El amor no existe hasta que l...

Od Ploplea

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¿Quién no ha soñado con un amor de verano? Todo el mundo lo ha hecho. Para Ángela, por algunos conocida como... Více

Sinopsis
1 - Puerto de Valencia
2 - Puerto de Valencia
3 - Puerto de Valencia
4 - Mar Mediterráneo
5 - Puerto de Palma de Mallorca
6 - Puerto de Palma de Mallorca
7 - Puerto de Palma de Mallorca
8 - Palma de Mallorca
10 - Puerto de Montecarlo
11 - Mar Mediterráneo
12 - Mar Mediterráneo
13 -Puerto de Livorno
14 - Puerto de Livorno
15 - Firenze
16 - Firenze
17 - Firenze
18 - Puerto de Livorno
19 - Mar Mediterráneo
20 - Mar Mediterráneo
21 - Puerto de Civitavecchia
22 - Roma
23 - Roma
24 - Mar Mediterráneo
25 - Mar Mediterráneo
26 - Mar Mediterráneo (Especial Ivan)
27 - Mar Mediterráneo
28 - Mar Mediterráneo
29 - Mar Mediterráneo
30 - Mar Mediterráneo
31 - Mar Mediterráneo
32 - Puerto de La Valletta
33 - La Valletta
34 - Mar Mediterráneo
35 - Mar Mediterráneo
36 - Mar Mediterráneo
37 - Mar Mediterráneo
38 - Mar Adriático
39 - Mar Adriático
40 - Mar Adriático
41 - Mar Adriático
42 - Mar Adriático
43 - Stazione Marittima de Venezia
44 - Epílogo. En medio de alguna parte

9 - Mar Mediterráneo

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Od Ploplea

La visita de mi Jaime a mi lugar de excursión con el crucero me deja peor de lo que creía. No es que me haya sentado mal que viniese, al contrario, me ha alegrado tanto que la despedida es totalmente un asco.

Primero, al despedirnos en el puerto a la hora que mi madre nos indica, ninguno quiere despegarse del otro. Y pensar que un día antes me había montado en el crucero con la idea de poder separarme de mi novio durante todos estos días de excursión.

Pero eso no es todo, cuando subo a bordo lo primero que hago es meterme en mi camarote. Me ducho, pero no pienso en cenar. Incluso mi madre llama un par de veces a mi puerta para avisarme de la genial cena que nos espera. Para un día en todo el crucero que hacen noche marroquí con sus comidas y música marroquíes y voy yo y me lo pierdo.

No me apetece nada salir de mi camarote. Lo peor de todo es que hoy toca día en el barco porque Mónaco está lo bastante lejos de Palma de Mallorca como para que de un día para otro hayamos llegado a esta velocidad.

Así que, para evitar a Ivan y no sentirme culpable cada vez que lo veo porque casi pienso que me gusta más que Jaime, decido no salir de mi camarote en todo el día. No piso la piscina ni el gimnasio. Ni siquiera el buffet para el almuerzo o el desayuno. En su lugar, le pido a mi padre que me traiga un par de sándwiches y zumos para pasar el día viendo la tele y durmiendo. Al final del día estoy tan cansada de ver la misma imagen del trayecto del barco que creo que voy a soñar con barquitos. Una vez más pienso que debería haberme traído el libro que me dejó mi prima. Al menos así la ausencia de Jaime la llevaría mejor.

Ahora creo que sí tengo ganas de que llegue septiembre.

Cuando llega la noche y me despierto de mi segunda siesta, alguien llama a la puerta.

Me levanto de la cama entre resoplidos y la abro. Al otro lado encuentro a mi madre.

–Me siento culpable por haber sido cómplice de Jaime –confiesa.

Entra y cierra la puerta. Yo me paso la lengua por los labios.

–Está bien, mamá. Me ha gustado la sorpresa.

No miento, pero tampoco le digo que quizá sin su sorpresa disfrutaría más de estas vacaciones con Ivan, Dioni y Tatiana. A propósito, espero no verlos en todo lo que queda de crucero.

–No está bien. Si estuviera bien habrías salido a la piscina o incluso a correr, al gimnasio, como dijiste que harías antes de subir.

Me encojo de hombros.

–No voy a dejar que te quedes sola aquí, que lo sepas. Anoche no cenaste y las cenas no las traen al camarote, así que no tienes excusa para no cenar.

–No tengo hambre –me apresuro a contestar, pero mis tripas me dejan en vergüenza cuando empiezan a rugir. La verdad es que no me extraña, una no puede alimentarse con dos sándwiches al día. Mi madre levanta una ceja–. Vale, ahora me arreglo y salgo.

Mi madre me dedica una sonrisa y me abraza.

–No estés mal. Piensa que un día más aquí es un día menos que te queda para verlo.

–¡Pero no lo veré en todo el verano!

Nos separamos y mi madre coloca sus manos sobre mis hombros.

