Sótano || ArgChi [Omegaverse]

Από Lisa-Parker

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Después de nueve años, Manuel por fin puede despertar de la pesadilla. Inspirado en la película Room. Περισσότερα

Uno
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Epílogo

Dos

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Από Lisa-Parker

El primer contacto, después de tantos años, perturbó a Manuel. Más de lo que él creía que lo haría. En realidad, Manuel pensaba que ver a su mamá de nuevo le traería tanto alivio como haber sido encontrado después de nueve años encerrado en ese sótano, pero la verdad es que mirar la cara de Rayén no pareció darle nada más que dolor de guata.

Manuel temía muchas cosas del reencuentro con su mamá y con su papá. Tenía un miedo terrible de que Rayén de pronto lo culpara y no quisiera verlo más, también temía que ella no quisiera a sus niños, porque al fin y al cabo, Ema, Benjamín y Sofía habían sido concebidos de formas horribles y tenerlos ahí podría ser como tener a Arthur todos los días. Manuel pensaba que tal vez Rayén estaría enojada con él, que lo culparía. Y en verdad, si lo hacía, tenía mucha razón.

Él no había hecho caso a todas sus órdenes el día en que eso ocurrió. Rayén le dijo, toma el camino más largo a casa, el que está iluminado, pero Manuel se había negado y como un niño desobediente eligió el camino más corto, el que estaba lleno de alfas merodeando por la calle, fumando y charlando. Ninguno de ellos lo había ayudado cuando Manuel había gritado y pataleado, y probablemente después ni siquiera habían querido atestiguar en la causa. Manuel no los culpaba, al cabo de todo, el responsable era él.

- ¿Estás listo? –preguntó Martín. Manuel no había reparado demasiado en su presencia, aunque había estado acompañándolo durante toda la mañana. Los niños se habían quedado en la habitación mirando la tele. Una tele era toda la entretención que Manuel y sus hijos tenían en el sótano, así que al menos era lo más conocido que poseían allá afuera.

- Eso creo –Manuel soltó el aire que estaba conteniendo. Todavía se sentía sin fuerzas y atontado, como si algo le hubiera pasado encima.

- Está feliz de verte –Martín dijo, mientras abría la puerta y le ayudaba a caminar hasta la salita de visitas de la clínica.- Me lo dijo. Solo quiere abrazarte. Supongo que vos también... solo quieres mirarla de nuevo.

Manuel suspiró.

- ¿Cuándo es correcto que le cuente sobre los niños? Quiero decir, ella no lo sabe, ¿verdad?

- Quisiste que fuera así y no se lo dijimos, pero si es muy difícil para vos... puedo decírselo yo, podemos explicarle que esto es algo... que realmente no pudo ser evitado.

Manuel se quedó callado.

- No me malinterpretes. No quiero decir que...

- No, es así. Le pedí a Arthur que me comprara pastillas –empezó, despacio- Y lo hizo. Después de que Ema nació, no quería tener más niños, aunque todo fue diferente cuando la tomé en brazos. Ella me dio fuerzas. Pero un día, traté de escapar. La tapa del estanque del baño era lo más pesado que había en ese sótano. Ema tenía tres años. Cuando Arthur bajó, traté de golpearle la cabeza con esa tapa, pero lo arruiné. Él alcanzó a cerrar la puerta y mi muñeca se trabó, por eso ahora me duele. Después de eso, Arthur me quitó las pastillas.

Martín trató de decir algo que pudiera sonar reconfortante, pero no encontró las palabras y se sorprendió porque él era médico y debería saber las oraciones correctas.

Ambos cruzaron el pasillo hasta estar en frente de una puerta blanca, como lo eran todas allá. Manuel pudo sentir el olor a beta suave y amoroso de su mamá pero no pudo oler la esencia de su papá. Se sintió hiperventilado y ansioso y cuando Martín abrió la puerta, vio a una mujer morena de pelo hasta los hombros. Tragó saliva y dio unos pasos, entonces la mujer se volteó y Manuel pudo ver su cara.

Era diferente a como él la recordaba. De piel firme y nariz aguileña, ahora su rostro estaba cubierto de líneas tensas y hundidas. Tenía el cabello más corto, también, pero su boca era la misma y la pintura de los ojos se le empezó a correr en tanto lo vio a él y Manuel se dio cuenta. Martín le soltó el brazo y Manuel echó a correr directo al pecho de su mamá.

