Culpa tuya © (2)

Da MercedesRonn

26.2M 1M 344K

¡Disponible los 16 primeros capítulos! Después de todo lo ocurrido el verano pasado, tras las peleas, los eng... Altro

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Epílogo

Capítulo 12

695K 25.2K 9.9K
Da MercedesRonn

NICK

Yo las llevé al aeropuerto. Mi padre se despidió en casa, ya que tenía que irse a trabajar. No me hacía gracia tener que pasar mi última hora con Noah con su madre en el asiento trasero del coche, pero otra vez tuve que tragarme lo que pensaba. Aquel viaje no me hacía ni puta gracia, ya lo había dejado claro, pero no había nada que pudiese hacer.

Miré de reojo a Noah, que estaba callada y pensativa en su asiento. Había insistido en traer al dichoso gato con ella y lo acariciaba distraída- mente mientras miraba por la ventana. Extendí el brazo y le cogí la mano para llevarla a la palanca de cambios. Sentía un vacío en el pecho y odiaba sentirme así. ¡Joder, era un mes, no sería para tanto! ¿Desde cuándo me había vuelto tan jodidamente dependiente?

Aquello no podía ser, no podía volverme loco por no verla durante un mes, necesitaba llevarlo con más calma. Esta separación sería una prueba para ver cómo sobrellevábamos estar separados. La miré de reojo y me son- rió, aunque vi tristeza en sus ojos.

Su madre tenía una inmensa sonrisa en el rostro, contentísima. ¿Por qué para ella no era un problema estar un mes separada de su marido? No lo comprendía e inconscientemente apreté con más fuerza la mano de Noah.

Cuando llegamos al aeropuerto de LAX, estacioné en el aparcamiento y bajé las maletas mientras Raffaella conseguía un carrito. Noah se acercó a mí, deprisa, y me besó en los labios.

—¿Qué haces? —pregunté intentando sonar divertido, aunque no lo estaba.

—Besarte antes de que mi madre vuelva —respondió. ¿No pensaba besarme cuando estuviésemos dentro con su madre?

Me guardé mis opiniones para mí, sabiendo que la besaría tantas veces como me diera la gana y donde me diera la gana.

Media hora después ya habíamos facturado las maletas y Raffaella insistía en entrar ya a la puerta de embarque. Aún faltaba una hora para que saliese el avión, pero aquella mujer era exasperante.

—Mamá, ve yendo tú, necesito estar un momento a solas con Nicholas antes de irme —le dijo. Su madre, por toda respuesta, frunció el ceño.

Me miró a mí, luego a Noah y, por último, al gato. Su manera de mirarlo, enojada, me despertó la vena protectora.

Es nuestro gato.

Finalmente se despidió de mí y se fue, dejándonos solos.

Le pasé un brazo por los hombros y la atraje hacia mí. La besé en la coronilla mientras nos dirigíamos a paso de tortuga al control de pasajeros.

—No debería sentirme tan triste, Nick —confesó entonces.

Bajé la mirada y la observé fijamente. ¡Joder, era verdad! No deberíamos estar tan abatidos, era un mes... había parejas que no se veían durante un año entero. No quería que Noah se fuese triste, no quería verla sufrir y menos aún por algo que supuestamente debía hacerla feliz. Me recriminé haberle insistido tanto para que se quedase. Si hubiese apoyado ese viaje desde el principio tal vez ahora no estaría tan abrumada y no tendría esa tristeza en la mirada.

—No lo estés, pecas —dije abrazándola contra mi pecho. N maulló molesto al estar apretujado entre los dos—. El calor que hace en España es genial y la Torre Eiffel es preciosa, te va encantar —le aseguré y una sonrisa apareció en su rostro—. Nos vemos cuando vuelvas, te estaré esperando con el bicho este —agregué señalando a N.

—Por favor, cuídalo, Nicholas, ni se te ocurra olvidarte de darle de comer, y no le des más vino para beber, por Dios —me pidió realmente preocupada.

—Solo fue una vez y al gato le encantó —repliqué pinchándola.

