Génesis [La voluntad de Caos]...

CazKorlov द्वारा

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"¿Serás capaz de ver al monstruo de tus sueños antes de que perturbe tu realidad para siempre?" ✨HISTORIA GAN... अधिक

|Bienvenidos al Abismo|
|Advertencia de contenido y playlist|
|Introducción|
|Preludio: Un trato con la muerte|
|Primera parte|
|Capítulo 1: No mires a tu sombra |
|Capítulo 2: Escapa de su guadaña |
|Capítulo 3: Un cadáver más|
|Capítulo 4: La cara de un mentiroso|
|Capítulo 5: No respires su aroma |
|Capítulo 6: El día en el que mueras |
|Capítulo 7: La paciencia de un hermano mayor|
|Capítulo 8: El tiempo se acaba|
|Capítulo 9: El llanto de Caos|
|Capítulo 10: Nadie puede dejar la casa|
|Capítulo especial: El primer regalo|
|Capítulo 11: Los ojos de la bestia|
|Capítulo 12: Los milagros no mienten|
|Capítulo 13: Recuerdos del vacío|
|Capítulo 14: La ciudad de los monstruos|
|Capítulo 15: El camino al Sin Rostro|
|Segunda parte|
|Capítulo 16: La reliquia viviente|
|Capítulo 17: Él te está observando|
|Capítulo 18: La mujer con ojos de conejo |
|Capítulo 19: El controlador de las masas|
|Capítulo 20: Cuentos para niños|
|Capítulo 21: Tras las puertas de Void|
|Capítulo 22: La jaula de una estrella|
|Capítulo 23: El ideal de la muerte|
|Capítulo 24: Designio divino del creador|
|Capítulo 25: Amalgama de desgracias|
|Capítulo 26: Como un rompecabezas|
|Capítulo 27: Un favor, una deuda pendiente|
|Capítulo 28 I: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 28 II: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 29: Criatura del infierno|
|Tercera parte|
|Capítulo 30: El ángel de las estrellas|
|Capítulo 31: El toque de la muerte|
|Capítulo 32: Donde reinan las pesadillas|
|Capítulo 33: Requiescant in pace|
|Capítulo 34: Parásito infernal|
|Capítulo 35: Capricho divino |
|Capítulo 36: El filo de la esperanza|
|Capítulo 37: Verdugo de la humanidad|
|Capítulo 38: Cambiaformas original|
|Capítulo 39: Ella puede verlo todo|
|Capítulo 40: La voluntad perdida|
|Capítulo 41: Extirpar a la sombra|
|Capítulo 42: El sueño del impostor|
|Capítulo 43: Los muertos no tienen perdón|
|Capítulo 44: El milagro del creador|
|Capítulo 45: La amenaza de los Sin Rostro|
|Capítulo 46: El reflejo de la humanidad|
|Capítulo 47: Los fragmentos de su memoria|
|Capítulo 48: En los brazos de la muerte|
|Capítulo 49: De vuelta al infierno|
|Epílogo: Estrella errante|
|Agradecimientos|

|Capítulo especial: La última cena|

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CazKorlov द्वारा

(Aclaración: Los eventos ocurridos en este especial ocurren entre el capítulo 6 y el capítulo 27, antes de los eventos del final del libro. Recomiendo escuchar la canción en multimedia para disfrutar más)

Las Quimeras rara vez podían ponerle una barrera a sus sentimientos cuando estos se salían de control, Luís lo sabía muy bien.

En el pasado, luego de que Mikaela le ofreciera trabajar en una de las sedes de sus casas fúnebres, pasó un año entero de miradas torvas y contestaciones toscas cada vez que el cazador daba alguna muestra de interés en algo que no fuera el mantenimiento de los cadáveres, pero había un momento curioso en el que el hombre de cabello largo solía mantenerse callado, y la Quimera notó algo que le hizo cometer el error de interesarse de más.

—¿Otra vez? —murmuró de espaldas a la puerta, escuchó sus pisadas en la entrada antes de que bajara a su encuentro, también el intenso aroma a sangre para luego verlo sostenerse el bajo abdomen con el líquido chorreándole entre los dedos y algún punto de su clavícula quebrada con la otra.

—Buenas noches, Lulú —saludó—, ¿es muy tarde para solicitar tus servicios?

