โž€ Yggdrasil | Vikingos

Autorstwa Lucy_BF

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๐˜๐†๐†๐ƒ๐‘๐€๐’๐ˆ๐‹ || โ La desdicha abunda mรกs que la felicidad. โž Su nombre procedรญa de una de las leyendas... Wiฤ™cej

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โ” Proemio
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ โ” ๐˜๐ ๐ ๐๐ซ๐š๐ฌ๐ข๐ฅ
โ” ๐ˆ: Hedeby
โ” ๐ˆ๐ˆ: Toda la vida por delante
โ” ๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Fiesta de despedida
โ” ๐ˆ๐•: Una guerrera
โ” ๐•: Caminos separados
โ” ๐•๐ˆ: La sangre solo se paga con mรกs sangre
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ: Entre la espada y la pared
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Algo pendiente
โ” ๐ˆ๐—: Memorias y anhelos
โ” ๐—: No lo tomes por costumbre
โ” ๐—๐ˆ: El funeral de una reina
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ: Ha sido un error no matarnos
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Un amor prohibido
โ” ๐—๐ˆ๐•: Tu destino estรก sellado
โ” ๐—๐•: Sesiรณn de entrenamiento
โ” ๐—๐•๐ˆ: Serรก tu perdiciรณn
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Solsticio de Invierno
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No es de tu incumbencia
โ” ๐—๐ˆ๐—: Limando asperezas
โ” ๐—๐—: ยฟQuรฉ habrรญas hecho en mi lugar?
โ” ๐—๐—๐ˆ: Pasiรณn desenfrenada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No me arrepiento de nada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: El temor de una madre
โ” ๐—๐—๐ˆ๐•: Tus deseos son รณrdenes
โ” ๐—๐—๐•: Como las llamas de una hoguera
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ: Mi juego, mis reglas
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El veneno de la serpiente
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟPor quรฉ eres tan bueno conmigo?
โ” ๐—๐—๐ˆ๐—: Un simple desliz
โ” ๐—๐—๐—: No te separes de mรญ
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ: Malos presagios
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No merezco tu ayuda
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Promesa inquebrantable
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Yo jamรกs te juzgarรญa
โ” ๐—๐—๐—๐•: Susurros del corazรณn
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Por amor a la fama y por amor a Odรญn
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ๐ˆ โ” ๐•๐š๐ฅ๐ก๐š๐ฅ๐ฅ๐š
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mรกs enemigos que aliados
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐—: Una velada festiva
โ” ๐—๐‹: Curiosos gustos los de tu hermano
โ” ๐—๐‹๐ˆ: Cicatrices
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ: Te conozco como la palma de mi mano
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Sangre inocente
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐•: No te conviene tenerme de enemiga
โ” ๐—๐‹๐•: Besos a medianoche
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ: Te lo prometo
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: El inicio de una sublevaciรณn
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Que los dioses se apiaden de ti
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐—: Golpes bajos
โ” ๐‹: Nos acompaรฑarรก toda la vida
โ” ๐‹๐ˆ: Una red de mentiras y engaรฑos
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ: No tienes nada contra mรญ
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: De disculpas y corazones rotos
โ” ๐‹๐•: Dolor y pรฉrdida
โ” ๐‹๐•๐ˆ: No me interesa la paz
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: Un secreto a voces
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Yo ya no tengo dioses
โ” ๐‹๐ˆ๐—: Traiciรณn de hermanos
โ” ๐‹๐—: Me lo debes
โ” ๐‹๐—๐ˆ: Hogar, dulce hogar
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ: El principio del fin
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La cabaรฑa del bosque
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐•: Es tu vida
โ” ๐‹๐—๐•: Visitas inesperadas
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ: Ella no te harรก feliz
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El peso de los recuerdos
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No puedes matarme
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐—: Rumores de guerra
โ” ๐‹๐—๐—: Te he echado de menos
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ: Deseos frustrados
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Estรกs jugando con fuego
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mal de amores
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐•: Creรญa que รฉramos amigas
โ” ๐‹๐—๐—๐•: Brezo pรบrpura
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ: Ya no estรกs en Inglaterra
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Sentimientos que duelen
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟQuiรฉn dice que ganarรญas?
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐—: Planes y alianzas
โ” ๐‹๐—๐—๐—: No quiero perderle
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ: Corazones enjaulados
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Te quiero
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La boda secreta
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•: Brisingamen
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Un sabio me dijo una vez
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Amargas despedidas
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Te protegerรก
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐—: El canto de las valquirias
โ” ๐—๐‚: Estoy bien
โ” ๐—๐‚๐ˆ: Una decisiรณn arriesgada
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ: Tรบ harรญas lo mismo
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mensajes ocultos
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐•: Los nรบmeros no ganan batallas
โ” ๐—๐‚๐•: Una รบltima noche
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ: No quiero matarte
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ: Sangre, sudor y lรกgrimas
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Es mi destino
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐—: El fin de un reinado
โ” ๐‚: Habrรญa muerto a su lado
โ” ๐‚๐ˆ: El adiรณs
โ” ๐„๐ฉ๐ขฬ๐ฅ๐จ๐ ๐จ
โ€– ๐€๐๐„๐—๐Ž: ๐ˆ๐๐…๐Ž๐‘๐Œ๐€๐‚๐ˆ๐Žฬ๐ ๐˜ ๐†๐‹๐Ž๐’๐€๐‘๐ˆ๐Ž
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โ” ๐‹๐ˆ๐•: Yo no habrรญa fallado

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Autorstwa Lucy_BF

N. de la A.os aconsejo escuchar la canción de multimedia mientras leéis el capítulo. Así os resultará más fácil ambientar las escenas.

