Yin. El bien dentro del mal

teguisedcg

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Algunos son consumidos por el fuego. Otros nacen de él. *** Fa... Еще

Antes de leer...
«Epígrafe»
I | El inicio del fin
II | Verdades a medias
III | Cúmulo de emociones
IV | Huyendo del incorrecto
V | Enemigos en secreto
VI | Espectro con complejo de espía
VII | Misterio grabado en la piel
VIII | ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?
IX | Mentiras y verdades a medias
X | Directos al Inferno
XI | El peso de la pérdida
XII | A la caza de la heredera
XIII | Realidad surrealista
XIV | Enfrentar a la muerte
XV| Planes con tendencia suicida
XVI | Cambios de planes... otra vez
XVII | De vuelta a casa
XVIII| El sacrificio de querer
XIX | Expuestos a la luz de la luna
XX| Retorcido encuentro familar
XXI| Ahogándose en la culpa
XXII| El poder y su castigo
XXIII | Consecuencias de arder
XXIV| No apagues tus sentimientos
XXVI | La consecuencia del cambio
XXVII | La posibilidad de arrepentirse
XXVIII| Hora de la verdad
IXXX| El error de bajar la guardia
XXX| Su fuego interior

XXV| A base de recuerdos

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XXV| A base de recuerdos

Los pasos resonaban en forma de eco ante el silencio sepulcral que reinaba en la habitación.

Se podían diferenciar dos distintos: unos fuertes, que hacían crujir la madera bajo su peso y otros más débiles y ágiles, resultando silenciosos en comparación.

Si no fuese por las preguntas que le hacía en susurros de vez en cuando, no sabría que estaba detrás de él.

Tenía los nervios a flor de piel y sentía todos los músculos en tensión.

Leo miró por encima de su hombro, clavando la mirada castaña en Alioth, con la molestia teñida en ella. La pequeña espectro tragó saliva con dureza y apartó los ojos de él, desviándolos al suelo.

Por el rabillo del ojo observó que Leo dirigía de nuevo su atención a la chica que dormía plácidamente, envuelta en sábanas violetas. Su cabello igual de claro que la nieve, resaltaba sobre la oscuridad y sus ojos, a pesar de estar cerrados, se imaginó que serían de un color igual de bonito que el resto de ella.

Leo sonrió de manera pícara cuando estuvo a tan solo un par de centímetros de distancia mientras que Alioth vacilaba su siguiente movimiento.

Leo ni siquiera se inmutó cuando Alioth estuvo a su lado, pero sí fue capaz de sentir el aura mágica de los espectros y el aroma característico a incienso que parecía impregnarse en cada rincón en el que se encontraba.

Le hizo una seña con la cabeza, alentándola a acercarse a la chica que seguía dormitando, ajena al hecho de que hubiesen dos desconocidos junto a ella.

Alioth posó una de sus pequeñas manos con sumo cuidado sobre la frente perlada de sudor. Se fijó en que este recorría su rostro descendiendo por su cuello hasta desaparecer a través de la clavícula y el esternón.

A pesar de la postura relajada y los ojos cerrados, Alioth era capaz de sentir un dolor ardiente dentro de ella junto a una ansiedad abrumadora.

Paseó la mirada por todo su cuerpo en busca de algún detalle más que pudiera confirmarle que no eran simplemente cosas suyas, dándose cuenta de como apretaba la manta con fuerza. Notó que parecía calmarse bajo el tacto de sus dedos y sus manos dejaban de ser puños y se estiraban sobre la colcha con calma.

La pesadilla parecía haber acabado, aunque algo le decía que simplemente significaba que otra nueva estaba a punto de comenzar.

Se sentía miserable por ello.

Todas y cada una de las pesadillas eran consecuencias de las modificaciones en su cabeza, de todos los bloqueos de memoria que habían llevado a cabo alguien. El hecho de que también le hubieran ocultado recuerdos e incluso emociones.

Por cada nuevo cambio, las pesadillas se volvían cada vez más insoportables,... mortales.

Y, ahora, estaba a punto de hacer que fueran aún peor.

Si no la mataba antes, después de tanto Poder sobre ella.

Si su cerebro era capaz de soportar cada uno de los cambios, entonces serían las pesadillas quienes acabarían con su vida.

Alejó las manos de ella con lentitud, notando que se le retorcía el estómago ante la perspectiva fatalista que se abría paso por su mente. Volvió a tragar saliva con dificultad y cerró los ojos con fuerza, intentando mantener la calma y la concentración todo lo que fuese posible.

Soltó un pequeño suspiro, abrió los ojos y volvió a posar una de sus manos sobre su frente, mientras que con la otra, con cuidado de que Leo no se diera cuenta de ello, la entrelazó con una de ella. Como si de alguna manera fuera el apoyo que necesitase con todo lo que iba a suceder.

A sorpresa de Alioth, había hecho que ella reaccionara, dándole un pequeño apretón inconscientemente antes de dejar la mano lánguida de nuevo.