—Buenas, nada, mis servicios no son algo que vos puedas pagar. —Señaló la camilla metálica libre e ignoró su cara de "¿Estás seguro?" Le irritaba demasiado lo expresivo que era, incluso captó entre la maraña de cabello en su rostro una mueca parecida a una sonrisa—. Sentate allá, rápido.

«¿No le duele la cara de sonreír tanto?»

Suspiró.

Se ató el cabello rubio, buscó guantes, tijeras, un cuenco y comenzó a cortar su ropa donde parecía estar la herida más grande. Lo había hecho tantas veces que ya conocía el proceso de memoria. Siempre llegaba un punto de la madrugada en el que Mikaela aparecía con tantas heridas que era difícil pensar en cómo había conseguido llegar hasta ahí en primer lugar.

—No entiendo, si sos tan buen cazador como decís, ¿por qué siempre terminás tan hecho mierda? —rompió el silencio, con eso la muda respiración del hombre que dormitaba con los ojos cerrados.

Lo notó tensar su expresión, ese día era diferente, él nunca dormía.

—Cuando la cacería se complejiza, es necesario recibir heridas que podrían matar a los demás. —Hizo una mueca hacia sus manos manchadas y observó un punto perdido tras el hombro de Luís—. Pero a veces ni siquiera eso es suficiente.

—Hacés lo que podés —soltó con brusquedad y el ceño fruncido en lo que terminaba de cortar la tela—. Y sí es suficiente.

Escuchó su risa, un sonido bajo y melodioso que lo irritó más.

—Este es mi trabajo, ¿sabés? Extirpar sombras, sacar la basura...

—Pero no podés actuar como un escudo humano todo el tiempo —interrumpió molesto, concentrado en su tarea—. Te va a consumir por dentro.

Aquello causó que Mikaela abriera un ojo y se incorporara sobre sus codos.

—¿Estás preocupado por mí, Lulú?

—No seas idiota. —Se movió y notó su rostro demasiado cerca, la efervescencia de sus ojos estuvo a punto de consumirlo—. Vos no sos mi problema.

Aquello le costó un movimiento brusco con la tijera sobre su abdomen, debería haberle hecho soltar un grito de dolor, pero Mikaela se lo tomó con calma, sostuvo su muñeca, guiando su nerviosismo con suavidad.

—Cuidado. —Tanto su voz como aquel sentimiento en su mirada podría haber sido cualquier otra cosa menos sufrimiento.

Luís había aprendido sobre el funcionamiento de los recolectores que llevaban un tiempo en el mundo humano, desde que lo conoció era asquerosamente consciente de sus gustos.

Tragó.

—Discúlpame.

El mismo proceso se repetía en bucle, algunas semanas más que otras, pero lo de esos días era excesivo, de ahí su preocupación. Ese era el tercero consecutivo, no debería haberle afectado ver las cicatrices de su abdomen, líneas claras que trepaban por su piel morena, parecidas a las raíces de un viejo árbol, pero lo hizo, siempre lo hacía.

Se volvía más cuidadoso a su alrededor.

Evitaba tocarlas, porque su cuerpo reaccionaba. La lengua le hormigueaba por el deseo de preguntarle la razón de ellas, y por otro motivo que no le convenía reconocer.

Igual le parecía estúpido que alguien con tan buen porte usara maquillaje y evitara el espejo de esa manera.

Era un desperdicio.

—¿Qué es un desperdicio? —interrumpió Mikaela, enfocó la mirada y salió de su burbuja de trabajo automático. «¿Lo había dicho en voz alta?»

Se sonrojó hasta las orejas.

—¿Qué? Er... —Luís se rascó su propia cicatriz de forma involuntaria y dio un paso atrás—. No, nada.

Buscó desesperadamente un tacho de basura para tirar las gasas manchadas y de paso, para poder alejarse lo antes posible de esa situación, pero el hombre de cabello largo se sentó con rapidez mientras sus heridas expuestas se cubrían de músculo y nueva piel.

—¿Qué cosa es un desperdicio? —insistió. Tuvieron una pequeña batalla de miradas que no iba a dejarle ganar, pero Mikaela puso aquel gesto—. Cobarde. —Lo provocó.

"No voy a dejarte escapar", decía en realidad.

—¿Cobarde yo? Mirá quién lo dice —ironizó Luís—. El señor, "yo puedo con todo" que siempre termina con los intestinos afuera y a mí me toca cocerlo cual crochet. —Señaló su herida con un movimiento de su mano.

