Armonía secreta [EN LIBRERÍAS...

De StefyLeon_

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Segunda parte de Bajo las Sombras. Yza y Emma están enamoradas, pero lo mantienen en secreto. Se besan en lo... Mais

Un poema antes de empezar
1 🙊 Nadie debe enterarse
2🔰 Insignias sobre la mesa
3 🏢 El Colegio Darwin
4 👨 Amenaza
5 😏 La habitación de Emma
6 🆓 Liberación
7 🎏 Efectos colaterales
8 ☀️ Das más sed que el sol
9 💕 Todas las chicas en mi agenda
10 🍜 Cumpleaños
11 💰 ¿A qué costo?
12 👩‍🎤 Una voz inaudita
13 ❄️ Esfera de nieve
Diario - 19 de enero, 1983
14 💦 Porno
15 👦 Hermanos
16 🐱🐟 Caterinas
17 💀 Si los muertos hablaran
18 📷 ¿Habíamos sido felices?
Diario - 27 de diciembre, 1982
19 ✈️ La bestia alada
20 🚙 We Belong Together
21 🎄 El bosque, la niña, el hombre
22 🎱 Bola de billar
23 🎁 La stalker de mi pasado
24 🍷 El alcohol, las tormentas y los incendios
25 🙏 Confía en mí
26♟️ Sobre el futuro, el presente y el pasado
27 🔎 El secreto de Liliam
28 🎣 Mientes tan bien
29 ➡️ Punto sin retorno
Diario - 14 de febrero, 1983
Diario - 17 de febrero, 1983
Diario - 18 de febrero, 1983
Diario - 7 de marzo, 1983
Diario - 8 de marzo, 1983
30 🏚️ El fantasma que nos acecha
Diario - 6 de mayo, 1983
Diario - 10 de mayo, 1983
31 ⚖️ Tú nos condenaste
32 🌊 El vaivén de la marea
33

Armonía secreta © ¡Ya en librerías alrededor del mundo!

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De StefyLeon_

Susurro de la autora: Si no has leído Bajo las sombras al completo, es mejor que des media vuelta o te llevarás varios spoilers.

***

20 de diciembre, 1982

Querida Lu,

He comprobado en las últimas semanas que la soledad nos empuja a emprender acciones desesperadas.

Quisiera mentirte, quisiera decirte que diciembre devora todo: desde las hojas de los árboles, hasta la luz del sol y las horas del mundo; que corre acelerado y choca con la Navidad y que eso me ha impedido escribirte, sobre todo si tengo encima los desfiles de la Banda y los exámenes del final de trimestre. Quisiera mentirte, Lu, pero ha sido otra situación la que me ha impedido regar tinta en este cuaderno.

Y tengo que ser sincera, te lo debo.

No te he escrito porque siento que te he traicionado de alguna forma y me avergüenza. La consciencia pesa más que los libros de texto, lo he comprobado, pero antes que te enfades quiero que recuerdes algo: decidiste dejarme. Me abandonaste y pusiste como excusa que tenías derecho a hacerlo.

¿Puedes juzgarme por intentar escapar de la soledad en la que me sumiste?

Entre más tiempo pasa sin que estés entre los vivos, mejor entiendo a las personas que buscan con desesperación alguien que las escuche. ¿Recuerdas a la hermana Paulina, la que vagaba por los jardines llamando a su prometido, el que había muerto? Ahora sé por qué enloqueció y no voy a regodearme en mi propia miseria, sabes que no soy así, pero al menos considera que no hay nadie, absolutamente nadie, que quiera escucharme o siquiera prestarme un hombro para llorarte.

Pero te debo una explicación.