Puso los ojos en blanco y abrazó al gatito contra su pecho.

—Toma, cógelo —me dijo dándomelo. Lo sostuve con una mano y con la otra cogí la cara de Noah y atraje sus labios a los míos.

—Te amo —declaré después de saborear sus labios por última vez en un mes.

Una sonrisa apareció en su rostro.

—Yo más.

Vi cómo se marchaba, y sentí un nudo en el estómago. Su pelo largo recogido en una cola alta, sus piernas embutidas en un pantalón corto... Iba a volver locos a los tíos con los que se cruzara. Respiré hondo intentando tranquilizarme. Ahora solo estábamos N y yo.

Nada más entrar en casa ya me entró el bajón. Dejé al gato suelto para que hiciese lo que le diera la gana y observé el apartamento con nostalgia. No tenía ni idea de qué haría esas cuatro semanas sin ella; era consciente de que mi vida había cambiado de una forma inimaginable, ni siquiera podía recordar lo que era estar soltero y sin alguien a mi lado. Era como si estuviese viendo a través de un cristal poco definido, como si hubiese un antes y un después de Noah Morgan.

El piso estaba impecable. Noah no es que fuese una maniática de la limpieza pero el día antes de marcharse se puso un poco histérica y arrasó con cualquier cosa que no estuviese en su lugar, algo raro y que solo hacía cuando estaba estresada de verdad, lo había comprobado a lo largo de esos últimos meses.

Me ponía nervioso saber que estaba a miles de kilómetros de distancia, atravesando el país en este mismo instante, dirección a Nueva York, puesto que hacían escala allí antes de salir hacia Italia. Nunca le he tenido miedo a los aviones, a lo largo de mi vida he cogido más de los que puedo recordar, pero ahora que Noah era la que estaba ahí arriba... me sorprendía compro- bar la de imágenes y pensamientos terribles que albergaba mi cerebro. Que el avión tuviese una avería, que cayera en medio del agua, que hubiese un

atentado... las posibilidades eran infinitas y no podría hacer nada por cal- mar el miedo que sentía en el centro de mi pecho.

Cinco horas más tarde, el sonido de mi teléfono me despertó del sueño inquieto en el que me había sumido sin siquiera darme cuenta. Me desperté desorientado.

—¿Nick? —dijo su voz al otro lado de la línea.

—¿Habéis llegado? —pregunté intentando centrarme.

—Sí, estamos en el aeropuerto. Este sitio es inmenso, me da mucha pena no poder parar e ir a visitar la ciudad, tiene que ser increíble. —Noah parecía contenta, y eso me animó un poco, aunque ya la echaba de menos.

—Me pido Nueva York —solté. Noah soltó una risa.

—¿Qué? —dijo y pude escuchar el alboroto que había a su alrededor. Me lo estaba imaginando, hombres trajeados con maletines que llegaban a la ciudad que nunca duerme, madres con niños llorosos y molestos, aquella voz de mujer hablando por los altavoces y dirigiéndose a la gente rezagada que estaba a punto de perder un vuelo...

—Quiero ser yo quien te enseñe Nueva York, eso es lo que quería decir—me apresuré a aclarare. Me levanté del sofá y me acerqué al fregadero de la cocina.

—Prométeme que vendremos juntos, Nick, en invierno, con la nieve

—exclamó emocionada al otro lado de la línea.

Sonreí como un idiota al imaginarme con Noah en Nueva York, juntos, recorriendo las calles, parándonos en cafeterías... Tomaríamos chocolate caliente y la llevaría al Empire State y en cuanto estuviésemos arriba la besaría hasta quedarnos ambos sin aliento.

—Te lo prometo, amor —susurré.

Escuché cómo alguien llamaba a Noah desde lejos: su madre, obvia- mente.

—Nick, tengo que dejarte —soltó apresuradamente—. Te llamo cuando estemos en Italia. ¡Te quiero!

Antes de que pudiese contestarle, ya había colgado.