—Primero que nada, yo y las señoras que frecuento los domingos somos las únicas que sabemos hacer un buen crochet —le reprochó Mikaela con una mueca de indignación—. Segundo, al menos yo digo la verdad, y no me escondo detrás del comportamiento de un animal ¡Que se la pasa gruñendo!

Apenas había terminado de pronunciar esas palabras cuando la mano de la Quimera estuvo a punto de estrechar su garganta, parpadeó.

—No soy un animal, y no me la paso gruñendo —resopló en su cara.

Alzando una ceja, Mikaela lo miró de arriba a abajo.

—Ya veo..

Eso hizo que su rostro se calentara, escondió la mano tras su espalda.

—¿Cuántas veces tengo que repetirte? Nuestra especie es superior a los animales, nosotros estamos...

—En la cima de la cadena alimenticia, va —bufó, se peinó el cabello hacia atrás con los dedos—. ¿Y aun así te vas a acobardar? Tranquilo, tigre, tengo cuatrocientos años de esto y puedo soportarlo.

Luís lo miró con fijeza, su deseo de arañarle la parte trasera del cuello solo iba en aumento.

—Pensaba que era un desperdicio que intentaras cubrirte todo el tiempo—soltó, y de a poco lo embargaba la vergüenza de su reacción—. Creo que es innecesario.

—¿Innecesario? ¿Vos "crees"? —Los ojos del recolector se encendieron y sus cicatrices se tornaron rojizas—. Claro, vos crees que salir a la calle con el rostro así es muy normal, por supuesto "¿Qué es eso? ¿Es un hombre? ¿Es una mujer?" —imitó con brusquedad—. "Ah no, es un monstruo, huyamos de él." —Su voz tembló—. "O mejor, tratemos de golpearlo para ver qué hace." —Miró sus manos, y las apoyó en la camilla para evitar que temblaran también—. Las personas odian o huyen cuando tienen miedo, y eso es lo que sienten cuando me ven a mí, es su impulso natural —suspiró, alzando los párpados hacia él—. Pero no te permito que me digas qué me conviene o no hacer con mi cuerpo.

El peso de sus palabras llenas de resentimiento hizo que su piel vibrara de emoción, por primera vez podía ver algo debajo de su máscara.

Luís negó, y se levantó el cabello que cubría la atroz cicatriz de su ojo ciego.

—Podrías pedir ayuda —siguió—. No sé por lo que pasaste, pero quizás así llegaría a entenderlo.

No sabía lo que estaba haciendo, ni por qué el cazador insoportable se había quedado en silencio, pero algo le impedía romper la distancia que compartían, podía ver cada marca, cada cicatriz. A su vez, Mikaela también, y se sentía minúsculo, demasiado expuesto, pero aquello no le molestaba del todo.

Sentía que podía llegar a comprenderlo también.

«Esto es problemático».

—El mundo también fue bastante cruel con vos ¿eh? —La voz de él se suavizó y Luís tuvo el impulso de lanzarse a sus brazos.

—Podría decirse. —Se alejó con rapidez.

—¿Y qué es lo que tenés en mente, Lulú?

Eso lo ayudó a centrarse.

«Me gustaría tocar cada una».

No tanto. Sacudió la cabeza.

—Podría ayudarte desde acá —insistió—. Conseguirte información para que vos, suicida de mierda, no tengas que meterte siempre en la boca del lobo.

«A menos que quieras hacerlo conmigo».

Mikaela rio.

«¡No, basta!»

Lo miró sin emitir palabra, como si no esperara que hablara en serio y su fachada se desarmó por una centésima de segundo, notó el control excesivo que mantenía sobre sus acciones, y se dio cuenta de que hacerlo enojar solo servía para desviar la atención.

Porque era un mentiroso que siempre trataba de proteger a los demás.

Fue como si le hubiera leído el pensamiento.

—Me encantaría.

Solo que para Luís la satisfacción que le provocaba verlo en cada una de sus facetas era más grande que cualquier mentira[5] [6] que ese cazador pudiera haberle dicho jamás.

✴ ✴ ✴

Las palabras de Génesis se habían repetido ocasionalmente en su cabeza desde ese día, él era capaz de recrear la escena con una claridad impresionante. La criatura milenaria señalaba a Mikaela, pero lo miraba a él, esos pozos infinitos calculaban su valía y calaban en su alma, se colaban en sueños con preguntas que no había querido responder hasta ese momento.

"¿Podrías entregarme tu corazón en su lugar?"