Para que puedas entender las circunstancias que me impulsaron a actuar, tengo que hablarte de algo que sucede en la academia. Hay tradiciones extrañas como el lazo de hermandad, que consiste en que una estudiante mayor te tome bajo su tutela. También están las fraternidades que son grupos de chicas que se reúnen una vez a la semana. Por lo que averigüé, hace unos años era una práctica que estaba permitida, pero cuando las fraternidades se tornaron conflictivas entre ellas, se prohibieron y se cambiaron por lo que ahora se conocen como los clubes extracurriculares. La cuestión es que los clubes son vigilados o liderados por una profesora y tienen un área específica de acción, mientras que las fraternidades contaban con varias libertades; así que ahora trabajan en secreto: se reúnen y hacen lo que les viene en gana.

Te preguntarás cómo lo sé. Lo sé porque me invitaron a la reunión de una fraternidad. La invitación me llegó en un sobre dorado con franjas negras donde estaba escrita una fecha, una hora y un número de habitación. La que duerme en esa habitación es la chica a la que le robé los borradores, la que me llevó un pedazo de pastel a los sanitarios. ¿Recuerdas que te hablé de ella? Las miradas que me lanzó los días siguientes me abstuvieron de preguntarle los detalles de la invitación, pero a ti puedo decirte un detalle sobre ella que tiene más valor del que imaginas. Su nombre. Caterina Ferrer.

Asistí tan emocionada como cohibida. No quería meter la pata, no cuando ella y yo habíamos «avanzado» desde mi cumpleaños. Me mantuve despierta hasta las dos de la mañana. ¿Imaginas faltar por quedarme dormida? Nunca me lo perdonaría.

Cuando llegué, me abrieron la puerta sin que tuviera que tocar. La habitación tenía velas por todos lados, pero no creas que me encontré frente a un escenario de terror, donde la protagonista es el inocente tributo de una secta sanguinaria. Nada más alejado de la realidad. Había velas, pero ningún pentagrama invertido entre ellas, te lo aseguro, solo cinco chicas que regresaron a mirarme como si yo hubiera llegado al lugar equivocado. No diré sus nombres, porque sé que este diario —por más precauciones que tome— puede llegar a manos de la gobernanta de piso (y si usted, gobernanta, lee esto algún día, debería sentir vergüenza por no respetar la intimidad de las personas).

Como decía, dado que puede hacerse público, nombraré a las chicas como si nombrase a una pandilla de felinos: Rayada, Timorata, Peluda y Soñadora. Rayada y Peluda parecían las menos felices de tenerme allí, hasta podría decir que, de haber sido unas gatas de verdad, habrían levantado los cuartos traseros y me hubieran gruñido.

Caterina Ferrer estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y entre almohadones que asemejaban un trono. Las demás estaban en el suelo, sobre cojines. Ocupé el que estaba vacío. Cat mandó a que Timorata me sirviera una taza de té y alargó una caja de chocolates hacia mí. El que tomé me supo tan extraño que estuve a punto de vomitar. Debo haber puesto una cara muy graciosa, porque las demás se echaron a reír.

—Tiene whisky por dentro —me informó Peluda.

(Intentaré transcribir lo que me dijeron, para que te hagas una mejor idea de todo).

—No la juzguemos por no ser una borracha como nosotras —dijo Soñadora—. Ya le enseñaremos a valorar ciertos brebajes.

—Lo que me gusta de Ylari —intervino Cat y todas miraron en su dirección— es exactamente eso: que no está manchada.

—¿Manchada? —pregunté.

—Eso mismo me pregunto yo —dijo Rayada—. ¿A qué te refieres con manchada? ¿Te refieres a que es más ingenua que la mayoría de la gente?

Se enfrascaron en una extensa discusión de la que intervine poco. Me concentré en las miradas que Cat me lanzaba y te lo juro, parecía que las llamas que le iluminaban los ojos también se los iban oscureciendo.

—Me refería —dijo Caterina hacia el término de la discusión—, que Ylari no está manchada por el pensamiento burgués con el que hemos crecido nosotras. —Y añadió en mi dirección—: Admiro lo que has compuesto para la lira y me agrada lo que dices en la clase de filosofía, por eso decidí invitarte.

—¿A qué exactamente? —Yo no tenía idea.

Entonces me explicaron lo de las fraternidades secretas y me dijeron que la suya tenía años de haber sido fundada y que había contado con chicas que después de egresar, se habían convertido en escritoras, filósofas, pintoras, activistas o catedráticas de renombre.

