Anástasis

Da deardary

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Samuel lleva demasiado tiempo estando muerto por dentro, y de alguna forma, Abigail está muy viva. Cuando la... Altro

Nota de Autora y Reparto
Prefacio
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XII
XIII
Epílogo
Extras y Curiosidades
Para Sam

XI

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Da deardary

Abi lanzó un gruñido al aire, arrugando la nariz, y apretando los puños ante su tercer intento fallido. Sam podría decir, sin equivocarse, que le había molestado la última observación que él había hecho. Pero no era como si fuera culpa suya, ella no era lo suficientemente hábil con los controles. Era lenta y torpe con las manos y probablemente la máquina estaría trucada.

—Sigues haciéndolo mal—

—¡Esto es muy injusto!—refunfuñó. La garra mecánica había soltado su peluche de Doraemon otra vez.

—No es injusto, eres mala para esto y eso es todo— replicó, exasperado por haberla visto intentarlo tantas veces. Abi arqueó una ceja.

—¿Puedes hacerlo mejor que yo?—

—Sí, pero no voy a gastar dinero en un tonto peluche—

Abi soltó una carcajada. Él era tan desagradable a veces que no podía más que generarle gracia por su excesiva acidez. Sam hizo una mueca al escucharla reír.

—Eres tan amargado a veces—dijo ella.

La muchacha abrió la botella de jugo que habían comprado. Junto a la máquina de la garra, había una cabina de fotos, las únicas dos habilitadas por la mañana de ese domingo festivo.

—Yo no soy... — comenzó él, pero se interrumpió a sí mismo cuando Abi negó con su índice, justo en frente de su cara.

—Nada de mentiras, en el taller de confianza de Abi Salterelli todos decimos la verdad. Así aprendemos y mejoramos— Sam rodó los ojos.

—No hay qué mejorar— espetó.

—¡Siempre hay algo por mejorar! Sanamente, claro, como tu humor—. Acto seguido, señaló la tienda a su costado, mientras sonreía burlona— ¿Quieres que te compre un dulce o algo? Quizás le ayude a tú carácter.

Sam frunció el entrecejo, pero terminó sonriendo a la mitad.

Todo permanecía apacible a su alrededor. Sólo había grupos turistas por la zona, revoloteando con anteojos oscuros que minimizaban el intenso reflejo del sol en el ambiente limpio por la lluvia del día anterior, y con sus guías parloteando. La humedad era alta, pero tampoco demasiado insoportable.

También se había levantado temprano aquella mañana, muy en contra de su voluntad. Se la había pasado despierto con su acostumbrado insomnio gran parte de la madrugada, y necesitaba superar su promedio de sueño de cuatro horas con urgencia, pero le había prometido a Abi —muy también en contra de su voluntad— que la acompañaría a la Iglesia, al servicio de la mañana. Entendiéndose por acompañarla, el hecho de que la dejaría en la puerta y haría tiempo en algún lugar hasta que terminara el culto y fuera a buscarla de nuevo. Y eso fue exactamente lo que hizo.

Ahora merodeaban también por el centro de la ciudad, como ese grupo de turistas asiáticos, hasta que fuera hora de comer.

Abi se rindió con la máquina de un momento a otro, aún haciendo un leve puchero con el labio inferior, cruzándose de brazos para mirar amenazante el aparato que se rehusaba a cooperar con ella, para luego retirarse con la frente en alto.

Samuel la observó con gracia, y le costó muchísimo llegar a admitirlo, pero aquel gesto, tan infantil como tierno, le robó otra sonrisa discreta.

—¿Ya tienes hambre?—le preguntó, mirando hacia otro lado, al tiempo que torcía la boca en una mueca para encubrirse.

—Mucha—

Abi había elegido esta vez que quería comprar algo para llevar e ir a comer a un parque del que habían estado hablando durante el desayuno, así que hicieron un camino rápido hasta el McDonald's más cercano, y una vez con sus pedidos en mano, se dirigieron al espacio verde ubicado relativamente cerca de donde habían estado. Sam no se lo había dicho pero planeaba enseñarle un par de curiosidades de la ciudad, aquellas que no eran turísticas o estéticamente agradables, pero que tenían su encanto, y que supuso que a ella le gustarían.

No andaba mucha gente por allí, salvo por los acostumbrados lectores tirados bajo las sombras de los árboles y los paseadores de perros, por lo que no tuvieron problema para sentarse en el mejor lugar que encontraron, en el césped debajo de un árbol cuyas hojas cubrían gran parte del suelo.