–Podemos hablar con sus padres y los abuelos para que se venga a la playa. ¿Qué te parece?

No digo nada, pero es que hay sonrisas que se adelantan a las palabras. Mi sonrisa se adelanta esta vez.

*******

A las nueve en punto, como acordamos el primer día de crucero, mis padres llaman a la puerta de mi camarote para que salga y vayamos a cenar. Lo que no recordaba de esta noche es que es la noche ibicenca, y, al ser ibicenca, han planeado una especie de restaurante en la cubierta de la piscina. Los empleados han quitado las tumbonas y en su lugar han colocado mesas y sillas de madera blanca. Hay, incluso, antorchas de fuego artificial. Realmente parece un chiringuito de playa.

Al ser ibicenca todo el mundo va de blanco. Yo llevo un top de encaje con flecos que deja ver mi ombligo y una falda larga. También me he colocado una diadema de flores blancas en la cabeza como complemento.

El tiempo es agradable en medio del mar, la música es actual, de la que a mí me gusta, las guirnaldas y antorchas artificiales me encantan y aún no tengo ganas de quitarme esta ropa. Por todo eso dejo que me convenzan mis padres a que me quede a tomar algo después de cenar. Hoy, en lugar del bar de abajo han abierto el de la piscina y ahora los clientes se amontonan alrededor de la barra.

Mis padres se van al teatro porque no quieren perderse la función de hoy -por lo visto hay una especie de musical que imita al de Tarzán-, pero a mí no me convencen. Lo único que me prometen, antes de irse, es que no me mueva, que ellos volverán cuando termine la función.

Al final consigo hacerme hueco entre los señores que se han pegado a la barra como si fueran lapas. ¿Es que piensan emborracharse cada una de las noches del crucero? Si mi marido hiciera eso todos los días no me sentaría bien, por mucho que las bebidas vengan con la pulserita de adulto.

Con mi cóctel sin alcohol, sugerencia del barman, me dirijo hacia la mesa en la que he cenado, ya vacía y sin platos encima, y me siento. Parece que me voy a tener que dedicar a observar a los niños que juegan en el borde de la piscina, ahora tapada, y que hablan en un idioma que aún no he conseguido entender. ¿Alemán? ¿Ruso? No, creo que son polacos.

–El día que te vi en la piscina también observabas a niños extranjeros.

La voz de Ivan a mis espaldas hace que un escalofrío me recorra toda la columna vertebral de abajo a arriba hasta llegar a la nuca, provocando que se me erice el vello.

–Por cierto, estás muy guapa esta noche.

Sin molestarse en preguntar si puede sentarse o no en mi mesa, Ivan toma asiento a mi lado, justo en el sitio donde estaba sentado mi padre. Quizá hubiera sido más fácil evitarlo si no llega a ser porque va vestido exactamente igual que el resto de pasajeros: camisa blanca y bermudas del mismo color.

–¿Dónde has estado todo el día? No te veo desde ayer a la hora de comer.

–Liada –me limito a contestar con la mirada perdida en mi bebida, la que ahora remuevo con mi pajita.

–¿Liada? ¿Tienes un día entero en el barco sin hacer nada y estás liada?

Ivan arruga la cara. Estoy a punto de reír porque me hace mucha gracia su rostro cuando lo arruga, pero me contengo porque no quiero que se piense que estoy coqueteando con él. Quizá debería haberle dicho que tengo novio el primer día. Se lo debería haber soltado como él me soltó que su padre es el Gran Fabio Colaianni. Aún me pregunto por qué las palabras “Tengo novio” no consiguen salir de mi boca.

Asiento levemente con la cabeza sin mirarlo.

–Me estás evitando –afirma rotundamente, por lo que yo lo miro con los ojos muy abiertos y sacudo la cabeza–. ¿No? Entonces dime qué te pasa y te creeré. Si no me lo dices pensaré que me estás evitando y pienso seguirte a cualquier sitio que vayas para que no puedas evitarme.

Suspiro.

–El amor es una mierda, Ivan. Te enganchas a una persona como si fuera tu droga, como si no pudieses vivir sin esa droga. Y cuando te separas sientes como que algo te mata por dentro y es que… –me paso la lengua por los labios mientras sigo removiendo mi bebida– nadie avisa de que el amor es una droga de las malas, simplemente te hablan de lo bueno, no de la parte mala.

Mis palabras han salido de mi boca como planeadas, pero la verdad es que llevo todo el día pensando en la descripción exacta de lo que siento, y no he dado con ella hasta ahora. Posiblemente sea cosa de la magia que parece haber aquí, en la cubierta del barco bajo la luz de la luna y estando rodeados de guirnaldas de luces.

Ivan levanta las cejas y suelta un silbido.

–Vaya… –murmura–. Parece que estás más lista de lo que creía para saber el significado de mi otro tatuaje.

Enseguida capta mi atención y lo observo.

–¿Me lo vas a decir?

Asiente con una sonrisa que acentúa sus hoyuelos.