También descubrió que ella era recelosa y arisca cuando se trataba de Mikaela, como si fuera algo más que una simple adquisición nueva.

No la conocía bien en ese entonces y era imposible adivinar lo que pensaba, pero había oído las historias de la sanguinaria, la bestia del Creador, sabía lo que era capaz de hacer para conseguir su propósito y no se conocía a nadie vivo que hubiera quedado como testigo de eso. Aun así, se paró erguido y la miró pudiendo sentir un ligero cosquilleo debido al matiz protector que despertó con sus palabras.

«¿Por qué su primer instinto había sido protegerlo?»

Inseguridades, Luís las tenía, y eran bastantes. El peso de ellas fue lo que lo separó de su padre en primer lugar. Las Quimeras, los amos de la evolución, no podían tenerlas, era una abominación.

"¿Darías tu vida en su lugar?"

Fue perturbadora la determinación que arrasó con todas sus barreras.

—Sí, lo haría.

Él, una quimera tan reservada y orgullosa, ni siquiera lo había dudado.

«Pero él ya está muerto, no tiene nada que perder, vos sí», le dijo una molesta vocecilla en su cabeza. Y esa afirmación no le parecía la correcta. «Está arriesgando todo lo que tiene por mi».

La reacción del cazador rompió su concentración, captó su mirada sorprendida al otro lado de la habitación, tras esa muralla de oscuridad que Génesis representaba para ambos. Y les quedó pendiente esa charla, aunque para él era muy obvio el por qué.

Se lo transmitió a ella con su mirada y su olor.

«Es mío».

Para distraerse de los recuerdos Luís se centró en el cadáver podrido frente a él y escribió con pulcra caligrafía en su diario de campo, una libreta encuadernada a mano con las hojas y el lomo vencidos por la humedad, cada una de sus observaciones. Le agradaba gozar de aquella metódica paciencia, a veces quedada en el tiempo, que le permitía almacenar cada una de sus memorias. Se le daba bien mantener el silencio de ultratumba y tratar con los muertos, en especial cuando sus tendencias hurañas lo dotaban de capacidades sociales inexistentes.

Aunque a veces hacerlo demandaba más paciencia de lo usual.

—¿Listo para salir esta noche, Lulú, mi amor? —Mikaela irrumpió en la habitación.

Lo había escuchado llegar, se quedó hablando con los empleados antes de que se fueran, pero su voz estridente lo sobresaltó de igual manera y dibujó una violenta raya en medio de la página.

—¿Salir a dónde? —preguntó con recelo—. Son las diez de la noche, termino acá y me voy a la cama.

Trató de corregir su error en el cuaderno sin mirarlo, pero el perfume del cazador lo envolvió atrayendo sus ojos hacia él. Cuando iba a cazar Mikaela siempre vestía demasiado formal para su gusto, pero tenía sus razones.

"Soy la última criatura con buen gusto que esos parásitos van a ver antes de morir, así que mejor que lo hagan, y muy bien."

Pero ese día se veía más ligero, y otras intenciones guiaban sus movimientos. Apoyó la cadera en el marco de la puerta. A Luís le llamó la atención el collar de perlas que adornaba su cuello y la camisa entreabierta color lila que llevaba fajada dentro del pantalón sastrero. Su deseo más animal no tardó en captar cada detalle, desde su cabello azabache pulcramente trenzado, la curva de su pecho, la delicadeza con la que movía sus manos, hasta la punta de sus zapatos brillantes.

Le decía algo, pero no lo escuchó. Afloró ese sentimiento que aceleraba el ritmo de su corazón. Al volver a sus ojos dorados notó que lo había cazado mirando, y carraspeó para disimular.

—¿Estás seguro de que querés irte a la cama a dormir? —preguntó con gesto travieso.

Se le había secado la garganta.

—Solamente me queda anotar unas cosas más.

El recolector sonrió y se le acercó, rodeando su mesa de trabajo.

—¿Puedo?

Asintió.

Le sacó el cuaderno de la mano, lo cerró con cuidado, y rozando puntos específicos de su cuerpo, en los que sabía que era sensible, empujó hacia arriba el marco de sus anteojos. Trató con todas sus fuerzas de disimular, pero la realidad era que lo quería tanto como para dejarlo tocar su maldito diario personal y no arrancarle la cabeza en el proceso.

—La noche todavía es joven. —La expresión de Mikaela se volvió peligrosa, se detuvo a una distancia casi inexistente—. Lulú, estás muy callado.