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──── CAPÍTULO LIV ───

YO NO HABRÍA FALLADO

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LOS SAJONES HABÍAN ACTUADO tal y como los Ragnarsson habían previsto, metiéndose directamente en la boca del lobo. Comandado por Æthelwulf, un gran ejército inglés había arribado a York de madrugada, cuando el sol apenas rayaba el horizonte. Estos habían ingresado en la ciudad a través de los antiguos muros romanos que aún quedaban en pie y que ya empezaban a desmoronarse en ciertos puntos por la acción del tiempo, creyendo que así pillarían por sorpresa a los paganos. El actual rey de Wessex estaba tan convencido de que en esa ocasión la victoria sería suya que había permitido que sus dos hijos, Æthelred y Alfred, lo acompañasen en aquella sangría, sin saber que en realidad los estaba conduciendo como ovejas al matadero.

Los cristianos se habían topado con una estampa que no esperaban: una ciudadela completamente desértica, excepto por algunas ratas que deambulaban a sus anchas por las recónditas arterias de piedra oscura.

Aquello los inquietó bastante, generando las primeras dudas, pero no lo suficiente para hacerlos retroceder. Dividieron sus fuerzas, yendo cada grupo en una dirección para así abarcar más terreno —siendo la iglesia el punto de encuentro—, y avanzaron en busca de enemigos a los que abatir. El aire viciado olía a humo, lo que provocaba que les picaran los ojos y la garganta y que apenas pudiesen distinguir el camino que seguían, aunque eso tampoco los detuvo.

York era grande, pero sus calles eran estrechas y serpenteantes, perfectas para sitiar enemigos. Los nórdicos habían aprovechado aquella ventaja, diseñando trampas mortales que habían causado las primeras bajas en las filas de los sajones. Habían cavado zanjas, colocado estacas y creado tranqueras para cortarles la retirada y forzarlos a ir por donde ellos querían. Les habían sorprendido con lluvias de flechas y los habían quemado vivos con antorchas y aceite hirviendo. Sus gritos de dolor y sufrimiento eran música para los oídos de los vikingos, quienes no estaban teniendo piedad con ellos.

Los nervios que antes le habían mordisqueado las entrañas se habían desvanecido sin dejar rastro, dando paso a una inconmensurable euforia. La adrenalina empezó a correr anárquica por sus venas al mismo tiempo que una familiar emoción la acompañaba, vigorizándola, haciendo que cualquier miedo e inseguridad quedase relegado a un segundo plano. Su espada estaba teñida de rojo y sus iris esmeralda centelleaban con un brillo casi febril.

Drasil miró a su alrededor, sus ojos delineados en negro saltando de un combatiente a otro. El humo era cada vez más espeso, lo que dificultaba bastante su visión. Ella y Eivør habían tomado caminos diferentes luego de que un grupo de soldados ingleses se les echara encima, obligándolas a separarse, y ahora la hija de La Imbatible no podía evitar buscar a su mejor amiga en cada skjaldmö con la que se cruzaba. No obstante, se forzó a no perder la calma y a mantener la cabeza fría.

Elevó su escudo cuando un beligerante del bando contrario echó a correr hacia ella con su arma en ristre. Detuvo la embestida sin apenas esfuerzo y contraatacó, enarbolando su espada con rudeza. En tres movimientos tuvo al cristiano muerto a sus pies, con un profundo corte en el lateral de su cuello.

Pensó también en Ubbe, en si estaría sano y salvo. No le había vuelto a ver desde que se habían despedido hacía ya una hora, poco antes de que Æthelwulf y sus hombres irrumpieran en la ciudad. El primogénito de Ragnar y Aslaug le había prometido en la intimidad de su carpa que volverían a verse una vez que la batalla hubiese finalizado, y Drasil había querido creerle. Necesitaba hacerlo, de lo contrario... Prefería no imaginarlo. La sola idea de que pudiese sucederle algo la dejaba sin aliento.

Sacudió la cabeza con brusquedad, a fin de librarse de esos pensamientos que no hacían más que trastocarla y distraerla de lo verdaderamente importante: la contienda que estaba teniendo lugar a su alrededor. Así pues, respiró hondo y trató por todos los medios de dejar su mente en blanco, para después ordenarles a sus piernas que se pusieran en movimiento.

La escudera recorrió la caóticas calles sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, esquivando cuerpos tanto de vivos como de muertos y enfrentándose a todo aquel que se interponía en su camino.