A pesar del jocoso incidente de hacia un rato, Abi se veía más feliz que de costumbre —si es que eso era posible—, tranquila pero alegre, por lo que Sam dejó que le contara un poco sobre lo que había pasado en el culto, y lo amables y cálidos que habían sido con ella, especialmente los pastores y un par de chicas que dijeron que esperaban verla cuando regresara a la ciudad luego de su viaje a casa. Se veía tan en paz que, de hecho, por un rato se quedó callada, abstraída por completo en esa porción de naturaleza que la rodeaba y en lo que fuera que pasara por su cabeza.

Él rompió el hielo, muy impulsivamente, luego de un rato de comer en silencio.

—¿Puedo preguntarte algo?—

Había estado pensando en eso desde la charla que tuvieron la primera noche en el ático. Le resultó irrelevante al principio, porque ella no le interesaba lo suficiente como para molestarse en preguntarle, pero las cosas había cambiado un poco en esos días, y sentía  que sería como cobrarse por todas las preguntas y molestias que ella hizo que se tomara.

—Claro—respondió Abi, haciendo una pequeña bola con el envoltorio de la hamburguesa y metiéndola en la bolsa de papel madera. Se había comido todo tan rápido que él ni siquiera pudo darse cuenta, hasta que la encontró robándole las papas fritas y untándolas en ketchup—. Pero luego será mi turno.

—¿Por qué dijiste que te preocupaba decirle a tus padres lo de la academia?—

Eso la tomó desprevenida. Pudo notarlo enseguida. Quizás esperaba que le preguntara otra cosa, algo burlesco o casi cruel incluso, lo que era de esperarse viniendo de parte de él, pero nada como eso.

—No lo sé— respondió dubitativa, frotándose los dedos con las servilletas tratando de eliminar los restos de aderezo y sal— A veces creo que se me olvida...

—¿Qué?—

—Que mi padre ya no es el hombre que era—

—¿Cómo era?—

—Agresivo— su respuesta fue seria, pero como si le costara sacarlo de la garganta—. Verbalmente, en realidad. Bebía, a veces perdía el control de muchas cosas. No lo sé, no lo recuerdo mucho, yo era muy pequeña. Pero era la sensación en el aire, de él enojado todo el tiempo.

Sam permaneció en silencio. Ella arrugó la nariz, pensando en algo con fuerza, recordando, quizás o buscando recordar, pero lo descartó al darle un trago a su vaso de refresco.

—Pero ya no lo es más—añadió—algo menos porqué preocuparse—

Sam frunció el entrecejo. ¿Algo menos? Eso implicaba que había otra cosa por la cual sí preocuparse.

—¿Y qué lo hizo... cambiar?—

Reprimió el impulso de hacer las comillas en el aire, enfatizando lo escéptico que era al respecto, porque supuso que era un tema difícil para ella, pero él realmente estaba seguro de que la gente no cambiaba. Quizás un alcohólico podía dejar la adicción, pero la agresividad era algo irreversible, podía decirlo por experiencia propia, y de sólo pensar en una combinación entre eso y el alcohol, era imposible.

Era parte de la naturaleza de esa gente el ser destructivo. A lo mejor era posible aprender a controlarlo pero no cambiaba lo que era. Su esencia siempre estaría allí.

—¿Quieres saberlo?—Abi alzó una ceja—A veces en serio me pregunto si crees algo de todo lo que te digo.

—Sólo responde—

—Hizo rehabilitación—se encogió de hombros, y sonrió apenas— y encontró a Jesús.

Samuel hizo una mueca sarcástica.

—Podrías haberlo dejado en que hizo rehabilitación—

Abigail sonrió con tristeza, y miró hacia arriba. Su semblante había caído un poco. Sam se removió incómodo.

—Me recuerdas a mi hermano—dijo, al cabo de un momento. Él frunció el entrecejo.

—¿El de las cámaras?—

—No, a Landon, el mayor de todos —aclaró—. Nunca nos llevamos muy bien, pero creo que es sólo porque pensamos diferente.

Miraba lejos, algún punto entre los árboles del parque. Estaba en ese punto de nuevo, la faceta seria y reflexiva. Sus ojos parecían mimetizados con su camiseta azul de mangas cortas, porque se vieron igualmente opacos por un momento.