Acarició la parte trasera de su cuello, y sintió el cosquilleo de sus alas que deseaban liberarse en su espalda.

«Mierda».

—Vos hablás demasiado —gruñó, agarrando su antebrazo para que dejara de provocarlo.

—¿Eso es un sí? —Agitó las llaves de su auto en la otra mano—. ¿Me harías el honor de acompañarme?

—¿Me queda de otra? —Se resignó.

El cazador le sonrió como un niño en una dulcería.

—No.

✴ ✴ ✴

—No quiero malinterpretarlo, ¿esto no es...?

—Esto no es un simulacro, Lulú. Es una cita. —Mikaela tenía las manos sobre el volante, pisó el acelerador, arrancándole a Luís una puteada al aire, y revolvió su cabello—. Pero primero pasemos por un lugar, quiero mostrarte algo.

La sensación de los dedos enredarse en su cabello le causaron un placentero escalofrío, y estuvo a punto de inclinar la cabeza contra su mano sin importarle lo arisco que se conocía ante el tacto ajeno desde que había recibido esa horrorosa herida en su ojo.

—¿Qué tanto estás escribiendo, se puede saber?

Cerró su diario y lo golpeó con él.

—Las manos en el volante.

Para su buena suerte, le hizo caso, pero su boca amenazó con curvarse y eso fue suficiente para que la vista de Luís se perdiera otra vez en la visión del inmortal, mientras oía que comenzaba a tararear alguna canción en francés.

El auto, un modelo oscuro como un cuervo, surcaba la noche, y bajo las luces artificiales de los edificios de la ciudad veía su perfil iluminarse, la línea recta de su mandíbula, la ligera protuberancia de su nariz, el arco de sus labios, y aquella profundidad ardiente en sus ojos.

La representación de su vida prestada por la Corte.

La dolorosa prueba de que le gustaba un hombre muerto que había sido traído al mundo otra vez para un único propósito, y claramente no era enamorarse.

Sin embargo, vivía más que cualquier otra persona que hubiera conocido antes, no podía estar mal, y Luís ya había pasado la etapa de condenarse solo por tener buen gusto.

Lo escribió en su cuaderno.

—¿Por qué te llaman la Muerte? —Quiso saber, luego de entrar a través de una gruesa e intrincada reja de metal el auto se internó entre los árboles. El aroma limpio del humo de la ciudad y el sonido de los pequeños grillos casi le hizo dudar de las palabras del cazador cuando le dijo que ese también era un cementerio.

Usaba las plantas como lápidas.

—Que directo. —Se quejó Mikaela.

Luís se sentó contra el capó del auto con los brazos cruzados y esperó su respuesta. Sobre su cabeza el cielo poco a poco comenzaba a llenarse de estrellas.

—¿Supongo que porque siempre cumplo con todas mis promesas? —probó, y comenzó a desabrochar su camisa—. Aparte está el asunto de la guadaña, obvio —Fingió animosidad y sacó con lentitud la vara del arnés de su espalda—. En realidad, esto era lo que quería mostrarte.

No tuvo tiempo de pensarlo, cuando los ojos de su interlocutor empezaron a incendiarse y las raíces de fuego en sus manos lo cegaron.

—Mi arma.

El cazador caminó un par de pasos lejos del vehículo y el metal encendido se fue apagando para revelar el filo curvado que se extendía en los extremos de la vara en sentidos opuestos de las agujas del reloj. La meció en sus manos con la ligereza que traía su experiencia, pero era tan oscura que no podía verla en comparación con la noche, a menos que cortara alguna superficie, como lo fue la moneda que lanzó hacia arriba. Hubo un intenso chispazo que iluminó la oscuridad y los dos trozos separados de metal cayeron al rojo vivo.

Salvo que Luís no le había quitado la vista de encima.

«¿Cómo podía controlar así de fácil tanto poder?»

Le pareció maravilloso.

—Se dice que el arma asignada de un Recolector toma la forma del miedo que perdura en su alma —siguió él, evitando su mirada.

—¿Justo vos le tenés miedo a la muerte?

El hombre pensó bien su respuesta, balanceó la guadaña, y su largo cabello negro danzó con el viento cuando al final se volteó.

—Me da miedo el olvido.

Transformó su arma de nuevo y se abrazó a sí mismo como si tuviera frío.