Desenlazó su mano con la de ella y la colocó encima de la suya, haciendo más presión sobre la frente. Cerró los ojos de nuevo, dejando la mente en blanco y apretó la mandíbula con fuerza, centrando toda su atención en la sensación del Poder recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a la punta de los dedos, donde parecía acumularse. Burbujeando por salir.

Entonces, supo que no solamente la chica sufriría las consecuencias del uso sino que ella misma también debería aceptar el castigo que suponía hacer uso de tal poder.

Sin embargo, a estas alturas, ya estaba dispuesta a aceptar.

Un halo de luz blanca comenzó a rodearle mientras que su mente comenzaba a oscurecerse antes de que un rayo de luz cegador invadiera su cabeza por completo. Era como si se encontrara en una habitación de color claro desde el suelo hasta el techo, sin ser capaz de diferenciar nada; salvo por el contorno de una puerta que había al final.

Anduvo con lentitud, agudizando su oído, temiendo lo peor.

Se acercó hasta ella y vacilando en si sería una buena idea o no, giró el pomo con el corazón latiendole embravecido. Esta cedió y al abrirla, una luz de tono anaranjado fue quien la obligó a parpadear.

Entrecerró los ojo, intentando aclarar su visión, que se había vuelto borrosa por unos instantes.

La luz naranja provenía del reflejo de una hoguera, tiñendo las facciones de la pareja que la rodeaba. Era un hombre y una mujer. Ella tenía el cabello rojo como la sangre y sus ojos parecían estar inyectados en ella. Sino fueta por los colmillos que se entreveían cuando le sonrío a algo que acunaba en sus brazos, habría puesto su mano en el fuego de que se trataba de un mago. El sudor que decoraba su piel brillaba ante la luz del fuego.

Incluso, con la distancia que había entre ellos y Alioth, sabía que estaba agotada y que las fuerzas le estaban fallando, que no sería capaz de proteger al pequeño bebé que seguía acunando.

Entonces, escuchó las pisadas pesadas del hombre, que desaparecían un momento a través de los árboles más cercanos a la hoguera, fundiéndose en la oscuridad de la noche.

Alioth esperó pacientemente a que volviese.

Al cabo de unos minutos, salió de los árboles cargado con varios troncos sobre sus hombros, gruñendo por el esfuerzo. Al llegar junto a la hoguera, los dejó caer al fuego, que no tardó en extenderse para engullirlos. Se pasó una mano varias veces por el pantalón, retirando la suciedad de estas antes de acercarse a donde se encontraba la mujer. Ella le sonrió en respuesta cuando se posicionó a su lado.

El hombre ancló la mirada sobre el bebé, con un brillo extraño invadiendo sus ojos. Era como si no fuese capaz de apartarla de él. Hipnotizado. Alioth, dudando, se atrevió a dar un par de pasos más cerca para observar con detalle el bebé y entender porqué estaba en un recuerdo como aquel.

El bebé abrió los ojos cuando el hombre lo acunó cerca de su rostro, siendo azules como el cielo de una día despejado, del mar en calma y los lirios de agua floreciendo.

Entonces, se percató de que eran de una tonalidad parecida a la mirada del hombre que lo sostenía. Se sentó con cuidado al lado de la mujer y besó su frente, susurrándole algo al oído que Alioth no fue capaz de comprender.

La mujer lo miró una última vez a él y al bebé, antes de dejarse caer hacia atrás enrollando su cuerpo alrededor de una manta gruesa y cerró los ojos.

El hombre, sin embargo, no movió un músculo mientras seguía observando al pequeño bebé que tenía entre sus brazos. Una de sus pequeñas y regordetas manos se posó sobre la mejilla del hombre.

Alioth se percató en como sus hombros empezaron a temblar y su mirada se cristalizaba, a punto de romper a llorar.

«¿Qué? ¿Por qué iba a llorar? ¿No era algo bueno?», se cuestionó mentalmente.

Sus preguntas fueron respondidas cuando las lágrimas comenzaron a brillar sobre las mejillas de él mientras que no dejaba de sonreírle al bebé. Acercó el rostro y le dejó un beso en la pequeña frente antes de susurrarle.

—Espero que nunca descubras este lugar, angelito.

Alioth parpadeó un par de veces, sintiendo que alguien había apoyado una mano sobre su hombro. Mirando por encima de él se encontró la mano grande y marcada de venas que lo apretujaba con sorprendente suavidad. Subió su vista a través del brazo hasta toparse con un par de ojos castaños que la observaban con curiosidad.

Tosió antes de atreverse a hablar.

—Estoy dentro —murmuró con voz pastosa.

Leo asintió, sonriendo con malicia sin decir nada durante unos segundos.

—¿Eres capaz de escucharme y estar dentro a la misma vez? —preguntó en un susurro, su voz sonando más gutural de lo normal.

Alioth asintió con la cabeza, insegura de los planes del ctónic. Leo acortó aún más la distancia entre los dos y le dio un nuevo apretón en el hombro.

Ella volvió a cerrar los ojos, encontrándose otra vez dentro de aquella habitación blanca.

Apretó los puños a su costados y concentró toda la atención en su respiración, que se había vuelto superficial.