Rayén le rodeó los hombros. Manuel sollozó fuerte aferrado en su cuello.

- Fue mi culpa, mamá –se lamentó- Hice todo lo que me dijiste que no hiciera. Me fui por el camino más corto, sin luces, aunque me dijiste que fuera por el otro. Y esto fue lo que pasó.

- No, no, no es tu culpa, Manu –Rayén trató de contenerlo. Ella había empezado a llorar también; un par de enfermeras acercaron a ambos, temiendo una descompensación- Nada de lo que pasó es tu culpa. Te sucedió algo horrible, te hicieron algo horrible, pero no es tu culpa. No te culpes, por favor.

Manuel no respondió a eso. Dejó de llorar pero se mantuvo acurrucado en el cuello de Rayén, respirando su olor hasta que le doliera la nariz.

- Te eché mucho de menos, no sabes cuánto...

- Si sé, mamá. Yo también te eché mucho de menos. No había día en que no pensara en ti y en que no quisiera que estuvieras conmigo y me ayudaras y en que no me odiara por no haberte hecho caso...

- Fueron tantos años, Manuel, lo siento tanto, no te merecías nada de lo que te pasó, debiste haber estado tan asustado, perdóname por no estar contigo, eras un niño...

- Fue mi culpa, mamá, todo fue mi culpa.

Martín se les quedó mirando. Trabajar el tema del sentimiento de culpa poderoso y recurrente en Manuel tardaría. Pero él saldría adelante, se había mantenido en pie durante nueve años, había hecho un gran trabajo con los niños dadas sus condiciones, lograría sobreponerse a eso.

- Tengo que contarte algo –susurró Manuel después de un rato, separándose por fin de Rayén.

- Dime lo que quieras, por favor.

Manuel se quedó callado. Martín creyó que era tiempo de intervenir.

- Manuel... Manuel pasó por mucho encerrado en ese sótano. Él... él no está solo ahora.

- Claro que no –dijo Rayén- Me tiene a mí.

- Por supuesto, la tiene a usted, pero también...

- Tengo hijos, mamá. –soltó Manuel de pronto y Martín y Rayén se le quedaron mirando fijamente.

- ¿Qué? –cuestionó la mujer-

- Cuando estuve en ese sótano... es difícil de contar. Perdón, yo solo...

- No es culpa de Manuel, pero tampoco es culpa de esos niños –intercedió el doctor- Son tres. Dos niñas y un niño. Son exquisitos –sonrió Martín- Entendemos si usted no está preparada para conocer a sus nietos, especialmente por lo que ellos significan, por cómo ellos nacieron, pero también es importante que apoye a Manuel durante este período y que logre entender que...

- Quiero conocerlos –soltó Rayén, sorprendiendo a todos los que estaban alrededor.

-

Sofía fue la primera en levantar la cabeza aunque nadie había abierto la puerta hasta el momento. Las enfermeras le habían dado a Manuel una peineta y unos colets y él había arreglado el pelo marrón medio claro con rulos de Sofía hasta que la niña había terminado con dos chapes. Llevaba un vestido blanco y estaba acurrucada junto a Benjamín, Ema miraba la televisión sin distracciones.

- Alguien viene –dijo Sofía, sentándose en la cama.

- ¿Es papá? –preguntó Benjamín.

Sofía iba a encogerse de hombros pero entonces los tres sintieron la puerta abrirse y temblaron ante la sensación de que, quizá, podía ser Arthur quien entrara a la habitación. Sin embargo, al instante se relajaran porque el olor reconfortante de su papá llegó a sus narices y junto con él el aroma del doctor alfa que era suave y les gustaba y el olor desconocido de una raza que no habían percibido nunca.

- ¿Me extrañaron mucho? –dijo Manuel.

- ¡Mucho! –le contestó Ema, obviando la televisión. Manuel se sentó en la cama junto a ellos, le pasó los dedos por el pelo oscuro a Benjamín y después miró al umbral. Martín se hizo a un lado.