Noah llegó sana y salva a Italia, solo recibí una breve llamada. ya que según ella si seguíamos hablando le costaría una fortuna. Quise decirle que no se preocupara por la factura de teléfono, pero insistió en que ya hablaríamos por Skype cuando estuviese conectada al wifi del hotel. El problema era que la diferencia horaria era enorme, por lo que cuando yo estaba durmiendo ella estaba por ahí y al revés.

Los días fueron pasando y las llamadas por Skype se convirtieron en breves resúmenes de lo que había estado haciendo durante el día. Estaba agotada cuando me llamaba, por lo que prácticamente apenas hablábamos más de cinco minutos. Odiaba eso, odiaba estar tan lejos de ella, no poder tocarla, no poder charlar durante horas, pero me había prometido a mí mis- mo no fastidiarle el viaje. Así, cuando hablábamos le ponía la mejor cara, aunque por dentro estuviese maldiciendo el día en que la dejé marchar.

Dediqué la mayor parte de mi tiempo a ir al gimnasio, hacer surf y los fines de semana a visitar a mi hermana Madison. El sábado después de que Noah se fuera, cogí el coche y fui directo a Las Vegas. Lion quiso acompañarme y como llevábamos toda la semana sin vernos me alegró que viniese. Maddie ya conocía a mi mejor amigo y se llevaban muy bien.

—No sé cómo vas a hacerlo para soportar estar otras tres semanas sin Noah —comentó Lion mientras íbamos por la autopista. No llegaríamos a Las Vegas hasta la noche, por lo que veríamos a mi hermana al día siguiente. Habíamos reservado habitación en el hotel Caesars, ya que, a pesar de que habíamos ido para ver a mi hermana de seis años, no nos íbamos a ir sin pasar por el casino y bebernos unas copas... Al fin y al cabo, estábamos en Las Vegas.

Lo fulminé con la mirada cuando me recordó las tortuosas semanas que tenía por delante.

—¿Qué quieres que te diga? —dijo levantando las manos—. Solo hace dos días que Jenna se fue a ese estúpido crucero con sus padres y yo ya me estoy subiendo por las paredes, y eso que regresa en cinco días.

Esa era la primera vez que Jenna se marchaba de vacaciones dejando a Lion aquí. El año anterior habían venido con nosotros a las Bahamas y ella solo había estado fuera un fin de semana con sus padres en su casa de los Hamptons. Ese año parecía que todos los padres se habían puesto de acuerdo para joder a los novios, llevándose a nuestras novias lejos de noso- tros.

—No veo la hora de que Noah venga a vivir conmigo. Cuando lo haga se acabarán estas chorradas y su madre se tomará más en serio nuestra relación —dije apretando el volante con fuerza. Eran las tres de la tarde en Los Ángeles, por lo que Noah debía de estar durmiendo. ¡Cómo me gustaría estar en su cama con ella en este mismo instante...!

Lion se quedó callado, cosa rara en él, y lo observé de reojo con curiosidad.

—¿Qué te pasa? —le pregunté viendo que su humor había empeorado más de lo que ya estaba. Ahora mismo ninguno de los dos era muy buena compañía.

Él siguió mirando por la ventanilla.

—Me gustaría poder tener un sitio al que llevarme a Jenna a vivir, ya sabes, un lugar que esté a la altura, no la mierda de apartamento en el que vivo —soltó.

Me sorprendió que dijese eso. Desde que lo conocía, hacía ya más de cinco años, nunca lo había oído quejarse por el dinero, ni una vez. Ambos veníamos de mundos completamente diferentes: yo tenía un fideicomiso a mi nombre y estaba ganando muy buen sueldo con el trabajo en el bufete. Nunca había tenido que preocuparme realmente por estos asuntos, no me habían educado así, simplemente había crecido teniéndolo todo, pero sí que fui consciente de lo duro que era conseguirlo cuando no se tiene un padre millonario cubriéndote las espaldas. Ese año en que había vivido con Lion había comprendido que no todo caía del cielo, que la gente podía pasarlo realmente mal para poder tener dinero para comer. Lion trabajaba gran parte del día en el taller que le había dejado su abuelo y tenía un her- mano mayor que ya había estado en la cárcel dos veces y que saldría al cabo de poco, por lo que debía hacerse cargo de todas las facturas tanto de su casa como de todo lo demás.