Leo, que todavía seguía a su lado, comenzó a susurrarle los nuevos recuerdos que debía implantarle a Fayna.

—Un día fuimos a pasear por el parque. Estaba atardeciendo y recorrimos la pequeña plazoleta que había al fondo del pueblo. Aunque no teníamos nuestras manos entrelazadas, nuestro brazos se rozaban al caminar y ella se sonrojaba sutilmente mientras se retiraba un mechón blanco del rostro.

Alioth vislumbró el verde paisaje que les estaría rodeando, como si aquello hubieta ocurrido de verdad.

Los árboles frondosos alrededor del paseo, algunos floridos y otros solo decorados con hojas verdes que creaban sombras sobre sus cabezas.

Se imaginó que se sentaban bajo uno de ellos, apoyados los dos contra el tronco, uno al lado del otro mientras charlaban con confianza. Entonces, él le susurraba algo que conseguía sonrojarla de nuevo.

—Otra día fuimos al cine y al salir, le ofrecí mi abrigo. Al colocárselo sobre los hombros acabamos demasiado cerca el uno del otro y nos mantuvimos las miradas por un largo tiempo.

Creó el recuerdo.

La noche oscura decorada por pequeñas motas blancas que los magos llamaban estrellas. El viento frío soplaba con fuerza, logrando revolver el cabello de Fayna y desordenando ligeramente el de Leo. Ella se frotaba los brazos, intentando entrar en calor mientras que él la observaba preocupado, ofreciéndole u abrigo.

Antes de que Fayna fuera consciente de lo que estaba sucediendo, la distancia entre los dos era escasa, casi inexistente. Apenas les separaba un par de milímetros, sintiendo que el frío desaparecía de su cuerpo para dejar en su lugar un calor extraño que fue extendiéndose por rincón de ella mientras mantenía la mirada castaña de Leo.

—Otra noche anduvimos juntos hasta llegar a la muralla de las doce piedras y el sagrado árbol de Yruene. Una de esas noches cerradas, que apenas había iluminación y pudimos ver las estrellas perfectamente. Ahí fue la primera vez que nos besamos.

Imaginó el cielo negro repleto de estrellas, incluso dibujó un cometa surcando el cielo. Pensó en que Leo habría llevado una manta donde pudiesen tumbarse juntos, y, como hizo el día del cine, le cedió su abrigo a Fayna y esta vez, a diferencia de la otra, aceptó encantada y sin titubear. Su cuerpos estaban muy pegados el uno del otro y sus miradas no dejaban de entrelazarse, antes de que uno de los dos la apartara.

Las mejillas de Fayna volvieron a teñirse de un tono escarlata mientras que Leo acortaba la poca distancia que había entre ellos. Colocó una mano sobre su mejilla, acunándole con delicadeza el rostro. Recorrió con el pulgar su perfil hasta llegar a los labios.

Los ojos azules como el mar de ella brillaban con un sentimiento extraño.

Clavó la mirada sobre la boca de Leo y se mordió su labio inferior antes de apartarla, intentando disimular.

Leo, en respuesta, acortó aún más la distancia entre ambos, consiguiendo que sus alientos se entremezclaran. A Fayna se le escapó un jadeo, entreabriendo los labios y antes de que supiera qué estaba sucediendo, Leo la besó.

Fayna apoyó las manos sobre los hombros de él, ascendiendo hasta su cuello y para después descender hacia su pecho, en una larga caricia que logró arrancarle un gruñido poco humano a Leo.

Entonces, las subió de nuevo hasta enredar los dedos en su cabello... y profundizó el beso con mucha más intensidad.

Formó un recuerdo tras otro, hasta que Leo terminó satisfecho con las modificaciones. Algunos más románticos que otros, algunos de discusiones con Orión acabados en llantos y otros siendo consuelos de Nashira después de dichos enfrentamientos.

Al final, los únicos recuerdos felices del presente que mantenía eran junto a Leo.

Aunque Alioth intentaba no pensar mucho en ello.

Porque cada uno de ellos eran mentira.

—Alioth, vuelve a Echeyde e informar a mi madre que la elegida —dijo con tono de burla la última palabra—, está de nuevo en cauce, preparada para volver al lugar al que pertenece.

Leo ni siquiera le dejó hablar antes de dejarla en el centro de las piedras de Yruene y batir las alas, fundiéndose en la negrura de la noche. Ella asintió con la cabeza en respuesta, aunque él ya no fuera capaz de verla.

Entonces el primer recuerdo la azotó con fuerza, entremezclándose con la leyenda que solía narrar su abuela, haciendo eco en su mente.

Aquella que posee la belleza del Tigotán y la ferocidad de Echeyde, será capaz de reclamar el trono de ambos reinos.

Solo ella, será la elegida para poder reinar sobre los Tres Mundos.

Ella era, es y será la salvación de nuestro mundo.

¿Ella era la guerrera que los salvaría?

¿La diosa del fuego que culminaría con el reinado de los ctónics?

Y, si era ella...

¿Cómo podía ayudarla?

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