El sol se había ocultado tras unas oscuras nubes que auguraban tormenta. Su luz apenas rasgaba aquella densa cortina incorpórea, provocando que York permaneciera sumida en una lobreguez crispante. Aquello, junto con la neblina ocasionada por el humo —cuyo propósito era despistar y desorientar a los sajones—, hacía que Drasil tuviera la sensación de estar atrapada en el frío Niflheim, el reino de la oscuridad y las tinieblas. Casi podía sentir la temible presencia del dragón Níðhöggr, que roía sin cesar las raíces del fresno perenne Yggdrasil.

Fue entonces cuando vislumbró un rostro familiar entre aquel maremágnum de terror y confusión.

Drasil se detuvo en seco ante la exuberante melena rojiza que ondeaba al viento. Su dueña, Liska, luchaba contra un par de ingleses que la tenían acorralada contra la pared. A la muchacha le estaba costando bastante deshacerse de ellos, a pesar de que siempre aprovechaba la más mínima oportunidad para alardear de sus habilidades en combate.

En un pequeño traspié por parte de uno de los hombres, Liska logró desarmarlo. La pelirroja fintó y hundió el filo de su espada en el pecho de su adversario, horadando su peto y causándole una herida mortal. Estuvo a punto de hacer lo mismo con el otro, pero este fue mucho más rápido y, de una brutal embestida, la despojó de su broquel. Liska reculó unos pasos, tambaleante. El muro que tenía detrás impidió que cayera al suelo, pero también la dejó a merced de aquel cristiano que se había empeñado en ser su verdugo.

Desde su posición la hija de La Imbatible lo presenció todo con el corazón en un puño. No habían vuelto a dirigirse la palabra desde aquel día, desde que ambas se batieron en duelo públicamente, originando un enorme revuelo en el campo de entrenamiento. Drasil había dejado muy clara su postura cuando la venció delante de todos y Liska había sido lo suficientemente inteligente como para no echar más leña al fuego. Se habían evitado en la medida de lo posible, concediéndose una especie de tregua, pero los dioses tenían un sentido del humor bastante retorcido y habían considerado oportuno hacer que sus caminos volvieran a cruzarse ese día.

No soportaba a Liska, aquello era más que evidente. Desde que se conocían la pelirroja se había dedicado a humillarla y menospreciarla, haciéndola de menos y dando a entender que no merecía estar donde estaba, que no era buena skjaldmö. Le había espetado en más de una ocasión que todo lo que tenía lo había conseguido por ser hija de quien era y no por méritos propios.

Habían sido tantos los desplantes, tantos los comentarios malintencionados y las palabras hirientes que, por un momento, quiso pasar de largo y hacer como si no hubiera visto nada. Y estuvo a punto de hacerlo, pero algo dentro de ella se lo impidió. Una fuerza superior que la mantuvo clavada en el sitio.

Maldijo para sus adentros, consciente de que, de ser al contrario, la pelirroja no la ayudaría. Por suerte para Liska, Drasil no era como ella. No sabía si eso la convertía en una estúpida o en una ingenua —puede que en ambas cosas—, pero si de algo estaba segura era que no podía quedarse de brazos cruzados por muchos problemas que hubiesen tenido. Iba en contra de su naturaleza.

Así que no pensó, actuó. Desenvainó su viejo cuchillo, aquel que siempre llevaba amarrado a su muslo izquierdo, y lo lanzó con todas sus fuerzas. La distancia que la separaba de su objetivo no era mucha, de modo que dio en el blanco sin ninguna dificultad. Un tiro limpio.

La hoja se hundió en la espalda del sajón, concretamente en su omóplato derecho, provocando que este cayera sobre sus rodillas y dejase escapar un berrido de dolor. Trató de deshacerse él mismo del puñal, pero fue incapaz de hacerlo. El mero hecho de levantar el brazo le suponía una auténtica tortura.

En cuanto Liska se recuperó de la turbación inicial, blandió su arma con un elegante movimiento de muñeca y le asestó el golpe de gracia. El cadáver del hombre se desplomó sobre el suelo con un ruido sordo. Su sangre no demoró en manchar las botas de la pelirroja, aunque a esta no pareció importarle. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y desvió su atención hacia Drasil, que la observaba con una mueca indescifrable contrayendo sus facciones.

La más joven avanzó hacia el cuerpo sin vida del soldado y cogió su daga, guardándola después en su respectiva vaina. No habló, tampoco lo hizo Liska. Las dos se sostuvieron la mirada durante unos instantes, tanteándose. La pelirroja abrió la boca con la intención de decir algo, pero volvió a cerrarla luego de pensárselo mejor. Su ceño se frunció y sus labios se curvaron en una mueca desdeñosa.

Aquello fue aliciente suficiente para que Drasil rompiera el contacto visual con ella y reanudase su camino.

Una riada de enfado afluyó en la hija de La Imbatible. Le acababa de salvar la vida a Liska, ¿y así era cómo se lo agradecía? ¿Tanto le costaba dejar su orgullo a un lado y articular un simple «gracias»? Por lo visto, sí. Aunque no sabía de qué se sorprendía, poco se podía esperar de alguien como ella.

