Daniel "Un Chico Enamorado"...

De Min_Ha_Sang

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Daniel depende de un ventilador para seguir con vida. Nunca ha salido de su casa ni mucho menos ha explorado... Mai multe

Prólogo
ADVERTENCIA
Capítulo Uno: "Existiendo"
Capitulo 2: "Una Vida Difícil"
Capítulo 3: Una Flor en la Nieve
Capítulo 4: La Flor Más Brillante
Capítulo 5: La Hermosura de la Locura
Capítulo 6: Si los Recuerdos Fueran Felicidad...
Capítulo 7: Perfecto
Capítulo 8: Errores
Capítulo 9: Cosas que Forman Parte de la Vida
Capítulo 10: Las Luces Brillaban en la Tierra
Capítulo 11: Querer y Enamorarse
Capítulo 12: Silencio
Capítulo 13: Los Recuerdos son Felicidad
Capítulo 14; ¿Egoísta?
Capítulo 15: Resolver Algo es Igual a Encontrar un Misterio Mayor
Capítulo 16; Palabras de Alguien Herido, para Alguien Destrozado
Capítulo 17: Flotante Azul de Luna
Capítulo 18: Una Triste Sorpresa
Capítulo 19: Amor Insuficiente
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35 - FINAL
Epílogo
Nota de la Autora
ANUNCIO

Capítulo 22

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De Min_Ha_Sang

Y ahí la tenía durmiendo a mi lado sobre una silla azul, con los cabellos cayendo al otro lado del respaldo y una posición muy extraña que intentaba adaptar su cuerpo al pequeño espacio.

Julie tenía sus ojos cerrados dormida sobre una pequeña silla azul que no estaba dejando que su cuerpo descansara.

La habitación era blanca. Habían tubos y maquinas a mi alrededor.

Mamá dormía al otro lado de la habitación sobre un sillón también azul.

Y me dolía la garganta.

Supe en unos pocos segundos que estaba en el hospital. Al menos no había muerto.

Estuve despierto un par de minutos mirando de un lado a otro antes de que una enfermera me encontrara. En ese tiempo descubrí que el respirador en mi garganta se sentía rasposo, y cuando intenté hablar un dolor punzante se extendió por todo mi pecho.

Fuera de eso, el resto de mi cuerpo solo estaba adormilado, por lo que supuse que llevaba varios días inconsciente en el hospital.

La enfermera del cabello rizado que se amontonaba en la coleta detrás de su cabeza entró en la habitación con una charola entre las manos. Al verme despierto esbozó una sonrisa animada que hacía lucir más joven su rostro.

-¡Hola! -murmuró para no despertar a Julie o a Mamá -, ¿cómo te sientes?

-Due-le -me quejé con palabras rasposas y casi inaudibles.

-Claro que duele -asintió mientras ponía su mano sobre mi pecho -. Tuvieron que reajustar el ventilador cariño, así que intenta no hablar para evitar que haya sangre -revisó las maquinas y tomó mi presión con sus dedos sobre mi muñeca -, además del dolor, ¿sientes alguna otra molestia? -negué con la cabeza, ella volvió a sonreír -. Muy bien. Entonces me iré. Vuelvo en un rato, pero si necesitas algo el botón de enfermeras está a tu lado.

-Ju-lié... -intenté decir, pero la enfermera colocó su mano de nuevo sobre mi pecho e indicó con un gesto que no hablara.

-Si sigues haciendo eso podrías dañar tus cuerdas vocales de manera permanente -abrí los ojos muy grandes -. La chica está bien, durmió casi toda la noche en una camilla de la sala de emergencias. Vino aquí por la madrugada, así que no te preocupes.

El resto de la mañana estuve prácticamente solo. Mamá y Julie se la pasaron dormidas. Un médico vino a verme y me explicó lo que había sucedido.

Y el problema había estado en el medicamento para reducir los espasmos. El hombre dijo que las pastillas afectaban la circulación sanguínea en personas con parálisis tan severa como la mía, y esto a su vez formó un coágulo que con la típica mala suerte que me persigue llegó hasta el cerebro. Aquella noche, luego de perder la conciencia, tuve un episodio de convulsiones agresivas que desconectaron el ventilador por los movimientos bruscos de mi cuerpo, y amenazaban con dejar mis neuronas peor de lo que ya estaban.

No obstante, a pesar de que el daño cerebral fue mínimo, sí tuve secuelas después de la embolia. Problemas para concentrarme, aparte de una mayor dificultad para hablar fueron cosas en las que tuve que trabajar las semanas posteriores.

Julie estuvo conmigo todo el tiempo. Ella solo salía de la habitación para asistir a la universidad o cuando mi mente explotaba y comenzaba a sentirme frustrado.

Fuera de eso, me hacía feliz la mayor parte de las veces. Contaba sus malas bromas, hablaba de lo estresante que era la universidad. Iba y venía de un lado a otro en la habitación; escuchaba a Dianna cuando hablaba de sus arrugas, siempre negando que estuviera haciéndose vieja.