“Love doesn’t exist”. Supongo que sabes inglés, ¿no? –asiento una vez–. Básicamente creo que el amor no existe por casi la misma razón que tú: es una mierda, pero encima me han dado razones para creerlo.

–No te sigo.

Ivan chasquea la lengua.

–Al contrario que tú, yo sí sabía de “la parte mala” del amor, como tú has querido llamarlo, sólo que yo soy… o era, más bien, un soñador que pensaba que el amor no era tan malo como me decían y que yo conseguiría encontrar la piedra preciosa dentro de toda esa mugre que rodea la roca que la oculta.

–Me estoy perdiendo con tantos símiles, lo siento. –me encojo en mi silla. No sabía que Ivan fuese tan… poeta.

–Te lo explico con otras palabras: todo el mundo a mi alrededor me ha hecho creer que el amor no existe, yo me creí mejor que ellos y decidí probarlo y sacar el lado bueno, pero me pegué de bruces contra un muro y me desperté. Ahora yo también creo que el amor no existe.

Sacudo la cabeza.

–Sí existe, Ivan.

–No, Ángela. Siento decírtelo pero no existe.

–¿Cómo estás tan seguro? –empiezo a alzar mi voz. Es imposible que alguien crea semejante cosa.

–Estoy seguro porque no hay relaciones que duren. Las hay que duran más, que duran menos… pero todas terminan.

–¿Cuándo la muerte los separe, querrás decir?

–No. Antes –suspira y acerca un poco más su silla a la mía–. Todo el mundo se acaba separando o divorciando. Las películas mienten, los libros son fantasías y la vida real es tan mierda como te la explico.

Vuelvo a sacudir la cabeza.

–Imposible. Yo sí creo en esa mierda como tú la llamas y no veo que sea tan malo.

–Ángela, escúchame: mis abuelos se divorciaron antes de que mis padres se casaran; mis padres se divorciaron provocando que me mudara a España con mi madre; a mi prima la dejaron tirada en el altar…

–¿Qué me dices de Dioni y Tatiana? –lo interrumpo, algo furiosa.

Ivan se echa hacia atrás en su silla y resopla.

–Lo de Dioni y Tatiana es lo que me gusta llamar “amor de verano”.

–Pero no están juntos sólo durante el verano, ¿no?

–Es como una metáfora. El amor de verano es el que vives intensamente durante un tiempo hasta que tienes que volver a tu vida de antes y te olvidas. El amor de verano es el amor temporal.

–Estás completamente loco. ¿Te estás oyendo? El amor de verano sí que no existe, es un capricho fugaz de nada. Lo que de verdad vale es el que perdura.

–Dame ejemplos.

–Tatiana y Dioni se quieren, por mucho que tú digas que no durarán mucho más; mis padres llevan juntos desde que mi madre tenía casi dieciséis años; mis abuelos llevan años juntos también, aunque creo que ellos sí que se separaron, pero no duraron nada; mi tía lleva enamorada de mi tío Álvaro desde que era niña, pero no empezaron juntos hasta los quince años… Me puedo quedar sola dándote ejemplos, Ivan.

Ivan niega con la cabeza y aprieta los labios.

–Es la suerte. Tienes la suerte de vivir rodeada de gente que sigue junta por rutina, no por amor.

–¿Qué me dices de ti? ¿Acaso tienes las narices de decirme que has encontrado el amor verdadero pero te demostró que no lo era? –no me doy cuenta, pero mi voz ha alcanzado el nivel de discusión dura. Y lo peor es que Ivan tiene el mismo tono de voz que yo.

A Moreno Sexy de repente se le ensombrece la cara y agacha la mirada.

–Sí –murmura–. La verdad es que sí.

Tengo los ojos como platos. He metido el dedo en la llaga. Y no lo sé sólo por su respuesta, sino porque de repente hemos cambiado el tono de voz.

–Lo siento, Ivan. No quería… –me apresuro a disculparme.

–Me he enamorado dos veces –me interrumpe–. La primera me dejó porque yo no era lo suficiente bueno; y la segunda, de la que más me había enamorado, me engañó con mi ex mejor amigo. Luego lo dejó con él, pero el caso es que me engañó.

–Te hiciste el tatuaje entonces. –tengo la intención de hacer una pregunta, pero al final afirmo.

Ivan asiente con la cabeza mordiéndose los labios.

–Es un recordatorio de mi mala suerte y de que el amor no existe.

Entonces se levanta de la mesa y se va, sin despedirse, y yo ya sé que ese tema no volveremos a tocarlo jamás. También me siento culpable por echar sal a su herida, la que aún parece que no ha cicatrizado.

Mientras se va me prometo a mí misma demostrarle que el amor sí que existe y que quizá sea cosa de su mala suerte, que no se la niego, pero que no pierda la esperanza en encontrar a alguien que lo quiera como se quieren las parejas de personas mayores que tanto abundan a bordo.

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