La pelirroja solo se preocupaba de sí misma, todo lo demás no le importaba. Era demasiado egocéntrica y presuntuosa, tanto que, por un momento, Drasil se arrepintió de haberse inmiscuido. Tendría que haber dejado que se las apañara sola, así al menos no le habría dado la oportunidad de despreciarla de nuevo.

Sin dejar de avanzar por las caóticas calles de York, que se habían convertido en un peligroso laberinto en el que hasta el más mínimo descuido podía costarte la vida, la muchacha se obligó una vez más a despejar su mente de pensamientos infructuosos, alejando cualquier cavilación que pudiera desconcentrarla.

Con su escudo en alto y su espada erguida, torció en una de las esquinas, dispuesta a seguir peleando. El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando, inesperadamente, se topó con un guerrero inglés que venía en sentido contrario. A ambos les dio tiempo a detenerse antes de que chocaran el uno con el otro, incluso se tomaron unos segundos para poder examinarse mutuamente, sumidos aún en un estado de desconcierto.

Drasil se sorprendió al atisbar a un joven de más o menos la edad de Ubbe —puede que dos o tres años mayor que él—, de tez clara, cabello oscuro y ojos negros como la noche. Lucía el uniforme propio de los soldados sajones, con el emblema de Wessex bordado en el jubón que llevaba bajo la armadura. El casco debía haberlo perdido durante la reyerta, dejando al descubierto una maraña de rizos ensortijados que se le pegaba a la frente debido al sudor que tiznaba su piel.

Al cristiano pareció abrumarle el hecho de que fuera una mujer. Su fisonomía se había crispado en un rictus inquieto y turbado y sus mejillas habían perdido considerablemente el color, como si luchar contra alguien del sexo opuesto no entrara en sus planes. Sometió a la escudera a un riguroso escrutinio, reparando en la sangre que ya manchaba su arma y en la fiereza que transmitía su mirada. Le resultó imposible no tragar saliva ante semejante imagen.

Vaciló, dudando entre si atacar o no. Drasil, por el contrario, no mostró ningún tipo de inseguridad al respecto. Se impulsó sobre la punta de sus pies y se abalanzó sobre el muchacho, que apenas tuvo tiempo de reaccionar.

El metal destelló a la luz del sol; las espadas entrechocaron y se retiraron, y volvieron a hacer lo mismo instantes después. La castaña comenzó a andar en círculos alrededor de su nuevo contrincante, que no parecía estar muy por la labor de tomar la iniciativa. Siseó entre dientes y acortó nuevamente la distancia que los separaba, descargando toda su furia contra él.

El soldado contrarrestó todas las ofensivas, limitándose a defenderse. Aquello sulfuró a Drasil, que no titubeó a la hora de fintar y arrebatarle el broquel de un golpe seco con el suyo propio. Su adversario retrocedió, aturdido. Hizo el amago de alejarse de ella para así ganar algo de tiempo, pero la skjaldmö no le dio ni un solo respiro. Esta volvió a echársele encima con una energía arrolladora, forzándole a que le siguiera el ritmo.

El tiempo se desdibujó en torno a ellos, haciendo que perdiesen todo tipo de noción. Drasil giró sobre sí misma y estampó el umbo de su escudo en el torso del joven. Acto seguido, dirigió su arma hacia su costado izquierdo, infligiéndole un profundo tajo allá donde su peto no le protegía. El sajón profirió un alarido e intentó defenderse, pero, antes de que tuviera la ocasión de hacerlo, la hija de La Imbatible lo golpeó en la mandíbula con la empuñadura de su espada. El chico se bamboleó, notando cómo el férrico sabor de la sangre se abría paso en su boca, justo antes de perder el equilibrio y precipitarse al suelo.

Drasil lo observó desde arriba, con la respiración agitada y el filo de su acero amenazando su cuello. El inglés se removió bajo ella, desesperado. La herida de su abdomen palpitaba con virulencia, como si gozase de vida propia, pero el dolor se estaba viendo aplacado por la adrenalina que corría libremente por su organismo. Cerró los ojos y esperó un último cintarazo, el decisivo, pero este nunca llegó.

Contra todo pronóstico, la castaña bajó su arma, lo que hizo que el muchacho parpadeara con confusión. Sus orbes verdes lo escrutaban con intensidad, como si quisiera ver a través de él, desentrañar los oscuros secretos que guardaba.

Jamás había visto unos ojos tan vivaces y expresivos.

Todo a su alrededor empezó a dar vueltas. La visión se le nublaba a intervalos regulares, ocasionando que la sensación de mareo fuese aún peor. Luego el mundo titiló para él y se tiñó de negro.

Una lluvia torrencial caía sobre ellos. El sol había terminado de ocultarse tras los oscuros nubarrones que se habían adueñado del cielo y la tierra del suelo se había convertido en barro. El agua de los charcos se mezclaba con la sangre de los caídos y el eco de la tormenta se veía eclipsado por los gritos y alaridos de aquellos que aún quedaban en pie, luchando por sus vidas. El humo ya había comenzado a esparcirse gracias a una suave brisa, mejorando la visibilidad de los combatientes, pero la batalla, que ya había alcanzado su punto álgido, continuaba segando numerosas vidas.