Cuando fui capaz de salir de la habitación recorríamos los pasillos y jardines del hospital, con ella rompiendo cosas mientras experimentaba con lo que le resultara curioso.

Prestaba atención a mis pésimas lecturas con las manos en su barbilla cuando hacía terapia del habla, mientras me miraba con sus ojos brillando. Y de vez en cuando salíamos a contar las estrellas, a pesar de que la mayoría de las veces no había más de dos.

En realidad no le hablé a nadie sobre mi sueño. Solo le dije a Noa que deseaba ir a la universidad. Él me miró sorprendido antes de decir:

-Eso me parece una gran idea -sonrió con sinceridad -, pero, ¿que quieres estudiar?

-Le-yes -aseguré.

Mostró sus dientes como nunca suele hacerlo, tomó mi mano con fuerza -Eso es increíble Dani -casi podía ver las lágrimas saliendo por sus ojos -. Papá estará muy feliz de escuchar esto, y también mamá. Ahora debemos preparar tu solicitud antes de que termine el periodo de envíos, y tenemos que prepararnos para el examen.

El resto de la tarde estuvo hablando de las entrevistas que me harían antes de aceptarme. Dijo que no me pusiera nervioso y hablara con sinceridad acerca de mis limitaciones, pero que no las mencionara como algo que evitara que fuera capaz de estudiar. También dijo que no estuviera asustado. Y un montón de cosas en las que ya había pensado.

Desde que desperté luego de encontrarme tan cerca con la muerte, decidí que no dejaría nada a medias. Que comenzaría a ver la parálisis cerebral como un especie de característica y no como lo que me definía.

Supe que debía declarar mi amor a Julie.

Primero pensé en hacerlo como esas películas en las que el hombre solo besa a su chica bajo la luna, o en medio de un jardín repleto de flores. Sin embargo, las veces que lo intenté me veía atrapado en mi parálisis y lo difícil que resultaba llegar a los labios de ella desde mi silla.

Hubiera sido algo demasiado lindo de poder tomarla detrás del cuello y acercarla a mí sin decir nada hasta que nuestras bocas se tocaran. Pero no podía hacerlo, así que tenía que buscar otra manera.

Intenté redactar una carta, pero mis manos no eran las mejores escribiendo. Simplemente no podía trazar letras con mis dedos torpes.

Entonces se presentó la oportunidad perfecta para decirle lo que sentía. El hospital realizaba una especie de fiesta cada tres meses para animar a los que estábamos ahí por períodos largos.

Unos días antes del evento le pedí a Noa que me comprara un ramo de flores.

-¿Para qué quieres eso? -preguntó curioso.

Moví la cabeza en otra dirección para no mirarlo. Noa era la única persona en mi vida a quien solía contarle secretos antes de que Julie apareciera. Los últimos meses no hablamos, él se la pasaba muy ocupado saliendo con su novia. Así que me preguntaba qué diría acerca de confesarle a Julie lo que sentía por ella.

Pero me armé de valor, volví la cabeza hacia mi hermano de nuevo, y dije:

-Son pa-ra una chi-ca.

-Vaya... Eso... Digamos que... ¿La conozco? -Negué con la cabeza mientras sonreía -. ¡Estás mintiendo, pillo! Cuéntamelo, ¿es alguna de las que va a terapia contigo? -moví la cabeza de arriba a abajo indicando que sí, después de todo técnicamente Julie iba conmigo a terapia -. Increíble. Mi pequeño hermano está creciendo -acarició mi cabeza -. ¿Qué tipo de flores quieres? ¿Rosas, orquídeas, tulipanes?

Pensé un momento qué ramo iría bien con Julie. Quería que le gustara y al verlo no fuera capaz de negarse a mi petición. Ella era demasiado hermosa y estaba enterada de ello. Necesitaba algo que resaltara lo linda que era.

-Quie-ro que sean flo-res pe-que-ñas de color ro-sa -solté enseñando los dientes.

-Bien. Creo que puedo encontrarlas -aseguró confiado.
El resto del día estuve pensando las mejores palabras para invitarla a la fiesta como mi acompañante. Las flores eran la parte menos importante de todo. Julie era extraña -prueba de ello era la comodidad con la que se sentaba con las piernas abiertas a pesar de llevar falda-. En general no le importaban las apariencias a menos que se tratara de su rostro y atuendo. Si quería hacerla sentirse enamorada necesitaba algo que se saliera de lo común, viniera desde dentro y expresara todo lo que sentía.

Repasaba una y otra vez palabras en mi cabeza, intentando organizarlas y recordarlas pero no estaba funcionando. Cuando lograba algo lo olvidaba, o después de unos minutos pensaba que no era suficiente.

Afortunadamente Julie no iría a verme ese día, ya que su mamá la había obligado a ir a una reunión familiar. Dianna habló hasta que me llevó a dormir de su nuevo novio, como si intentará convencerme de que él era la persona perfecta.

Al final me quedé dormido rodeado de palabras en mi cabeza que no eran suficientes, pensando de nuevo que todo sería un fracaso cuando intentara hablar con ella.

