colaba en lo poco que mostraba de mi pecho desnudo. Pero sé que él a mí no podía ni siquiera sentirme. Nos mantuvimos la mirada durante unos segundos, intentando no flaquear en mi determinación de ser fuerte delante de él.

Me gustara o no, podía ver como ese bloque de hielo se erguía más sobre nosotros.

—Creo que no te das cuenta de por qué estoy tan cabreado contigo.

—Dímelo —eso pareció una súplica. Eres idiota, Berenice.

Sus ojos abrasadores recorrieron mi cuerpo, llenos de algo que no supe captar y de nuevo atrapó mi mirado dejándome sin aliento.

—Siento mucha rabia por no poder tocarte —endureció su mandíbula por la hostilidad, con unos ojos cegados de rabia—. Cada vez que intentas huir de mí, solo quiero cogerte del brazo, girarte hacia mí y...

Se calló de golpe, repasó una mano por su cara como si hubiera perdido la cordura y se alejó unos pasos farfullando algo intangible. Ojalá me hubiera puesto colorada, así sabría cuánto me habría afectado sus palabras, pero eso nunca llegó a suceder.

Lo seguí con la mirada sobresaltada por esa reacción.

¿Y qué? ¿Qué más? Quise gritarle.

Pero en el fondo de mi muerto corazón sabía la respuesta. No tenía por qué decirla en voz alta. Y lo mejor que había hecho era alejarse.

—Voy a buscar a Enzo y Adara —le aseguré al cabo de un minuto.

—Tú no te moverás de aquí —me exigió él con dureza girándose para retarme con ese carácter tan cerrado—. ¿Crees que no me doy cuenta de que te sientes débil?

Su preocupación era falsa. No sé qué intenciones tenía, pero quería que parara. Lo miré dolida.

—Tú no mandas sobre mí —me moví por el lugar para hacerle ver que me encontraba bien; aunque no era del todo así.

—A esto me refiero —soltó sulfurado—. Ahora mismo desearía poder acercarme y poder detenerte.

—Pero no puedes —logré decir en un susurro porque mi voz se quebró.

Él musitó algo que no logré escuchar y se marchó hacia Declan, encogiendo su rostro al ver más pálida a Aliza. Ahora centraban toda su atención en ella, eso debería haberme hecho sentir aliviada, pero fue todo lo contrario.

Perdí la mirada por el túnel. Tragué aire para deshacerme del nudo que se cerró en mi garganta. Mi lealtad con Enzo y Adara era mucho más fuerte que cualquier otra cosa en la Tierra. Incluso había desafiado a Tymora. Todas estas décadas de sumisión y obediencia con ella, y llegaron ellos y me hicieron cambiar.

Pero ahora mi prioridad era sacar a sus amigos de este lugar. Sé que ellos me lo pedirían por encima de cualquier cosa. Incluso si sus vidas pendían de un hilo.

Solo esperaba que Enzo y Adara, e incluso Shamus, se encontraran bien y a salvo.

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