El caos reinaba en la plaza de la ciudadela. Tanto paganos como cristianos peleaban con gran valor y tesón, dándolo todo por la espada, por sus principios e ideales, por sus valores y convicciones. Aquella estaba siendo una lucha encarnizada, pero ningún bando parecía tener la menor intención de echarse atrás, al menos por el momento.

Eivør tomó una bocanada de aire luego de deshacerse del último enemigo al que se había enfrentado. El cansancio ya empezaba a hacer presa de ella, entumeciéndole los músculos y entrecortando su respiración, pero se obligó a no pensar en ello. Había perdido su broquel por culpa de un maldito indeseable que le había puesto las cosas un tanto difíciles, por lo que en su mano derecha portaba una espada larga y en la izquierda su hacha arrojadiza. Cruzado sobre el pecho llevaba un arco y colgado a la espalda un carcaj que apenas contenía cinco saetas. Ella había formado parte del grupo de arqueros que había sorprendido a los sajones al principio de la contienda, acribillándolos con una lluvia de flechas que no habían podido eludir, para después unirse a la infantería y cargar directamente contra ellos.

Se agachó cuando un soldado inglés enarboló su arma hacia ella, ejecutando un mortífero golpe de barrido. La escudera aprovechó aquel movimiento para realizar un corte en su pierna izquierda. El hombre bramó en consecuencia y ella no lo dudó a la hora de clavarle su hacha en el vientre. Oyó cómo el guerrero esputaba su propia sangre, maldiciéndola en su idioma, justo antes de enviarlo al suelo de una patada.

Eivør se echó el pelo hacia atrás y miró a su alrededor. Desde su posición pudo avistar a Ubbe, que contendía con bravura y determinación, como solo un hijo de Ragnar Lothbrok podría hacer. También escuchaba los chillidos coléricos de Ivar, quien, empeñado en participar en la reyerta, se había presentado montado en el carro que Floki le había fabricado antes de que este abandonara Inglaterra, destrozado por la muerte de Helga.

Con lo que no había contado El Deshuesado, sin embargo, era que lo tirarían del carromato, haciendo que perdiese la ventaja que le conferían los caballos. Aunque aquello no le había supuesto ningún problema, dado que con su sola presencia había logrado amedrentar a los cristianos, que no se habían atrevido a acercarse a él.

Sus iris pardos fueron a parar a una figura en particular que había llamado irremediablemente su atención. Se trataba de un chico joven de porte regio y mirada penetrante. Cada palmo de su cuerpo exudaba poder, por no mencionar su vestimenta: no llevaba el traje típico de los soldados ingleses, sino una ropa mucho más fina y sofisticada, lo que le llevó a la conclusión de que no era un beligerante cualquiera, sino uno de los vástagos de Æthelwulf.

Sonrió con malicia, casi relamiéndose ante las posibilidades que se le pasaron por la cabeza. Puede que ese fuera su día de suerte y todo.

Echó a correr hacia su nuevo objetivo, aniquilando a un par de sajones en el proceso, y se aproximó a él por la espalda. Traicionera como una serpiente, blandió su espada hacia el príncipe, a fin de pillarlo desprevenido y, con un poco de suerte, matarlo de un solo envite.

Pero no fue así, ni mucho menos. 

Este la vio por el rabillo del ojo y, antes de que la hoja pudiera atravesarlo, giró sobre sí mismo y esquivó la acometida. Sus ojos azules se posaron en los castaños de Eivør, que había adquirido una posición defensiva.

La skjaldmö lo observaba con diversión, como si aquello fuera un juego para ella, un pasatiempo. Lo acechaba en la distancia como una depredadora, traspasándolo con su afilada mirada, buscando sus puntos débiles. Al muchacho tanto escrutinio comenzó a exasperarlo, de manera que optó por tomar la iniciativa, ansioso por darle su merecido. Empuñó su arma con osadía y arremetió contra Eivør, que rio entre dientes.

Sus espadas entonaron una canción de hierro y furia que fue tornándose más letal a medida que transcurrían los minutos.

El príncipe era impulsivo y visceral, se dejaba llevar por el instinto con demasiada facilidad y tendía a subestimar a sus contrincantes, sobre todo si estas eran féminas. Eso era algo que la morena había aprendido en el tiempo que llevaba allí: las mujeres inglesas no eran como las escandinavas. Ellas no luchaban y, por lo que tenía entendido, apenas poseían autoridad. Vivían en un mundo hecho por y para hombres, quedando relegadas únicamente a las labores domésticas y a la crianza de los hijos. Y era precisamente eso lo que hacía débiles a los cristianos, porque no sabían lo que una mujer era capaz de hacer por sí misma. Lo peligrosas que podían llegar a ser en igualdad de condiciones. Para ellos eran simples yeguas de cría, no veían más allá de eso y mucho menos las consideraban dignos rivales.