Las carreras de coches, las peleas y todo lo demás las hacía, aparte de porque me gustaba, porque así podía ayudar a Lion. Éramos hermanos aunque viniésemos de distintos lugares y, a veces, como ahora, se notaba claramente la diferencia monumental que había entre los dos.

—Sabes que a Jenna no le importa dónde vivas, Lion —apunté, sintiéndome mal. Lion no debería estar pasando por eso, no debería pensar así, no había nadie que se mereciese poder vivir tranquilo y sin problemas más que él. Además, Jenna nunca sería una carga para él; al igual que yo, seguramente Jenna tenía una cuenta a su nombre esperando que cumpliese los veintiún años para poder vivir tranquila. ¡Por Dios santo, su padre era un magnate del petróleo...!

—A mí sí que me importa. ¿Te crees que no soy consciente de cómo es o a lo que está acostumbrada? —me recriminó elevando el tono de voz—. Yo no voy a poder darle ni la mitad de lo que ella necesita.

—No todo en la vida es el dinero —dije. Lion soltó una carcajada.

—Lo dice el niño rico.

Vale, se estaba pasando y en cualquier otra ocasión lo mandaría a la mierda, pero sabía que detrás de esa charla había algo sincero y profundo, algo que de verdad le estaba afectando.

No le contesté y él dejó de hablar. Seguimos el trayecto en silencio es- cuchando música y no nos detuvimos ni siquiera para almorzar.

Al llegar, los ánimos ya eran diferentes: era imposible no sentirse afectado por el ambiente de Las Vegas, la gente, los lugares, las luces, el hotel... El Caesars era impresionante, prácticamente era una ciudad, con las tiendas de las mejores marcas de ropa incluidas... Las chicas se volvían locas. No era como estar en Italia, pero el lugar estaba conseguido, había que admitirlo. Nuestra habitación se encontraba en la parte oeste del hotel, que era inmenso, y tuvimos que caminar un buen trecho hasta llegar.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Lion, saliendo a la terraza y encen- diéndose un cigarrillo.

—Tomemos unas copas —le contesté. No quería decírselo pero siem- pre que iba a ver a Madison mi estado de ánimo no era el mejor de todos; simplemente odiaba saber que mi madre estaba a tan poca distancia de mí, no lo soportaba.

Bajamos y fuimos a uno de los muchos bares que tenía el hotel, uno que estaba junto al casino. Lion era muy bueno con las cartas y estaba seguro de que iba a querer jugar unas partidas antes de marcharnos a la habitación. Ya era bastante tarde, y estaba cansado de haber conducido hasta allí, pero disfruté más de lo que debería bebiéndome las copas de ron añejo que calmaban poco a poco mi ansiedad y mi mal humor.

—¿Te apetece jugar? —me preguntó media hora después, cuando am- bos ya estábamos bastante más animados.

—Ve tú, prefiero quedarme aquí —respondí mientras sacaba el móvil y miraba si tenía algún mensaje de Noah.

Antes le había mandado un mensaje medio en coña medio en serio diciéndole si necesitaba que le enviase algo para que se acordase de mí. Hacía ya casi dos días que no hablábamos y si no me equivocaba debería de haber llegado a Londres hacía poco.

Me había respondido.

Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar.

Puse los ojos en blanco.

¿Ahora necesitas citarme a Shakespeare para hablar conmigo? ¿No se te ocurre nada propio?

Un segundo después se conectó y sentí una calidez en mi interior que solo sentía cuando se trataba de ella.

Solo llevo aquí dos horas y ya me estoy empapando de toda la cultura literaria de este país, y sí no te gustan mis mensajes románticos, dejaré de enviártelos, idiota.

Ese wasap iba seguido de un montón de emoticonos enfadados. Me provocó una sonrisa.

Yo te voy a dar otra cosa que mensajes románticos cuando vuelvas de ese estúpido viaje. No hará falta ningún escritor muerto. Tú y yo somos poesía, amor.