—Es hermoso —soltó el rubio, deseaba ser él quién lo hiciera—. Tu arma es hermosa. —Se apresuró a aclarar, su nerviosismo le arrancó una sonrisa.

—¿Estás seguro? —Un deje de inseguridad se coló en su expresión, pero lo borró al instante—. Es decir, ¿a quién podría gustarle la Muerte? A mí me tomó más de dos siglos acostumbrarme a esto.

—No te pusiste maquillaje. —Inocente, tocó su rostro con delicadeza. Había abandonado sus límites a conciencia.

Mikaela abrió los ojos de par en par, luego se cubrió la cara con ambas manos y gimió.

—¡Dijiste que no te molestaba!

—¡No, no! ¡Está bien, está perfecto! A ver. —Le sostuvo las mejillas con la palma de las manos, cálidas en comparación—. Pienso que la Muerte es increíble por cumplir con sus promesas. —Esperó a que bajara la guardia, y puso un mechón de cabello detrás de su oreja—. Y también creo que el verdadero pecado sería no recordarte en primer lugar.

Se inclinó contra la mano de Luís, un suspiro de alivio agitó su cuerpo entero, y su aroma característico lo invadió.

No iba a poder resistirse más tiempo.

—Mi memoria no es tan buena en realidad. —Se quejó sin dar más detalles—. ¿Te parece...?

Luís resopló, impaciente por la cantidad de excusas nerviosas que lograba inventarse, no creía que fuera consciente de eso y aquello le enterneció.

—Yo puedo recordar por los dos. —Se inclinó para rozar sus narices y su aliento le hizo cosquillas en los labios.

Había cerrado los ojos para dejarse llevar, pero estaba tenso de pies a cabeza, sentía el ardor de su rostro en contraste con la frialdad de su piel, no se animaba a mirarlo.

—Entiendo si es excesivo. —Mikaela siguió inseguro, y comenzó a alejarse—. No tenés la obligación de quedarte, nunca esperé nada a cambio.

Abrió los ojos y su paciencia se esfumó.

—Me gustás, pedazo de idiota ¿No te das cuenta? —Antes de que pudiera responder lo acercó por el cuello y lo miró fijamente—. Me gustás demasiado para mi propio bien, ¿lo entendés así o querés que te redacte una tesis?

Parecía un pedido de auxilio más que una confesión.

Abrió la boca para protestar, pero la mano de Luís se deslizó a través de su mejilla irregular, acarició sus cicatrices y las besó provocando un estremecimiento en su compañero.

Se le escapó un gruñido, si continuaba no iba a poder detenerse.

—Te quiero al lado mío —siguió, envolvió su cintura y lo estrechó entre sus brazos—. Y quiero que te quedes conmigo. —Enterró la cara en el hueco de su cuello—. Quiero que seas mío —murmuró avergonzado, con las mejillas ardiendo.

No podía creer lo que estaba diciendo.

Silencio, la ropa se arrugó entre sus dedos. Se iba a morir de los nervios. Escuchó su risa tintinear en el aire nocturno y no se dio cuenta de que había dejado de respirar.

Mikaela tomó su mano en silencio y le causó gracia haber dejado a ese hablador sin palabras al menos una vez. Rodearon el auto, saltó al asiento del conductor y ambos se miraron con los ojos brillantes cuando finalmente respondió.

—Sería un honor.

✴ ✴ ✴

Al contrario de Luís el cazador tenía unos gustos un tanto exagerados y normalmente tenía que lidiar con lo que él solía llamar su "tendencia al derroche excesivo de capital'', solo para molestarlo, pero ese día no parecía una broma. Cuando ambos entraron al lujoso restaurante con las intrincadas arañas doradas colgando del techo, pasillos adornados de alfombras rojas y velas tenues la Quimera no pudo evitar ser consciente de que solo llevaba puesto sus jeans de trabajo y una gruesa chaqueta gastada.

Ni siquiera había tenido la decencia de peinarse y una coleta desarreglada dejaba varios mechones sobre su cara. Sopló varios fuera en cuanto el mozo, un hombre de piel morena y cabello enrulado los escaneó a ambos con un poco más de curiosidad, mientras los guiaba a su mesa.

—Caballeros, pueden pedir lo que quieran. —Sonrió enseñando los dientes—. La casa invita.

Sin embargo, al sentarse, luego de dejar su diario sobre la mesa Luís creyó ver un destello rojizo que lo dejó intranquilo.

«No seas un paranoico».

