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Od ppangbinnie

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❝Para cuando el "tic" de la aguja vuelve a resonar con un eco sordo, no queda nadie vivo dentro de la cabaña... Více

⚠️
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Od ppangbinnie


Despertamos cerca de las dos de la tarde. Abrí mis ojos porque una serie de ruidos cortos y tsk cargados de desesperación perturbaron mi sueño. Seguía en la misma posición en la que dormí, y al incorporarme, mi cuello crujió de la misma forma que lo hacía la madera putrefacta de la cabaña. Pude distinguir la figura menuda de Beomgyu de pie en la cocina; estaba luchando por encender la hornilla, pero aparentemente no había gas.

A mi lado, Yeonjun se removió con ojos entrecerrados y boca semi abierta. No pude evitar meter mi dedo entre sus labios con el único propósito de molestarlo. Él despertó inmediatamente, regalándome una mirada malhumorada y tomándose varios minutos para bostezar y fregar sus ojos.

Yo me enteré de la hora porque el diabólico tic tac del reloj de pared me estaba torturando lentamente.

No había rastros de Taehyun.

Beomgyu soltó un grito ahogado de rabia tras su milésimo intento fallido de cocinar algo, y cuando volvió al salón tenía el ceño fruncido y un puchero en sus labios. Estaba despeinado y de aspecto ceniciento. El crucifijo de plata que cuidaba con tanto recelo colgaba de su cuello delgado, y él no dejaba de sujetarlo entre sus dedos como si estuviese rezando.

Nuestro hyung murmuró algo inentendible y se dirigió al baño de la planta baja, tirando la puerta. En ese momento, Taehyun descendió del segundo piso y nos avisó que tres de las habitaciones ya estaban listas y que se había deshecho del cadáver del gato.

Ni siquiera cuestioné su rapidez, pues sabía que Taehyun siempre estaba un paso delante de nosotros y no sería la primera vez que se levantaba temprano para arreglar algún asunto. Beomgyu le soltó un cariñoso gracias y subió corriendo las escaleras.

—Buenos días, Kai. —me saludó entonces mi mejor amigo.

Yo le sonreí de la misma forma que siempre hacía, él me preguntó por mi calidad de sueño y después mantuvo el silencio mientras se levantaba a rebuscar en su mochila. Cuando vi que sacó una bolsa de pan y frascos de mermelada agradecí a los cielos de tenerlo en mi vida.

Taehyun y yo entramos a la cocina, él abrió las gavetas buscando un cuchillo y cuando finalmente lo encontró dudó por varios segundos si sería prudente usarlo. Lávalo, le dije, pero él me miró como si eso fuese lo más obvio. Abrió el grifo y el primer chorro fue de un color arenoso y sucio, así que dejamos correr la llave un rato hasta que el agua se tornó cristalina. Taehyun no se sentía muy conforme después de lavarlo, así que tomó el encendedor de Yeonjun y quemó el metal por varios segundos.

Yo comí felizmente mi pan con mermelada. No me importaba mucho que eso fuera lo único disponible, y Yeonjun parecía más que complacido al ver que todo estaba yendo de la manera más incómoda posible. Beomgyu nunca estuvo muy feliz.

—Al fin es Halloween. —nos dijo Yeonjun una vez que todos habíamos comido y nos encontrábamos tirados sobre la sucia alfombra.

Estábamos bastante ansiosos por ver qué estaba preparando Yeonjun con tantas ganas, pero todavía era muy temprano y él se negaba a decir algo al respecto, solamente soltando risitas perversas de vez en cuando al pensar en lo que sucedería.

La tercera vez que vi lo mal que estaba Beomgyu fue cuando entré al baño del segundo piso y lo encontré arrodillado en el retrete, con la cabeza hundida en la taza y expulsando el contenido de su estómago. Él sujetaba con fuerza el crucifijo, mirándome con fanales inundados y los labios húmedos y ácidos.

—No me siento bien, Hyuka.

Lo abracé con toda la delicadeza que pude. Ni siquiera sabía qué podría decirle para hacerlo sentir mejor. Él no dejaba de sollozar que se quería ir a casa, pero sabíamos que Yeonjun no se ablandaría hasta que terminase Halloween.

—Resiste hasta esta noche, Gyu. —le murmuré con cariño— Nos iremos mañana temprano, ya veré cómo convencer a Hyung.

Ojalá hubiese sabido que esa promesa nunca se cumpliría.

Las horas pasaron tan lento que varias veces me pregunté si acaso el reloj estaba descompuesto. Cada minuto parecía durar más de lo usual, y sin darme cuenta estuve sentado en la alfombra mirando las agujas durante casi dos horas.