Eivør se encargó de demostrarle a ese principito de tres al cuarto lo equivocados que estaban. No tuvo piedad con él, así como tampoco la había tenido con ninguno de los sajones que se habían cruzado en su camino. Debía reconocer que el joven peleaba bien, pero le faltaba picardía y experiencia, y ella era muy pérfida y aviesa. No le importaba jugar sucio, nunca había tenido reparos a la hora de hacerlo. En el campo de batalla no había reglas, ahí solo prevalecía la ley del más fuerte. Así que no titubeó a la hora de hacer uso de golpes bajos y triquiñuelas para despistar al muchacho y forzarlo a que perdiera terreno.

En uno de los viajes, la chica dirigió el filo de su arma hacia la cabeza del príncipe. Este consiguió echarse atrás antes de que el daño fuera irreversible, pero no se libró de un corte en el pómulo derecho. La sangre, de un rojo rubí contra el gris de la tormenta, resbaló por su armadura.

En ese preciso instante, alguien gritó su nombre: «Æthelred». Eivør lo reconoció entonces como el primogénito de Æthelwulf.

Todo ocurrió tan rápido que, en menos de un pestañeo, el actual rey de Wessex entró en escena e hizo a un lado a su retoño, alejándolo de la pagana. Æthelwulf la encaró con la rabia congestionando su semblante. Sus ojos, fijos en Eivør, parecían encontrarse en llamas.

La morena esbozó una sonrisa indolente que crispó los ya alterados nervios del hombre, lo que le empujó a gruñir por lo bajo. Eivør esgrimió la espada que sostenía en su mano derecha y bramó su desafío. Æthelwulf no tardó en corresponderla, iniciando un duelo contra ella que no tenía la intención de perder.

Ambos se sumieron en un baile macabro en el que atacaban, se defendían y volvían a atentar contra su rival. Se notaba que estaban agotados, que las fuerzas ya les flaqueaban. Poco a poco sus movimientos fueron perdiendo agilidad y precisión, ralentizando el combate.

La respiración de Eivør se agitó mientras su mente se ponía en funcionamiento, tratando de buscar la forma de librarse de Æthelwulf, que estaba dispuesto a lo que fuera con tal de acabar con ella. No en vano había intentado liquidar a uno de sus hijos, quien ahora luchaba contra otro miembro del Gran Ejército.

Sus tretas y artimañas no surtían el efecto deseado en el monarca inglés, que estaba cegado por la ira. Siseó de dolor cuando la hirió en el brazo, obligándola a retroceder. Se llevó la mano en la que sujetaba el hacha hacia la zona lastimada y tiñó los dedos índice y corazón con su propia sangre. Le lanzó una mirada incendiaria a Æthelwulf, que jadeaba debido al esfuerzo, y escupió a sus pies. El hombre dijo algo en su idioma y ella le respondió insultándolo en el suyo.

Eivør cambió su peso de una pierna a otra, analizando sus posibilidades. Æthelwulf era un gran guerrero, de eso no cabía la menor duda, pero no pensaba con la cabeza fría. Ella, en cambio, era pragmática y calculadora, y también más ágil y rápida. Podía usar eso a su favor y acabar con aquel absurdo juego de una vez por todas.

Se dispuso a hacerlo, convencida de que saldría airosa del asalto, pero, antes de que pudiera poner sus piernas en funcionamiento, un nuevo grito de Æthelwulf la dejó paralizada. 

La escudera miró en la misma dirección en que lo hacía el soberano, topándose a unos metros de distancia con Æthelred, que había recibido un flechazo en el hombro y ahora se encontraba postrado de rodillas.

El pánico se apoderó de Æthelwulf, que dejó atrás a Eivør para acudir en ayuda de su hijo. La joven hizo el amago de ir tras él, puesto que era ahora o nunca, pero la llegada de varios jinetes sajones la disuadió de hacerlo.

Intercambió una última mirada con el hombre, justo antes de que este ayudara a Æthelred a levantarse y lo condujera a un lugar seguro.

Poco tiempo después los ingleses empezaron a replegarse, huyendo de aquella ratonera en la que los superaban en número y armamento.

Situada donde estaba, Eivør pudo divisar al hombre que, desde su caballo, estaba dando la orden de retirada. No era Æthelwulf, ya que este había escapado junto a su primogénito hacía ya unos minutos, sino que se trataba de aquel guerrero al que había visto combatir contra varios de los suyos. Su manejo de la espada era impecable y su desenvoltura en el campo de batalla digna de admirar y alabar. No sabía quién era o qué papel jugaba en el bando enemigo, pero era peligroso. Mucho.

No entendía lo que decía, aunque tampoco le importaba. Se meaba en él y en sus discursos envalentonados. Se creía superior a ellos por el mero hecho de ser cristiano, por creer en aquel dios sin rostro que ni siquiera era mortal.

Se cansó de tanta palabrería y aseguró su espada y su hacha al talabarte que llevaba atado alrededor de la cintura, para posteriormente asir su arco y una flecha de su aljaba. Colocó la saeta en la cuerda y la tensó, apuntando después a su objetivo. La lluvia empañaba su visión y los constantes movimientos del corcel no mejoraban las cosas. Aun así, no desperdició la oportunidad y disparó.