—Él es como tú, cree en eso de que todos venimos al mundo con suerte o sin nada. Está bastante convencido al respecto. Llegué a creer que al pensar eso había encontrado paz, pero nunca lo vi realmente feliz por algo, ¿sabes?—

Sam quiso decirle que al parecer era algo patológico. Landon y él compartían la misma enfermedad de apatía, quiso bromear sobre eso, pero no lo hizo.

—¿Y él aún no cambió?—preguntó con cautela.

—No... pero creo que algún día lo hará—

Se pusieron de pie, y volvieron a andar pronto. El muchacho chasqueó la lengua ante el silencio.

—Te toca—dijo. Abi pareció confundida un segundo, hasta que recordó lo del juego de preguntas y asintió.

—¿Alguna vez te enamoraste?—

Fue seca y al punto, completamente inesperado. ¿Eso era alguna especie de venganza o algo así? Alzó una ceja, literalmente volteándose a mirarla como si le estuviera tomando el pelo. Ella le sonrió con inocencia. El brillo había vuelto a sus ojos, y él casi agradeció que así fuera.

—No—

—¿Ni siquiera te ha gustado alguien... sentimentalmente, antes?—

—Es una pérdida de tiempo—

—No esperaba menos de ti— se rió, y él sonrió a la mitad— Aunque tenía la esperanza de que me sorprendieras.

—¿Por qué pensarías eso?—

—No lo sé—se encogió de hombros— La noche que llegué al hostal, pensé que la chica de recepción era tu ex novia o casi novia, o algo así.

—¿Denia?—hizo una mueca.

—Sí—Abi volvió a arrugar la nariz— Creo que no le agrado. Intenté charlar con ella el otro día, pero no hubo cuórum.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?—

—Todo—volvió a reírse— Eres muy nulo en esto, ¿no? A ella le gustas.

Sam frunció el entrecejo, y enterró las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones, tras revolver su cabello con un ademán frustrado.

—No le gusto, sólo está confundida—

—¿Confundida?—

—Tuvimos algo, una tontería de una noche. Le dije que no me interesaba algo serio, pero no lo entendió bien—

—Eso es malo—

—Sonaste como una caricatura infantil— Sam gruñó— No es malo, es normal. Quizás tu mundo sea diferente, pero así no son las cosas en la realidad—

—Sé lo que es normal para ti, Sam, sólo te digo que es malo que ahora seas tan brusco con ella. Quizás en tu mundo la gente puede separar las cosas, y tener sexo sin compromisos sólo porque siente que lo necesita, pero no todos piensan como tú—

—¿Y cómo piensas tú?— la observó desafiante.

—¿Qué pienso yo? Que el sexo es algo demasiado bonito y significativo como para embarrarlo con la idea de satisfacer una necesidad como si fuera algo solamente animal. Pero tienes razón, Sam, eso es en el mundo de donde vengo. La gente puede pensar como quiera, así como yo y unos cuantos creemos esto—

Había elegido una cosa que le agradaba sobre ella, y era esa capacidad para ir tan al grano con sus respuestas, pero no de una manera ofensiva, no como él lo hacía, sino expresando sus ideas, su valor, y luego dejando esa puerta para que reflexionaras sobre eso.

Le agradaba porque era refrescante, a pesar de que lo enfadara el noventa por ciento del tiempo. Aunque, por supuesto, eso no era algo que admitiría en voz alta.

—No quise hacerle daño—Sam se rascó la nuca. Le frustraba que de pronto sintiera la necesidad de explicarle, aclararle que no era tan monstruoso como ella seguro pensaba—A Denia. Es sólo que no sé cómo hacer que se aleje. No me interesa tener nada con ella.

—Debes disculparte y ser honesto. Pero disculparte por sobre todo. He visto que eres muy cortante con ella, eso hace mucho daño—

—He ido más lejos que eso, Abi—

—Repito, discúlpate y sé honesto. Y ya no seas un ogro desagradable—

Salieron del parque, a paso relajado. Cuando cruzaron la calle, comenzaron a andar por el centro otra vez, entre edificios de oficinas, bancos y tiendas, pero aquella era una zona por la que Abi nunca había andado. Después de todo, le pareció que era una buena idea que viera el área más comercial. El lado con clase de Santa Gracia.