Estaban a algunos pasos del puerto, y solo la idea de mirar el agua moverse en tranquilidad lo relajaba lo suficiente como para no arruinarlo con sus pensamientos intrusivos.

—Mikaela —llamó, pero el cazador estaba demasiado inmerso en la carta de los vinos.

Estaban relativamente lejos de los demás y en una zona menos iluminada, pero igual logró escuchar la conversación de los elegantes comensales de la mesa contigua a la suya. Una mujer de cabello blanco con el cuello repleto de cadenas doradas hacía ademanes con las manos, parecía discutir con un hombre de suéter verde que cubría su rostro con el menú.

—Pedazo de imbécil ese ¿qué mierda hace acá?

—Tranquilizate, Harlem, solo le gusta atender a la gente —susurró ella, y vio sus ojos, eran completamente negros.

El intenso cabello rojo del compañero formó un halo a su alrededor cuando sacudió su cabeza en negación.

—Le gusta comerse a la gente, Zora, no seas ilusa —siseó, los ojos grises asomaron a la carta. Era joven, pero sus cejas fruncidas hacían que pareciera varios años más viejo—. Hacernos salir del hotel cuando hay tantas cosas para hacer, en cuanto le ponga las manos en el pescuezo te juro que...

No se sentía del todo cuerdo, creyó ver sus copas ondular.

—Es navidad, tengamos una cena en paz —gruñó ella—. ¿Puede ser?

—¡Ahí está, mirá! ¡Le está poniendo algo a su bebida! —El pelirrojo señaló con la cabeza al mozo que los había atendido y comenzó a levantarse.

Luís estaba tan concentrado en su conversación y en lo extraños que le parecían esos personajes que no notó que el hombre se dirigía a su mesa, y servía el vino en la copa de Mikaela, sin quitarle la vista de encima.

—Gracias, querido.

—Es un placer.

Estuvo a punto de tomar, pero la mano de Luís se interpuso en el camino, y el líquido se derramó sobre el mantel.

—¿Lulú?

—¡Disculpen! Creo que se confundió de orden ¿no? —interrumpió esa voz, el pelirrojo se paró tras el extraño mozo que había borrado su sonrisa, y tenía más bien una mueca de dolor poco disimulada.

Trató de huir hacia el lado contrario, pero la mano de la mujer de largas trenzas se posó en su hombro y lo presionó con una sonrisa hasta que creyó escucharlo crujir.

—¿Verdad, Jocken?

—Ay, pero que torpe de mi parte. —Sonrió sin enseñar los dientes y su rostro había perdido color.

—¿Qué diría tu encargada si se enterara de esto? —insistió ella, e hizo ruidos repetitivos con la lengua, mientras la espalda del mozo empezaba a encorvarse del dolor—. No hagas que los señores malgasten su tiempo, ahora va a venir otro empleado a tomarle el pedido. —Empezaron a darse la vuelta, pero antes ella asintió hacia Mikaela—. Nos veremos.

Luís frunció el ceño.

—Que gente más rara —murmuró el cazador.

—¿Ese diario es tuyo? —cuestionó alguien, la Quimera no se había dado cuenta que el pelirrojo seguía ahí. Relajó su ceño fruncido y su rostro adquirió un matiz atemporal que le causó escalofríos.

Asintió.

—Excelente elección. —Sacó uno igual del bolsillo de sus pantalones y una minúscula curva apareció en sus labios, tan pequeña que bien podría haberla imaginado.

De repente, oyó el suave sonido de un péndulo y bajo los párpados la inmensidad en los iris de ese extraño lo abrumó, pareció detener el tiempo por un momento.

✴ ✴ ✴

—¿Cómo es posible que no me pueda acordar? —murmuró Mikaela, ambos caminaban tomados de las manos, usó la otra para pasársela por el cabello en señal de frustración—. Pasó hace menos de veinte minutos, por el santísimo Creador.

—Demencia senil. —Se burló Luís, ganándose un golpe en el pecho.

—No seas malo. —El más alto comenzó a alejarse ofendido, pero sostuvo su muñeca antes de tiempo, obligándolo a quedarse frente a él.

También sentía que debía preocuparse, pero estaban lejos de la luz excesiva, y del movimiento de las personas. El suave sonido del agua a menos de dos pasos de sus pies, la luna sobre su cabeza, el viento contra su rostro, y el brillo curioso en los ojos del cazador hizo lo suficiente para hacerle olvidar esa perturbación por completo.

