10 Días para K

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Lena Luthor, hija de un magnate bostoniano de la construcción, decide viajar a Nueva York justo diez días ant... עוד

Día 1, miércoles
Dia 3, Viernes
Día 4, sábado
Día 5, domingo
Día 6, lunes
Día 7, martes
Día 8, miércoles
Día 9, jueves
Día 10, viernes

Día 2, jueves

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Desperté con sensación de pesadez, como si el aire se hubiese vuelto más denso aunque sólo se tratase del tráfico ruidosde la ciudad.

La ducha logró espabilarme por completo además de traerme a la memoria el extraño suceso del gimnasio que, a la luz del día, me pareció un incidente convencional al que yo había otorgado, sin duda, demasiada importancia, quizás porque el vino de la comida había resultado excesivo para mí.

Consideré también la posibilidad de que los vapores de la sauna hubiesen influenciado mis pensamientos y, regañándome a mí misma, sonreí mientras entraba en la cocina para saludar a Sam antes del desayuno.

—Tengo que salir —me informó con aire de resignación—.

Tienen un problema para localizar no sé qué archivos en no sé qué ordenador. Tardaré una hora, dos a lo sumo.

¿Quedamos para comer?

Ya se había disfrazado con su uniforme de bibliotecaria; camisa impecable, zapatos planos, pantalón de loneta y una impagable expresión de aburrimiento.

—Claro —respondí apenas sin pensar. —

Pásatelo bien sin mí —exclamó alzando las cejas—. Te llamaré al móvil.

Guiñó un ojo y luego desapareció por la puerta, dejándome sola.

Casi de inmediato salí corriendo a vestirme. Me arreglé el pelo y me maquillé tratando de mejorar los buenos resultados habituales.

Me sentía nerviosa y tan naturalmente feliz que, a pesar de no saber muy bien por qué, supuse que había echado de menos poder disfrutar a fondo de la auténtica libertad, esa que sólo se experimenta cuando todas las opciones se te muestran a solas en un lugar desconocido.

Escribí varios mensajes a Sam ofreciéndole la excusa de las compras y me dirigí hacia la Quinta Avenida, donde paseé un buen rato dejándome llevar por los escaparates; luego agoté el transcurso del tiempo en Bloomingdales para, una vez llegada la tarde, desembarazarme de todas las bolsas a través del servicio a domicilio y escaparme, en un impulso premeditado, cogiendo un taxi de vuelta.

Habían pasado seis horas y yo estaba bajándome frente al Gymset Park como una estúpida indecisa.

Me quedé allí plantada, mirando la puerta desde la otra acera durante un buen rato, tan excitada que apenas podía permanecer quieta. No era capaz de pensar con claridad y tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo, pero, al mismo tiempo, presentía que aquel era el único motivo,  la única causa suficientemente importante con la que justificar mi inquietud.

La mujer del día anterior salió del gimnasio a la hora de siempre.

Era la primera vez que la veía de pie, caminando y vestida; llevaba unos pantalones, vaqueros caídos, una camiseta blanca de manga muy corta y cargaba una mochila deportiva oscura.

El cabello seco se le había vuelto más rubio y ella me pareció aún más esbelta, más andrógina, más alta. Intuí que debía de practicar algún deporte que había desarrollado su espalda hasta dotarla de un aspecto masculino, con el pecho apenas pronunciado.

Me pareció joven, no mucho más de veinticinco, pero necesité comenzar a caminar tras ella para ver bien su rostro, que se escapaba huidizo bajo los mechones del flequillo.

Empecé a seguirla.

Avanzaba rápido, así que tuve que apresurar el paso. Al principio temí que subiese a algún autobús, pero luego, a medida que cruzaba calles y recorría aceras, comprendí queseguramente estaba regresando a casa.

Animada por aquel renovado optimismo, proseguí, cada vez más cerca, cada vez menos escondida afrontando una persecución inevitable hasta que subió de un salto tres escalones y desapareció tras un portal, tan fugazmente que me sentí  decepcionada.

Me detuve para tomar aliento y me aproximé despacio, alzando la vista hacia la fachada con la esperanza de descubrir alguna pista, pero, después de un breve vistazo, preferí arriesgarme en el vestíbulo del edificio.

Iba pensando en los buzones de correos cuando empuje la puerta de entrada y, sorprendentemente la encontré abierta.

Sonreí y avancé, felicitándome por mi buena suerte, tan despreocupada que ni siquiera advertí la presencia de quien me empujó contra la pared y luego se me echó encima, encarándose conmigo en actitud desafiante:

— ¿Por qué me sigues?

Su voz era cálida y profunda, prescindiendo de modulaciones forzadas, tan ambigua como el resto de su anatomía.

Me miraba directamentea los ojos, igual que el día anterior, pero esta vez tan cerca que me sentí frágil, vulnerable.

Fue en ese instante cuando se acordó de mí.

—Ayer estabas en la sauna.

Se retiró tratando de comprender una situación que ni yo misma podía explicar y, antes de parecer una chiflada, me decidí a hablar.

—Pensé que eras otra persona.

—mentí en esetono de inocencia que siempre me resultaba con James.

—Seguro —respondió ella suspicaz—. Pues ya ves. No lo soy.

Recogió la bolsa del suelo e hizo ademán de marcharse, pero un impulso me obligó a inventar una nueva excusa.