Masculló algo ininteligible cuando el proyectil se clavó en su brazo en vez de en su torso, que era donde ella había apuntado. El hombre se dobló sobre sí mismo, pero no demoró en recobrar la compostura. Volvió a erguirse sobre su montura y se extrajo él mismo la flecha mientras buscaba con la mirada al arquero. Cuando dio con él —o ella, en este caso— le enseñó los dientes en una mueca feroz, gesto que Eivør correspondió al instante. Acto seguido, espoleó a su caballo e inició el galope, abandonando la ciudadela.

Con la ausencia de los sajones, que habían escapado con el rabo entre las piernas, la calma y la quietud se adueñó de York, a excepción de los sollozos de aquellos que habían resultado heridos.

Eivør se permitió bajar la guardia, exhausta. Hizo rotar su cuello en círculos, intentando liberar sus ateridos músculos de la tensión que la había embargado desde que el enfrentamiento había dado comienzo. Inspeccionó la herida de su brazo y soltó todo el aire que había estado conteniendo cuando se cercioró de que no era grave.

Tras ella, alguien carcajeó.

La morena se volteó hacia Ivar, que continuaba exactamente en el mismo sitio que la última vez que lo había visto: sentado en el suelo y con la espalda apoyada en su carro —o en lo que quedaba de él—. El menor de los Ragnarsson estaba cubierto de sangre y barro, pero su sonrisa desquiciada seguía ahí, tirando de las comisuras de sus labios. 

Ante la manera en que la escudriñaba, Eivør puso los ojos en blanco.

—Yo no habría fallado —pronunció Ivar.

La skjaldmö giró sobre sus talones para poder terminar de encararlo. Ella también estaba hecha un desastre, con la trenza deshecha y lodo y sangre por todos lados. Estaba deseando poder quitarse la suciedad de encima y dormir durante horas.

—¿Quieres que pruebe contigo? Quizás así me motive más —soltó Eivør con fingida dulzura. Volvió a colgarse el arco a la espalda y echó un vistazo rápido a su alrededor. Había infinidad de cadáveres, tanto de cristianos como de paganos.

Un molesto nudo se aglutinó en su garganta, constriñéndole las cuerdas vocales. Esperaba que Drasil estuviera bien y que pronto se reuniese con ella.

El Deshuesado se encogió de hombros.

—Hazlo, si quieres. Pero yo no te lo aconsejaría.

—¿Ah, no? —La muchacha frunció el entrecejo, poblando su frente de arrugas. Ivar, por su parte, ensanchó aún más su sonrisa. Se notaba que aquel tira y afloja le divertía, y mucho. Aquello irritó a Eivør, que avanzó hacia él con paso firme y decidido. Cuando se detuvo frente al caudillo vikingo, compuso su mejor mueca de aversión—. Puede que todos te teman, pero yo no te tengo miedo —declaró, vehemente e impetuosa.

Ivar rio por lo bajo, buscando provocarla.

—Pues deberías —contradijo.

La chica entornó los ojos y ladeó ligeramente la cabeza, como si tuviera ante ella un enigma imposible de descifrar. Realmente su egocentrismo no conocía límites. Se creía el dueño y señor de todo, cuando solo era un crío caprichoso y consentido.

—No, el que debería temerme eres tú —impugnó ella.

—¿Eso es una amenaza? —El Ragnarsson carcajeó de nuevo—. Vaya, esperaba algo mejor viniendo de ti —se mofó.

Eivør se acuclilló para así tenerlo a su misma altura. Aquel gesto no le gustó nada a Ivar, que sustituyó su expresión jactanciosa y petulante por una seria y hastiada.

Un brillo hostil centelleó en los orbes celestes del tullido, que comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. Sabía que aquel movimiento por parte de la joven había sido malintencionado, como burla hacia él por la inutilidad de sus piernas, que le impedían mantenerse en pie. Para recordarle lo que era y siempre sería.

—No te equivoques, Ivar —corrigió Eivør con voz calmada y sibilina—. Si Lagertha no os ha matado es por respeto a Ragnar. A mí, en cambio, no me detiene nada. De modo que si no quieres acabar con las tripas en el suelo, más te vale no provocarme.

No esperó una contestación por parte del aludido. Se incorporó y, tras dedicarle una última mirada, se dispuso a buscar a su mejor amiga. No quería malgastar ni un segundo más de su preciado tiempo con él.

Lejos del peligro, la adrenalina y el miedo que habían recorrido su cuerpo se evaporaron, dando paso a un inmenso vacío. El agotamiento cayó sobre él como una losa de piedra, opresiva y asfixiante. Una desagradable rigidez se apoderó de sus extremidades, que ardían a causa del esfuerzo físico al que habían sido sometidas, pero aquello no le impidió seguir avanzando.

La tormenta continuaba fragmentando el cielo, persistente. Thor golpeó su yunque con más fuerza de lo usual y un trueno resonó por todo York, clamando por los caídos.

Ubbe Ragnarsson caminaba por aquel cementerio de almas con la vana esperanza de reencontrarse con la mujer que había ocupado sus pensamientos gran parte de la batalla. Ahora que todo había acabado —al menos por el momento— y que ya no había enemigos a los que abatir, el guerrero sentía la acuciante necesidad de encontrarla para poder asegurarse de que estaba bien. Porque lo necesitaba. Necesitaba comprobar con sus propios ojos que no había sufrido ningún daño y que estaba a salvo, lejos de todo peligro.