—Con respecto a lo que dijiste antes. —Mikaela también podía jugar el mismo juego, se inclinó hacia adelante y bajó la voz, a medida que tanteaba su cabello rubio con los dedos—. Yo también te...

Le provocó un intenso cosquilleo en la espalda.

—No, todavía no. —Puso una mano contra su boca y tiró de él hacia la oscuridad del edificio más cercano—. Primero dejame mostrarte.

Se alejó un paso y dejó de contener a la mitad salvaje que llevaba dentro. Su piel comenzó a calentarse y aquel hormigueo ascendió hasta cubrirlo por completo. Llegó a quitarse la chaqueta, pero escuchó el sonido de la tela de su camiseta romperse, al igual que su piel cuando finalmente las liberó.

Y no pudo evitar soltar un suspiro de placer.

Sus alas.

—¿Lu...?

Antes de que pudiera continuar lo envolvió entre sus brazos y se elevó, arrancándole un pequeño grito.

—Creo —comenzó nervioso el cazador, en cuanto despegó los pies del suelo sus manos le arañaron la espalda y sus piernas trató de aferrarse a sus caderas para eliminar toda la distancia posible, pero resbalaba—. Creo que este es un mal momento para decirte que también le tengo miedo a las alturas ¿no?

Aunque ya no quedaba ninguna.

Tenía que llegar a un punto específico de la ciudad con la ropa en una pieza, ese era el mantra que lo detenía de clavarle las garras, pero si se seguía presionando contra él de esa manera el recorrido iba a ser diferente.

—Quedate quieto —murmuró con la voz ronca, sonó más como un gruñido, el suelo había desaparecido, y recorrían la enorme alfombra de agua a su alrededor—. Y no mires hacia abajo.

—¡Muy tarde! —chilló él—. Ay, por el santísimo ¿Esa es una antena de teléfono? ¿Cuándo llegamos tan alto?

Sus rodillas se rozaron cuando finalmente descendió sobre la superficie más alta que encontró. Que era casualmente, la cúpula de una iglesia.

—Desde acá se pueden ver los fuegos artificiales —murmuró sonrojado, escondió sus manos hasta que volvieran a la normalidad.

No podía ser posible, él era una orgullosa Quimera, y aun así tenía miedo de no gustarle. Quiso golpearse la cabeza.

Esperaba que Mikaela lo soltara al instante para tomar aire y estabilizarse de nuevo, pero no lo hizo, en su lugar elevó la mano, acariciando las delicadas plumas de su espalda con suavidad y recibió una mirada cargada de emociones que casi lo deja sin aire.

—Sos una maravilla —dijo, y por un instante sus ojos fueron el sol.

Los fuegos artificiales estallaron a sus espaldas y llovieron los colores a su alrededor, sin verlo pudo sentirlo en su interior.

El cazador le sonrió, lo desarmó por completo.

—Yo también quiero que te quedes conmigo, te quiero al lado mío.

No pudo soportarlo, la Quimera tiró de su camisa y lo besó.

En realidad, lo devoró. Era su primer beso, le hubiera gustado ser tierno, tal vez un poco más suave, pero en cuanto tocó sus labios y Mikaela movió sus manos empezó a cuestionarse si realmente tenía la necesidad de respirar.

Porque luego de dar rienda suelta a esos sentimientos que había estado reprimiendo durante tanto tiempo, el deseo de tenerlo más cerca le quemaba el pecho. Amenazaba con consumirlo por dentro y no sabía con exactitud cómo ponerle un freno a aquello.

Tampoco quería, como Quimera era consciente de que le duraría lo que durase su vida.

Esperaba que fuese larga.

Y si el tiempo intervenía, tenía su diario para dejarlo escrito, esa iba a ser su memoria. Su único testigo.

✴ ✴ ✴

¡FELIZ NOCHE BUENA! Feliz navidad y fiestas en general. Este es mi humilde regalo para ustedes por haber estado pendientes de la historia en todo momento, por sus comentarios y estrellitas. Muchisimas gracias, me hacen feliz. 

Amé escribir este especial de los bebés Mika y Lulú, me divertí demasiado y al mismo tiempo me puso triste.

Espero que les haya gustado

¿Qué momento les gustó más?

Y también, la historia de los Sin Rostro, Mikaela, Lulú y Génesis no termina acá, recuérdenlos

Ahora si, coman rico y cuídense, nos leemos la próxima.

—Caz♡

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