—Espera —exclamé—. Me llamo Lena Luthor soy de Boston y apenas conozco Nueva York; acabo de llegar.

Suavizó la mirada y pude percibir cómo sus ojos me perdonaban, apiadándose con una fuerza desconocida para mí.

— ¿Me acompañas a cenar?  supliqué, recurriendo al tono de niña malcriada que mis dilatados recursos me permitían.

Debió de sonar tan patéticamente sincero y descalabrado que aceptó.

Consintió solamente si íbamos a un restaurante cercano llamado John's Country, cuya especialidad era la hamburguesa de carne de  pavo; el local se encontraba, al igual que su apartamento, ubicado en el barrio de Chelsea.

Mientras me guiaba hasta allí pude conseguir que me dijese su nombre, Kara Zor-El y que, tenía veinticuatro años.

También mecontó que acudía al Gymset a diario para practicar full contact, deporte. del que hablaba con verdadero entusiasmo después de haber dejado su  verdadera vocación, la natación profesional.

Cuando llegamos me llevó hacia una mesa situada junto a una ventana y allí nos sentamos la una frente a la otra, en medio del silencio.

Colocó los codos en la mesa mientras me observaba fijamente con la cara apoyada sobre las manos.

Yo crucé los brazos ligeramente, alcé la barbilla y, aunque temí salir perdiendo, dejé que nos examinásemos sin más, tratando al menos de parecer confiada pese a llevar un rato tambaleándome por dentro.

La cercanía me permitió escudriñar cada uno de los rasgos de su bello rostro; perfectamente ovalado, de nariz recta y ojos almendrados, extrañamente azules sobre una boca armoniosa, no demasiado grande pero alargada, con los labios sencillos y una espléndida sonrisa. Jugaba a veces con el tazón de pelo de su cabeza queriendo arrastrar los  mechones de la frente tras sus orejas como en un gesto de concentración, ganando tiempo  antes de tensar y abrir la espalda en un  movimiento que recordaba a los pavos reales; también le gustaba echarse hacia atrás y volver a atacar con ímpetu, estirando el cuello,entrechocando los nudillos dulcemente.

Supuse un enigma extraordinario que una mujer tan genuinamente hermosa pudiese mostrar posturas de natural masculinas sin alterar un ápice su atractivo.

_ ¿Qué hacías ayer en el gimnasio? —preguntó de pronto anticipándose al hombre que tomaba la nota.

—Mi prima Sam es asidua —alegué—.  Me alojo en su apartamento.

—Pensé que estabas sola —se extrañó.

Cuando el camarero se acercó, pedimos un par de menús completos. Luego respondí tratando de resultar convincente

—Sam trabaja en la biblioteca Jefferson —afirmé—. No quiero que mi estancia afecte a su ritmo laboral.

Asintió y luego comenzó a comer patatas fritas. De pronto me di cuenta de que, por primeravez, había bajado la guardia conmigo.

—Tienes un nombre peculiar —señaló pensativa—. ¿De dónde viene?

Saqué un bolígrafo del bolso y lo escribí en un pañuelo de papel.

Desde mi infancia estaba habituada a aquel proceso de identificación.

—Es un recuerdo de la luna de miel de mis padres —expliqué más animada de lo acostumbrado—.

Estuvieron en Europa, en los países nórdicos.

Al cabo de unos meses, cuando descubrieron que me habían concebido allí, mi madre se empeñó en buscar un nombre que le recordase a aquel viaje. Y fue Lena.

—Lena —pronunció ella despacio—. Es extraño, pero tiene su encanto.

¿Y qué haces en Manhattan?

—Vacaciones —atajé con una sonrisa—. Las necesitaba.

— ¿En qué trabajas?

—Soy asistente de cuentas en una constructora —comenté en un tono inconscientemente aburrido que nos hizo reír a las dos.

—No pareces encantada —sonrió ella—. Pero suena muy bien.

En aquel momento recordé el rostro de James Junto a mi padre el día que comencé a trabajar en el negocio; a ellos les pareció que aquel inicio era un verdadero triunfo.

—No está mal para una estudiante de Historia del Arte — dije sin pensar.

— ¡¿Historia del Arte?! —exclamó Kara soltando el tenedor mientras arqueaba graciosamente las cejas—.

¿Y qué haces en una constructora?

Era tan buena pregunta que no supe qué contestar.

Acabamos de cenar hablando sobre cine. Comentábamos las películas de estreno en la cartelera de esa semana y, cuando casi nos habíamos puesto de acuerdo, ella se levantó de repente.

—Es tardísimo —advirtió Y tengo turno de mañana en el Tambourine.

— ¿Es donde trabajas? —indagué.

Asintió con la cabeza tratando de imitar mi anterior gesto de aburrimiento.

— ¿Es un buen sitio? —Proseguí intentando son sacarle.

—No está mal —suspiró ella—. Pero mientras tanto.

— ¿Mientras qué? —repetí con curiosidad.

—Mientras encuentro lo que quiero de verdad —resolvió al fin.

Pagué la cuenta y luego me apresuré a seguirla calle abajo tratando de averiguar más, pero Kara se despidió de mí y echó a correr.

Estaba a punto de desaparecer de mi vista  cuando regresó de nuevo para hacerme entrega de un pequeño papel.

—Pásate cuando quieras —me indicó con un guiño—. Te devolveré la invitación.

Entonces se marchó de verdad depositando la tarjeta de una cafetería sobre mis desconcertadas manos.

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