No tenía ni idea de cómo lo iba a hacer para superar las siguientes dos semanas y media.

La mañana siguiente me levanté temprano y me metí en la ducha intentan- do tener buena cara para ir a buscar a mi hermana. Después de recogerla nos encontraríamos con Lion aquí y ya vería qué hacíamos.

Conduje fuera de la zona turística de aquella ciudad de locos hasta llegar al parque que había junto a la urbanización de ricachones donde vivía mi hermana. Me bajé del coche y me puse las gafas de sol, lamentando haberme tomado una copa de más la noche anterior. Mi humor ya de por sí delicado estos últimos días no estaba para tonterías y menos para sorpresas desagradables; por eso cuando mis ojos se fijaron en la mujer que llevaba a mi hermana de la mano, andando hacia mí, tuve que respirar hondo varias veces y recordarme a mí mismo que tenía delante a una niña de seis años para no meterme de nuevo en el coche y largarme sin mirar atrás.

La mujer alta y rubia que venía en mi dirección era la última persona que quería tener delante de mí.

—¡Nick! —gritó mi hermana soltándose de mi madre y echando a correr hacia mí. Hice caso omiso del pinchazo de dolor en las sienes provocado por ese tono agudo que solo Madison parecía alcanzar y la levanté del suelo en cuanto llegó a mi lado.

—¡Hola, princesa! —la saludé abrazándola e ignorando a mi madre, que se había detenido junto a nosotros.

—Hola, Nicholas —dijo con timidez, pero manteniéndose erguida, como siempre hacía. No había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, hacía ya unos ocho meses, cuando ella y su estúpido marido descuidaron a mi hermana y provocaron que esta acabara en el hospital por cetoacidosis diabética.

—¿Qué haces aquí? —le espeté bajando a Maddie y colocándola a mi lado. Mi hermana se colocó entre ambos, con mi mano cogida en una de las suyas y estirando su brazo para coger la de mi madre.

—¡Estamos los tres juntos por fin! —exclamó llena de ilusión. No sé cuántas veces me había rogado que fuese a verla a su casa, las veces que me había insistido en que jugara con ella en su habitación o que asistiera a sus fiestas de cumpleaños. Todas sus peticiones tenían un único fin: que yo y mi madre estuviésemos juntos en la misma habitación.

—Quería hablar contigo —me contestó, tensa pero intentando no de- mostrarlo. Iba impecablemente vestida, con el pelo rubio y corto echado hacia atrás y una diadema ridícula en la cabeza. Era igual a las mujeres que vivían en mi barrio, igual a todas las mujeres que odiaba y despreciaba por ser tan simples. Aunque su aspecto nunca le impidió ser tratada como una abeja reina por todos los hombres que había conocido: todos la idolatraban y querían follársela.

—Nada de lo que tengas que decir me interesa —repuse intentando que mi tono de voz no revelara lo mucho que me afectaba verla, lo mucho que odiaba tenerla delante.

Recuerdos de mi infancia empezaron a surcar mi mente: mi madre acostándome a la hora de dormir, mi madre defendiéndome de mi padre, mi madre esperándome con tortitas los domingos... pero seguidos de esos recuerdos vinieron otros... Otros que no quería volver a revivir.

—Por favor, Nick...

—¡Nick! —la interrumpió Madison—. Mamá quiere venir con nosotros, me lo ha dicho.

Mis ojos volvieron a aquella mujer, supongo que la mirada que le lancé la hizo recular porque se apresuró a decir:

—Madison, mejor id vosotros dos, yo tengo que ir a la peluquería, cielo. Nos vemos esta noche —le dijo inclinándose para darle un beso en la coronilla. Se me hizo raro ver cómo la trataba, supongo que una parte de mí esperaba ver que era fría con ella o, simplemente, cualquier cosa, todo menos la mujer dulce que tenía delante. Mi madre podía ser dulce sí, y una zorra también.

Maddie no dijo nada, simplemente se nos quedó observando desde su altura. Quería largarme de allí lo antes posible, tuve que hacerme con todo mi autocontrol cuando mi madre dio un paso hacia delante y me dio un beso rápido en la mejilla. ¿A qué coño venía esto? ¿Qué demonios pretendía?