Taehyun me tocó suavemente al hombro y se sentó a mi lado.

—La próxima vez no dejemos que Hyung decida los planes de Halloween. —me dijo. En su tono se notaba el mismo aburrimiento implacable que tenía yo.

Me reí, asintiendo para darle la razón. Después él estiro su mano izquierda, la que contenía nuestro anillo, y lo observó una y otra vez acariciándolo con un dedo. Yo sonreí, levantando mi mano y tomando la suya para juntar nuestros anillos. Que yo hiciera eso lo hacía feliz al punto de humedecer sus ojos.

Siempre me sentí tan agradecido por Taehyun.

—Apenas salgamos de aquí te llevaré por pizzas. —prometió con nuestras manos aún entrelazadas.

Sin saber nuestro destino, yo sólo le seguí la corriente, y comenzamos a hablar sobre nuestros planes en el futuro próximo. Beomgyu seguía opaco con su vista perdida en la moldura vieja y rota. En todos sus gestos se veía el sopor de su enfermedad, y me tuve que contener en varias oportunidades de levantarme y abrazarlo.

Yeonjun no había querido salir del sótano desde que hizo su corto viaje al baño. Llevaba varias horas metido ahí y ninguno de nosotros quiso molestarlo, así que nos dedicamos a escuchar el eco de sus pasos y la forma en la que revolvía entre los trastes viejos.

Taehyun y yo vimos pasar otra hora en el reloj con nuestras manos entrelazadas.

Ya el sol comenzaba a ponerse cuando nuestro Hyung finalmente subió por las escaleras viejas. Se veía especialmente emocionado cuando nos mostró un tocadiscos viejo y un par de vinilos. Me cuestioné inmediatamente si podría servir después de tantos años de desuso y olvido, pero Yeonjun me sorprendió al decir que lo había reparado y que estaba en relativamente buenas condiciones.

Enseguida lo dejó en la mesa de centro de la sala, colocando uno de los vinilos con delicadeza innecesaria ya que estos estaban bastante rayados. Cuando la lúgubre música vieja inundó el ambiente, Beomgyu se echó a llorar de nuevo.

—¡Quítalo, quítalo!

El mayor pegó un salto, de inmediato parando la música, aunque con gesto decepcionado. Beomgyu siguió llorando con intensidad y desde el piso vi que sus músculos se contraían cuando él temblaba de miedo. Yeonjun se levantó y se acercó hasta él, envolviéndolo en un abrazo suave y dejando pequeñas caricias en su cabello para intentar calmarlo. El chico tardó varios minutos en controlar su respiración, jadeando agitadamente.

—Deberíamos irnos ya, Hyung. —dijo Taehyun seriamente, después de observar en silencio el ataque de pánico de Beommie.

La cara de Beomgyu tenía una palidez marmórea impresionante. Sus nudillos se estaban aferrando con tanta fuerza a su crucifijo que cuando lo soltó, un pequeño hilito de sangre emanó de su palma donde la cruz se había clavado. Yeonjun lo miró sin decir nada.

—Prometo que nos iremos después de esta noche.

Taehyun giró sus ojos, sabiendo que eso era lo máximo a lo que Yeonjun aceptaría. Después de todo, ha estado planeando esto con mucha anticipación, y para ser sinceros, yo también estaba algo nervioso y afanoso por saber su plan.

Aguardamos una hora más, Beomgyu y Yeonjun acurrucados en el sofá pareciendo una pareja, Taehyun jugueteando con el anillo y yo viendo el horrible reloj gigante. Mi mejor amigo se levantó entonces, y comenzó a abrir y cerrar los cajones en busca de algo que hacer. Yo seguí cada uno de sus movimientos con la mirada, hasta que se agachó y soltó un ajá feliz al encontrar un libro.

La portada estaba completamente comida de humedad, así que sólo era un duro trozo de cartón verdoso con orillas roídas. Las páginas no estaban en muy buen estado, amarillentas y con pedazos faltantes, pero Taehyun se alegró cuando comenzó a leer y se dio cuenta que era un libro de recopilaciones de Edgar Allan Poe.

—La persona que vivía antes aquí definitivamente tenía gustos góticos. —comentó, más animado mientras leía página tras página de El Cuervo.

Yo me incliné hacia él para ojear lo que estaba leyendo. El libro estaba en el inglés original por lo que las palabras se me hacían difíciles de entender. Era una edición mucho más antigua que la propia cabaña.

Beomgyu se durmió entre los brazos de Hyung poco después, y yo me estaba muriendo de hambre. Me levanté y caminé hacia la cocina, buscando el lugar donde Yeonjun había guardado las provisiones que trajo y rogando que alguna de ellas no tuviese que ser cocinada.