A Sam siempre le había parecido irónico que dentro de la misma ciudad, hubieran zonas tan diferentes. Una moderna y cara, con tiendas de ropa de diseño y caviar rojo en las cartas, y otra vieja, o barata, con construcciones más descuidadas, la última que limpiaban las máquinas, por la que se paseaban vendedores ambulantes y los restaurantes servían menús de bajo costo.

Inevitablemente, como se había vuelto su costumbre, miró a Abi de reojo.

Tenía el cabello cayendo con ondas azabache sobre sus hombros, hasta la mitad de su espalda, incluso delineando su rostro. Su piel pálida como un lienzo salpicado de manchitas marrones sobre los pómulos, agrupadas como un parche por encima del puente de su nariz. Y miraba a su alrededor, otra vez, como la primera noche, como con chispas en los ojos.

Abi amaba la vida con la misma pasión con la que odiaba la mentira. Lo supo incluso sin preguntar, porque nunca fue necesario, porque de todas formas lo habría visto.

Pero no con esas palabras, no con una certeza rápida.

Lo supo, porque fue innegable, porque de algún modo lo vio venir cuando saltaba las grietas del pavimento en lugar de solo pasar por encima de ellas, y le hablaba de una comedia de teatro basada en algún libro.

Cuando reía sin parar, cuando todo era susceptible de convertirse en una aventura, y la sangre en las venas sólo era buena. Siempre era sólo buena.

Entonces, cayó en la cuenta de algo inevitable, como un ola de agua fría azotándole por la espalda. Ella lo había desarmado por completo, quebró la cáscara cuando bajó la guardia y lo dejó expuesto, a la risa, a su chispa, a una carcajada en la punta de la lengua.

Lo había desarmado. Sí, estaba malditamente desarmado, y no había nada que le aterrara más que eso.

Abigail se rió y levantó los brazos, cerrando los ojos, justo ahí, en pleno centro, con toda la gente a su alrededor.

Sam arqueó una ceja, desconcertado, pero por alguna razón, a pesar de intentar evitarlo, se rió quedamente también.

—¿Qué haces?— inquirió, con su mano haciendo un trayecto para alcanzar uno de los brazos de la muchacha, pero no llegó a tomarlo, porque ella se paró delante de él, caminando en reversa.

—Estar viva —respondió, con una sonrisa de oreja a oreja que hubiera rozado la psicopatía, si no la hubiera conocido lo suficiente.

Luego miró hacia arriba, soltando algo parecido a un suspiro, y volvió a hacer contacto visual con él.

—A todo el mundo le gusta fingir, ¿no te cansas de sólo ponerte una máscara y ocultar tus emociones? Todos atacan, nadie tiene amor, casi nadie hoy en día entiende de la Gracia, la Misericordia, o la honestidad. Todos estuvimos muertos alguna vez. Dime, Sam, ¿no quieres empezar a sentirte vivo?

Entonces ella le tomó la mano y comenzó a correr, riendo en medio del comienzo de la tarde, con puntos borrosos volviéndose a sus ojos, y una brisa fría venida de ninguna parte que había comenzado a soplar. El muchacho respondió a su tirón y fue ganando velocidad por inercia, a medida que esquivaban transeúntes que los miraban como si estuvieran desquiciados, conforme se alejaban del microcentro y él trataba de descubrir qué estaba sucediendo, porqué la seguía, y porqué la locura se veía un poco como la libertad.

El calor se extendió por su cuerpo, y con aliento quemando en su garganta, Sam tomó la delantera, dándose cuenta en algún punto de que estaba sonriendo, con el oxígeno ardiendo en su pecho.

Avanzaron, dejando atrás tiendas y más tiendas, hasta que la arrastró hacia una callejuela y la atrajo suavemente cuando se apoyó contra la pared, tratando de recuperar el aliento.

Abi tenía las mejillas enrojecidas, el cabello arremolinado y soltó una risa ahogada otra vez, que él acompañó como pudo, hiperventilando. Su pecho subía y bajaba violentamente, el sudor corría por su espalda, y le mojaba también la frente.

—¿Qué te pareció? —

Largó un suspiro caliente y miró hacia arriba, a la pared del edificio donde tenía reposando su cabeza, la cual parecía unirse con el cielo opaco, en lo que se limpiaba con el dorso del brazo y peinaba su cabello hacia atrás.

—Una locura —

—Lo fue — ella asintió varias veces, aún tratando de recuperar el ritmo de su respiración. —¿Pero cómo se sintió?