—Nos hacemos llamar I conquistatori —señaló Peluda—. Las conquistadoras.

—Pero no de chicos —apuntó Rayada—. Hay fraternidades que se la pasan hablando de penes y de sexo, pero nosotras...

—También lo hablamos —interrumpió Soñadora.

—Es verdad —aceptó Cat—, pero no es el monotema. Discutimos sobre los libros que nos prohíben leer, sobre lo que la sociedad nos prohíbe hablar. Estudiamos las obras de Simone de Beauvoir y Betty Friedan.

—Vamos en contra de lo establecido —intervino Soñadora—. Estamos cansadas de que nos digan cómo tenemos que pensar o lo que debemos sentir, ya sabes, esa mierda de los roles de género.

—Aprendemos a tener una opinión —dijo Cat—, pero una opinión fundamentada en lo que leemos y analizamos.

—La ignorancia subyuga al mundo y a las mujeres nos subyuga el doble —intervino Timorata por primera vez.

—Hacemos más trabajo del que nos mandan en clase. Leemos más libros de los que leeríamos al año con las asignaturas normales.

Me había imaginado de todo, Lu, todo menos que aquellas chicas se reunieran para estudiar a altas horas de la madrugada, que aquellas reuniones las hicieran para cultivarse y leer los panfletos y consignas que los profesores de la academia nos prohibían. Me sorprendió y me agradó al mismo tiempo. Sin embargo, unirse al círculo permanente, el que se reunía sin excepción una vez por semana, no era tan sencillo.

—No admitimos a cualquiera —dijo Peluda.

—En realidad —señaló Cat y sonrió—, tenemos una regla de admisión: pedimos una cuota de inscripción.

—No tengo dinero —solté.

Se rieron e intercambiaron miradas misteriosas.

—Pedimos algo más valioso que el dinero. Pedimos información.

—¿Información?

—Exacto. Información. Pero no cualquier información. Debes compartir con nosotras tu más grande secreto.

—Si eres capaz de hacerlo, te aceptaremos en la fraternidad y las demás compartiremos nuestros secretos contigo. De lo contrario, esta será tu primera y única reunión.

—Y no nos salgas con eso de que no tienes secretos —escupió Rayada—. Una persona sin secretos es aburrida y no queremos aburridas por aquí.

—Queremos chicas que aporten al grupo. Si dos personas piensan igual, una sale sobrando, ¿entiendes?

—Puedes pensártelo —añadió Cat—. No es algo que tengas que compartir ahora mismo.

Un secreto para desembarazarme de la soledad.

Lo pensé por unos días, aunque sabía de antemano que por más que escarbara hondo, muy hondo en mi vida, llegaría a la misma conclusión: ese gran secreto que me pedían como moneda de cambio tenía que ver contigo. Compartirlo con un grupo de extrañas no iba a ser agradable. No lo fue. Fue traicionarte. Pero debes entender —sé que lo entenderías— que no lo hice solamente porque estoy cansada del auto destierro. Lo hice porque también estoy cansada de llevar a cuestas este fardo que me lanzaste antes de huir.

Y les dije, Lu, les conté...

Lo que te hacía el sacerdote cuando ibas a confesarte, lo que había estado haciendo durante años a tantas niñas, lo que te hacía despertar gritando por las noches, lo que me hizo una vez, y solo una, porque al final dijo que con indias le dábamos asco... Les dije eso, Lu, se los confesé. Les dije que no aguantaste, que terminaste marchándote para siempre, que ya me habías dicho que estabas muerta, pero que incluso muerta, él seguía abusando de tu putrefacción.

Se horrorizaron.

Caterina Ferrer, que en ese momento no era todavía Caterina Ferrer, intercambió una mirada conmigo, como si entendiera...

Cuando habló, fue para confesarme su gran secreto.

***

Susurro para quienes ya han leído esta historia: El gran secreto de Cat será revelado en esta versión.

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