Cuando abrí la puerta de vidrio de la alacena, un escalofrío leve recorrió mi espalda. No me giré. Estiré mi mano, tanteando por la falta de luz y suspirando alegre al encontrar lo que parecía ser un paquete de galletas saladas. Al cerrar la puerta, vi el reflejo de un rostro en el vidrio, pero sólo duró hasta que pestañeé.

Al regresar al salón, Taehyun seguía leyendo con gesto concentrado mientras mordisqueaba sus uñas. Me senté de nuevo a su lado, abrí el paquete de galletas y le ofrecí a mis amigos, Taehyun tomó una, pero Yeonjun la rechazó mientras acariciaba preocupadamente el brazo de Beomgyu con la mirada puesta en su crucifijo oxidado.

Cuando conocí a Beomgyu me causaba mucha curiosidad ese crucifijo, porque a simple vista se veía muy estropeado por el paso de los años, y aún así él lo cuidaba más que a su propia vida, sin quitarlo de su cuerpo por un solo segundo. Tiempo después me enteré que fue la única posesión que le dejó su abuela antes de morir.

El tac del reloj sonó más fuerte que las veces anteriores, anunciando que era una hora más, y Taehyun, por acto reflejo, se levantó y escarbó en sus pertenencias buscando el pastillero que cargaba consigo todo el tiempo, sacando al menos unas cinco pastillas y tragándolas en seco. Siempre me preocupó que se fuera a asfixiar con ellas, pero él no parecía ni inmutarse.

Después volvió a sentarse junto a mí, me dio una mirada sonriente y yo seguí observando el reloj.

Tenía los patrones difusos de pajaritos alrededor de la esfera de números romanos, probablemente tenía el mecanismo del cucú en el pasado y ahora estaba roto, porque había una puertecita bajo las manillas. Me pregunté si los muñecos que contenía dentro serían el clásico pajarito o si habría algo más interesante como un par de enanitos enamorados.

Beomgyu se despertó balbuceando algo. Se veía mucho más sereno y de mejor semblante, se animó cuando vio las galletas y se lanzó sobre el paquete para comer una tras otra casi sin respirar. Yeonjun frunció el ceño preocupadamente mientras acariciaba la espalda de su amigo, murmurándole que fuera más despacio.

El aire se sentía asfíctico por la humedad, ya el sol había desaparecido por completo y tuvimos que encender dos de los candelabros para no quedarnos sumidos en la penumbra. Beomgyu sólo se detuvo cuando el paquete estuvo vacío, pero ninguno dijo nada, ya sabiendo que él solía darse atracones cada vez que le daba un ataque de ansiedad.

Permanecimos en las mismas posiciones media hora más. Sólo se escuchaba el tic tac que no se detenía nunca, las ramas de los árboles golpeando contra las ventanas y el susurro de las páginas que Taehyun leía a velocidad alarmante.

Justo cuando él cerró el libro, Yeonjun anunció que era hora de empezar.

Tuve miedo de que Beomgyu comenzara a llorar de nuevo, pero él no hizo ni siquiera una mueca, levantándose dócil del sofá y siguiendo a nuestro Hyung al sótano. Después de que Tae y yo nos miráramos, empezamos a caminar detrás de ellos, llevando los candelabros.

Sólo habíamos estado ahí por un par de segundos cuando habíamos llegado, pero eso apenas había sido un vistazo rápido y a oscuras. Teniendo luz, el aspecto era diferente a lo que vimos antes. Era mucho más pequeño de lo que imaginaba en primer lugar, no había ni una sola capa de pintura en las paredes, ni tampoco baldosas en el piso. Sólo el color gris helado que hacía contraste con los montones de armatostes y trastos oxidados. Yeonjun se había encargado de despejar el centro, donde estaba acomodada una sábana limpia, cuatro cojines y una caja cerrada.

Beomgyu por un instante hizo un gesto como de vomitar, pero se contuvo, colocando sus manos sobre la boca con ojos llorosos. Olisqueé disimuladamente, pero no había un olor lo suficientemente desagradable como para ser nauseabundo, sólo óxido y madera fermentada. Supuse que las ganas de vomitar de Beomgyu eran por miedo y no por asco, especialmente cuando su piel volvió a tornarse aterradoramente cadavérica cuando Yeonjun se sentó en un cojín y destapó la caja para revelar aquella famosa tabla repudiada por todos.

Como todos nos quedamos en silencio, el tic del reloj lograba colarse hasta el sótano, y sólo nuestras respiraciones acompañaban el ritmo.

Esa fue la segunda noche.

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