—Cuídate, Nicholas —dijo para después girarse y marcharse por don- de había venido.

No le dediqué ni un segundo más de mi atención. Me volví hacia mi hermana pequeña y esbocé una sonrisa lo mejor que pude.

—¡¿A qué tortura china me vas a someter hoy, enana?! —le pregunté levantándola del suelo y colgándomela del hombro. Empezó a reír y supe que la mirada de tristeza que había tenido un momento antes ya había desaparecido. Conmigo nunca iba a estar triste, eso ya me lo había prometido a mí mismo hacía años, desde el mismísimo momento en que la conocí.

Lion nos esperaba en la puerta del hotel, vi en su cara que tenía la misma resaca que yo y no sé por qué pero me reí cuando Maddie salió corriendo a abrazarlo, gritando con su vocecita infernal.

Lion la levantó y la colgó de un pie con la cabeza hacia abajo. Me reí mientras mi hermana gritaba como si estuviese poseída. Solo a un loco se le podría ocurrir dejarnos a una enana como mi hermana a dos cafres como Lion y yo.

—¿Adónde vamos, señorita? —le preguntó mi amigo a aquel monstruo de grandes ojos azules y pelo rubio como el oro.

Maddie me observó emocionada, mirando a todos lados sin decidirse. Las posibilidades eran infinitas, estábamos en la capital de la diversión.

—¿Podemos ir a ver los tiburones? —exclamó dando saltos. Puse los ojos en blanco.

—¿Otra vez? —Ya habíamos ido al acuario unas mil veces pero a mi hermana, a diferencia de cualquier niña de su edad, le encantaba colocarse delante de una vidriera de tiburones asesinos y provocarlos detrás del cristal.

Después de almorzar, fuimos al acuario. Mi hermana estaba contenta y corría de aquí para allá. Mientras Lion la vigilaba y ambos hacían el tonto delante de un tiburón blanco, que daba un miedo de cojones, saque el teléfono para ver si mi novia me había mandado algún mensaje, pero nada.

Decidí utilizar mi baza más adorable para camelármela.

—¡Eh, enana, ven aquí!

Maddie me fulminó con sus ojos azules.

—No soy enana —protestó enfurruñada.

«Lo que tú digas», me dije.

—Mandémosle una foto a Noah, ven.

Sus ojos se iluminaron cuando la mencioné. Supongo que esa era la cara que se me ponía cada vez que hablaba o estaba con ella.

Preparé el móvil para una selfi y cogí a la pequeñaja para hacernos la foto.

—Saca la lengua, Nick, así —me indicó la muy listilla al tiempo que sacaba su lengua diminuta. Me reí pero la imité y así nos hicimos la selfi.

Te echo de menos, pecas y el monstruito este que tengo conmigo también. Te quiero.

**¡Hola a todos!

¡Espero que disfrutéis de esta nueva versión mejorada de Culpa tuya! Para los que no lo sepáis, Culpa mía y Culpa tuya ha sido publicado por la editorial Montena, y está disponible en cualquier librería española. Para los que sois de fuera, podéis conseguir los libros por Amazon, itunes y cualquier plataforma de venta online. En cuanto sepa las fechas de publicación en Latinoamérica seréis los primeros en saberlo. :)

¡Gracias a todos por acompañarme en este camino! **

Podéis seguir las novedades en:

Instagram: mercedesronn

Twitter: mercedesronn

Facebook: Mercedes Ron Books

Youtube: Mercedes Ron

Continua a leggere

Ti piacerà anche

155M 9.2M 55
PRIMER Y SEGUNDO LIBRO [Primer y segundo libro ¡publicados en papel! Esta es solamente la primera versión de ambas historias] Para Jenna Brown, su pr...
699K 30.3K 47
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
333K 21.1K 29
Chiara y Violeta son compañeras de piso, y no se llevan bien. Discuten a menudo, y cuando no lo hacen, se ignoran. Cuando se adelanta la boda de su h...