Samuel se llevó una mano al cuello, y la miró directamente, y a Abi le dio la sensación de que era la primera vez que realmente lo hacía. Salvo que no lo era, pero ella no lo sabía.

Fue como un minuto eterno, hasta que finalmente, respondió.

—Se sintió bien—

La muchacha abrió los ojos, sorprendida, llevándose una mano a la boca para fingir una estupefacción desmedida.

—¿Samuel acabe de darme la razón en algo? —retrocedió un paso, bajando las manos a los costados de su cuerpo un momento, para luego usarlas como un megáfono —¡Santa Gracia, estamos en presencia de un milagro!

Él puso los ojos en blanco, conteniendo una carcajada. La tomó por los antebrazos, atrayéndola un poco hacia sí impulsivamente. Abi repetía lo mismo, una y otra vez, riéndose. Siempre riéndose. Le puso una mano en la frente.

—¿Estás seguro de que no tienes fiebre? —

—Ya, espera, espera— Él le quitó la mano, reteniéndola con la suya, sonriendo esta vez. Su rostro estaba a centímetros del suyo, descubrió que ella recién era consciente de ello cuando parpadeó desconcertada, sin embargo, no se movió.

Sam se tomó un momento, un silencio se apoderó de ambos, suave, repentino. Fue suficiente para que notara muchas cosas, y otras se destiñeran, como opacándose fuera de aquel rostro de facciones dulces y chispa, y gracia.

En algún rincón de su mente estuvo seguro de que reprimió un suspiro al notar las diminutas pecas sobre sus pómulos y nariz otra vez. Sus ojos demasiados simpáticos y ahora, indefensos. Y podría haber dicho que estaba embelesado, pero eso habría sido poco, porque sólo trataba de no perder los estribos y mirarle la boca, que sabía que se vería rojiza, porque ya la había contemplado demasiadas veces.

Entonces, cuando su mano ya había llegado a tocarle suavemente la barbilla, a punto de inclinarse hacia ella, se detuvo, porque no podía tenerla. Era demasiado consciente de que no podía tenerla sin arruinarla.

Fue de repente, pero entendió que todo ese tiempo tuvo un instinto hacia ella... como cuando vas andando por un campo, y de pronto ves una planta con una flor, y sientes la necesidad extraña y violenta de cortarla, o arrancar la hoja de un árbol, o matar una hormiga. Ese impulso horrible del ser humano de hacer daño, quitar, acabar con la vida.

Cuando tocó su piel, cuando sus propios ojos buscaron los labios de Abi, ardiendo en el punto donde hacían contacto, supo que sentía la misma necesidad de arrancar una flor, pero con ella.

Comprendió que esa era la respuesta a la contradicción que había sentido esos días, el odiarla pero querer tenerla cerca: la razón oculta, el porqué, es que quería volverla como él. Quería que fuera tan corriente y desesperanzada como los demás, porque entonces no seguiría reflejando como un espejo la miseria que él era.

La muchacha se estremeció ante su toque, y él lo sintió de inmediato.

Maldita sea, quizás nadie la había besado nunca.

Apostaba que nadie la había tenido tan cerca antes.

Abi entreabrió la boca, aún bajo su mirada penetrante, y fue como si a Sam le golpearan los sentidos, hasta hacerlo recuperar la razón.

Quizás ella le gustaba. Maldición, claro que le gustaba, pero de todas formas no importaba, porque él era tóxico, él no estaba listo para ser bueno para alguien, quizás nunca lo estaría. Abi era demasiado pura para alguien como él. No podía tocarla, no estaba tan enfermo, no era tan cruel como para arruinarla.

Así qué suspiró, notando el aturdimiento de ella, palpable y que le hizo querer romper la distancia y robarle un beso profundo de una vez por todas. Su mano se desplazó hasta quitar un mechón de cabello oscuro que caía sobre su mejilla, para colocarlo detrás de su oreja, y sólo dijo:

—Vámonos. Hay algo que te gustará ver—


"No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?" 2 Corintios 6:14-15


****************

Las que leyeron Epifanía seguro ya hicieron sus conexiones♥ ¡Les aseguro que tendremos pronto un poco de Diana y Willem por estos lados también!♥

Pero antes, agárrense bien. La siguiente parte es la más significativa de esta historia. 

No olviden comentar sus opiniones.♥

¡Bendiciones!

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