~•~

Noa apareció la mañana siguiente con un ramo de flores pequeñas cuyo centro era muy rosa y el borde blanco. Me dijo que se trataban de flores de cera. Supuse que su nombre se debía a la textura plástica que se sentía en sus pétalos al acariciarlas. Eran lindas, así que no tuve ningún inconveniente con ellas. Hablamos un rato, pero antes de que Julie llegara le pedí a Noa que me llevara al jardín y me dejara solo.

Afortunadamente él no hizo preguntas. Solo me llevó hasta el lugar y dejó las flores entre mis manos para irse con una sonrisa.

-Me envías un mensaje cuando termines -ordenó sin dejar de sonreír.

Esperé un par de minutos. El jardín en verdad era grande. No habían demasiadas plantas, solo pasto y un árbol grande bajo el que me quedé esa tarde. Aún pensaba las palabras perfectas para decirle, pero parecían no estar dispuestas a llegar.

Me preguntaba si yo era suficiente para ella. ¿Cómo nos veríamos juntos? Yo no era tan guapo para estar a su altura. En verdad tenía un cabello castaño y unos bonitos ojos color avellana, pero eso no volvía mi rostro atractivo. Solía tener espasmos incluso en el rostro, junto con las muecas extrañas que hacía al intentar hablar.

Julie, por el contrario, poseía gestos delicados que emparejaban con sus rasgos finos. Se movía con gracia aunque no lo intentara. Era tan perfecta.

Yo, un muchacho invadido de músculos espásticos; Ella una especie de mujer danzante heredera de la gracia de las mujeres nativas incluso al andar.

Cuando se acercó a lo lejos, y levantó su mano en gesto de saludo divisé su figura mientras pensaba en la mía: una no encajaba con la otra.

-Hola, Dani -sonrió.

-Ho-la -dije con pena.

Ella se paró a mi lado mirando la nada con sus expresivos ojos negros. Cuando notó el ramo entre mis manos arqueó las cejas.
-Que flores tan lindas. No las había visto por el hospital.

-Las com-pré.

-¡Oh! Eso explica... una parte de todo esto.

-Noa lo hi-zo. Yo se lo pe-dí -aclaré sin mirarla, con los ojos clavados en las flores -. Son pa-ra una chi-ca.

Sus ojos se abrieron denotando sorpresa. Creí entonces que había comenzado con la frase incorrecta, pues ella parecía confundida.

-Quizá deberías dárselas ahora -intentó sonreír

-¿Y si no le gus-tan?

-Definitivamente le van a gustar.

-¿Te gus-tan? -pregunté antes de que Julie tomara el ramo para ponerlo con cuidado de nuevo en mis manos y asegurarse de que lo sostuviera con firmeza.

-¡Me gustan! -seguía tocando mi mano con la yema de sus dedos -. Son pequeñas y tiernas como tú. No debes preocuparte, ella las amará -así me soltó para mirarme a los ojos.

-Cr-eo que a ella le gustan.

-Entonces ve con ella.

-Es-toy con ella -solté sin pensarlo mientras intentaba ofrecerle el ramo.

Ella abrió la boca, pero no dijo nada. Se limitó a tomar las flores con delicadeza y llevarlas hasta su pecho en donde las abrazó con fuerza. Parecía que quería sonreír, aunque fuera incapaz de mover los músculos necesarios para hacerlo. No estaba seguro de qué era lo que intentaba decir con esa expresión que había quedado en su cara por la impresión bajo la sombra del gran árbol esa tarde. Pero me arriesgué a pesar de estar tan asustado de ser rechazado.

-Julie, si pudie-ra toma-ría tu mano. Pe- ro no pue-do. Así que... -me detuve pues la expresión de su rostro seguía ausente, no obstante, al encontrarse nuestras miradas, ella esbozó una tierna sonrisa y sujetó mis dedos dándome fuerza-. ¿Quie-res ve-nir a la fiesta con-migo?

-Claro que quiero -lucía hermosa con la luz del sol iluminando su cabello negro. Y su voz tan delicada cuando ni siquiera dudó responder.

Supe entonces que quizá ella no necesitaba las palabras correctas, o las más lindas para saber que yo en verdad la quería, pues Julie sabía que quizá la amaba. Solo era necesario, quizá un deseo de su corazón , que yo me confesara aunque no le dedicara toda una novela o le escribiera una canción. Fue tanta la emoción reflejada en las arrugas que aparecieron en las esquinas exteriores de sus ojos causadas por su enorme sonrisa, que entendí que lo mejor era hacer las cosas sin detenerse por el miedo, pues de entrar en pánico y nunca decirle nada, jamás hubiéramos vivido tal experiencia, ni hubiera descubierto que la podía hacer tan feliz.

-¿Debo usar un bonito vestido de noche? ¿De qué color será tu traje? -preguntó intentando contener la emoción tras sus dientes blancos.

-No lo sé. Ne-gro, supon-go.

Ella rió con delicadeza -Eso me parece perfecto.

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