Rayén se abrió pasó, caminando con lentitud. No estaba viendo al frente hasta que sintió los ojos profundos de Manuel directamente en su cara y tuvo que levantarla. Lo primero que captó su atención fueron tres pares de ojos de distintos colores viéndola fijamente.

- Hola –dijo ella, intentando caminar hacia los niños.

Manuel percibió que sus hijos empezaban a impacientarse y a tensarse así que puso una mano sobre el hombro de Ema, que estaba más cerca y les murmuró:

- Está bien, niños. Está bien, ¿saben quién es ella? Yo les he contado. Ella es mi mamá. Se llama Rayén, ¿se acuerdan? Les dije que ustedes la llamarían abuela. Ahora ha venido a visitarlos, ¿está bien? –ninguno de los niños dijo una palabra, Manuel vio que Rayén le miraba nerviosa- Vamos, pueden decirle hola. Ella les está saludando.

- Hola –dijo Sofía.- ¿Tú eres abuela?

Rayén tragó saliva.

- Sí. Yo soy... soy tu abuela. Y de tus hermanos. Soy la mamá de su papá. Dios, ustedes... ustedes se ven tan grandes.

- Tengo cinco –respondió la niña.

- Eres una niña muy bonita y tú también, cariño –Rayén le habló a Ema. Ema agachó la cabeza y dirigió su mirada a Manuel. Manuel le acarició el cabello.- Y tú... te ves como todo un caballerito. Se parece mucho a ti cuando eras pequeño, Manuel...

- Sí. Recuerdo haber visto fotos.

- ¿Cómo se llaman?

- Oh –soltó Manuel- Por supuesto. Ella es Sofía y el Benjamín, son mellizos. Y ella es Ema, es la mayor.

Rayén se sonrió.

- Has sido tan fuerte, Manuel, tan fuerte...

- Podríamos conversar afuera, si es mejor para ustedes –decidió interrumpir Martín-

- Sí, es mejor que... que ellos no escuchen. Voy a volver en un minuto –dijo Manuel a los niños- Sigan viendo la tele. Díganle chao a su abuela.

Sofía fue la primera en decir adiós con la mano. El resto al imitó. Martín cerró la puerta.

- Ellos... -empezó Rayén- ¿Se parecen mucho a... a ese alfa?

Manuel se quedó callado un momento.

- Sofía tiene sus mismos ojos verdes. Y Ema, el pelo del mismo color. Pero eso no importa. Porque son míos. Y yo los quiero. Ellos son la única razón por la que estoy aquí ahora.

Rayén volvió a abrazarlo.

- Perdóname, por todo...

- Está bien, mamá, al final lo logré. Ya estoy bien.

- ¿Lo estás?

- Trato de estarlo día a día. Algunos días son más difíciles que otros, pero... el doctor Hernández es de mucha ayuda.

- Por favor, solo llamame Martín.

Cuando ya se estaba oscureciendo, Martín le dijo a Rayén que ya era hora de dejar a Manuel descansar.

- ¿Cuándo podré verlo de nuevo?

- Es mejor que él decida. La llamaremos cuando Manuel esté listo.

Rayén asintió. Martín la acompañó a la puerta y después se devolvió hasta la habitación donde Manuel estaba con los niños.

- Le dije que volverías a llamarla cuando estuvieras listo. No regresarás a casa muy pronto.

- Me gustaría estar en casa.

Martín se encogió de hombros.

- Esto te será de mucha ayuda. Te lo prometo.

Manuel sonrió.

- Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?

Manuel acariciaba el cabello de Benjamín. Esta noche le tocaba a Benjamín dormir junto a él. Ema y Sofía estaban dormidas en la cama de al lado.

- Claro. Lo que quieras.

- Pasas mucho tiempo aquí. ¿Tienes una compañera... o compañero? Quiero decir porque... porque en realidad vuelves a tu casa muy tarde y...

- Tengo un novio, sí, pero aún no somos... vamos a casarnos.

- ¿En verdad? –preguntó Manuel- Te felicito.

Martín sonrió.

- Es mejor que duermas, Manuel. Este día fue de muchas emociones. Te hará bien descansar.

- Sí.

- Buenas noches.

Manuel se cubrió con la sábana, rodeando con su brazo la cintura de Benjamín.

- Buenas noches.

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