No podía volver a pasar por lo de hacía unos meses, cuando estuvo a punto de perderla. La sola idea de que hubieran herido a Drasil o algo peor le ponía el vello de punta. Simplemente no podía imaginárselo, era demasiado doloroso. Demasiado inconcebible. Por eso tenía que dar con ella, para que la desazón que le oprimía el pecho desapareciera. Para poder probar una vez más el dulce sabor de sus labios y sentirla junto a él.

Trató por todos los medios de mantener la calma y no ceder a esa vorágine de emociones que se agitaba en su interior. Allá donde mirase, solo había cascarones vacíos, cuerpos inertes. Los heridos gimoteaban para que los diferenciaran de aquellos que ya no estaban en Midgard, suplicando ayuda. Hombres, mujeres, viejos, jóvenes... El Ángel de la Muerte no hacía distinciones a la hora de arrebatar vidas.

Ubbe tragó saliva, encomendándose a todos y cada uno de los dioses para que la hija de La Imbatible no fuera una de ellos. Sacudió la cabeza para librarse de esos pensamientos tan lacerantes y tortuosos y continuó andando, sin cesar en su desesperada búsqueda.

Fue entonces cuando la vio.

Estaba sucia y empapada. Su cabello castaño ya no permanecía recogido en una tirante trenza, sino que ahora estaba suelto, cayendo en forma de cascada por su espalda. El maquillaje de sus ojos se había corrido, pero al muchacho le pareció verla más bella que nunca. 

El nudo de preocupación que se había apiñado en su estómago se aflojó de inmediato, permitiéndole suspirar de puro alivio. Ancló los pies en el suelo terroso cuando su mirada y la de Drasil se encontraron, lo que provocó que su corazón aumentara el ritmo de sus latidos.

La expresión de la escudera cambió radicalmente al vislumbrar al primogénito de Ragnar y Aslaug, que la observaba en la distancia con unas ansias y un anhelo que la dejaron anonadada. Verlo allí, a tan solo unos metros de ella, la hizo sentir tan plena y dichosa que no pudo hacer otra cosa que sonreír. Ubbe también lo hizo, justo antes de que la skjaldmö echara a correr hacia él, que se preparó para recibirla.

Poco a poco la distancia que los separaba fue menguando, hasta que esta dejó de existir. Drasil saltó sobre él, enredando las piernas alrededor de su cintura, y Ubbe la cogió al vuelo. Y cuando ella entrelazó las manos detrás de la nuca del caudillo vikingo y lo miró a los ojos, la opinión de los demás dejó de importar y acercó sus labios a los ajenos para besarlos.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis amados lectores!

Soy consciente de que hacía bastante tiempo que no actualizaba esta historia (creo que justo un mes), pero quería escribir por mi cuenta para así tener varios capítulos de reserva e ir adelantando trabajo. Por suerte para todos, ya tengo escritos tres capítulos más aparte de este, so intentaré no demorarme tanto en publicar el siguiente, que va a ser bastante intensito y dramático, ya os lo adelanto, jeje. Pero bueno, para compensar mi ausencia, os he traído el cap. más largo hasta el momento. Tiene 5600 palabras, nada más y nada menos x'D Creo que me he venido muy arriba, pero no he querido dividirlo porque sino habría perdido la gracia, así que espero que no se os haya hecho muy pesado de leer >.<

Decidme, ¿qué os ha parecido? Porque es un capítulo repleto de acción y suspense. O sea, es la primera vez que escribo un cap. con tantas escenas de lucha (y sin apenas diálogo), porque el 95% de su contenido se centra en la batalla de York, y pues... Ya os podéis imaginar lo mucho que he sufrido redactándolo xD De hecho, me tiré varias semanas escribiéndolo. Me ha costado un ovario y medio, pero creo que al final no ha quedado tan mal. O eso quiero pensar, jajaja.

El caso es que han pasado muchas cositas en este capítulo. Primero hemos tenido una pequeña dosis de Liska, que se pasa de rancia a veces xD Luego el enfrentamiento de Drasil con ese joven sajón (¿teorías? (͡° ͜ʖ ͡°)). LAS DOS ESCENAS DE NUESTRA DIOSA EIVØR, que ya iba siendo hora de que le cerrase la boca a Ivar. Y LA MINI ESCENA DRABBE. ¿Soy la única a la que se le ha caído la baba con esa última parte? Porque son demasiado bonitos y perfectos juntos, ay. Aparte de que echaba de menos sus escenas, para qué os voy a mentir xD Así que... ¿opiniones?

Por cierto, me dicen por el pinganillo que apuntéis en vuestras agendas el capítulo 57, porque va a ser EL CAPÍTULO, ya que va a ocurrir algo que SE ESTÁ HACIENDO DE ROGAR DEMASIADO. Y también que vayáis preparando las antorchas para el 58, porque voy a descargar toda mi crueldad en él y me vais a odiar mazo :D

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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