Prólogo

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18 de Agosto de 1909, San Petersburgo

Un llanto se escucha en un hospital de la capital del Imperio Ruso, una niña acababa de nacer. Su madre era una joven polaca y su padre, no presente en el parto, el mismísimo Vladimir Lenin. La recién nacida era saludable a pesar de las malas condiciones del hospital en el que nació.

—Te llamarás Alexandra, Alexandra Vladimirovna Lenina—pronunció su madre tomándola en brazos, débil.

Las dos debieron volver a Wizna, la ciudad natal de la madre, en la Polonia Rusa.

Agosto de 1913

Una niña de cuatro años corría en el campo cercano a Wizna con otros niños. Ella era alta para tener tan solo cuatro años. Tenía además heterocromía dado que su ojo izquierdo era carmesí brillante y vivo mientras que  su ojo derecho era como el zafiro. Su larga melena dorada tocaba su cintura y su piel era blanca como la nieve.

Mientras la madre de dicha chica empacaba cosas y hacía maletas para abandonar Wizna, pensaba en volver a la ciudad en la que su hija vio la luz por primera vez, la blanca y bella San Petersburgo.Wizna estaba dejando de ser segura para ellas pues se sabía que una guerra con el Imperio Alemán estaba próxima y por la Ojrana que empezaba a buscarlas por su conexión con Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin.

Unos hombres trajeados con gabardinas se acercaron al grupo de niños donde la pequeña se encontraba.

—¿Quien es Alexandra, niños?—preguntó uno de ellos en ruso, mirandoles.

Los chicos miraron a aquellos hombres con cara de no entender nada, pues solo hablaban polaco.

—Yo soy Alexandra—respondió con miedo la rubia.

—¿Puedes llevarnos con tu madre?—cuestionó otro de los señores.

La niña movió la cabeza de lado a lado, negándose.

Uno de los hombres intentó agarrar del brazo a la chica, pero quedó totalmente paralizado, dándole la oportunidad de salir corriendo a la niña la cual huyó a su casa perseguida por los otros dos hombres.

El iris derecho de Alexandra comenzó a emitir un ligero brillo del mismo color que su ojo y la velocidad de la pequeña aumentó levemente, perdiendo a sus perseguidores. Al llegar a casa el destello desapareció y la niña se desplomó en el pasillo de la entrada.

Wiktoria Jagellion, la madre de Alexandra, escuchó ruido en la entrada de la casa y fue corriendo a ver qué había pasado, viendo a su hija tirada en el suelo débil y agotada. La polaca, asustada, tomó a su hija en brazos y la metió en su cama rápidamente para acto seguido corrió a buscar a un doctor.

El doctor examinó a la pequeña rusa rigurosamente.

—Tiene todos los síntomas de una bajada de tensión, señora Jagellion—dijo el médico después de su análisis.

La madre miró preocupada al galeno.

—No se preocupe, no es algo grave, sólo necesita algo de reposo—intervino al ver la expresión de la mujer.

Wiktoria suspiró algo aliviada y pagó al doctor.

Junio de 1914

Hacia una hermosa tarde en la ciudad de Sarajevo, en el Imperio Austrohúngaro. Sonaba música militar y ceremonial pues el Archiduque Franz Ferdinand heredero al trono imperial estaba de desfile. Todo iba a la perfección y nada parecía poder interrumpir dicha ceremonia pero la tragedia se cernió sobre el joven Franz.

Un joven estudiante serbio se aproximó corriendo al coche del Archiduque y sobre él hizo llover plomo, matando al heredero en el acto.

Wiktoria y la joven Alexandra se encontraban por fin en la capital del Imperio Ruso. La joven polaca había comprado una casa pequeña cercana al barrio obrero con los ahorros que tenía y lo que el padre de su hija le enviaba de vez en cuando.

Alexandra sufría de vez en cuando bajones desde el primero que le dió pero, desde que llegaron a San Petersburgo, no eran tan graves y la niña se mejoraba rápido. Eso no quitaba la preocupación a la madre.

La nueva casa tenía algo especial que la anterior no poseía, electricidad. Y, si bien esto mejoró considerablemente la calidad de vida de ambas, algo curioso pasaba algunas veces ya que cuando la niña tenía uno de sus bajones, las luces y la electricidad fallaba en las zonas cercanas.

Agosto de 1916

La guerra que acabaría con todas las guerras llevaba ya dos años de cruentas batallas con millones de vidas cobradas y de infelicidad, sobretodo en el pueblo Ruso el cual veía impotente cómo los alemanes devastaban su territorio.

La joven Alexandra tenía ya siete años y era más alta que la mayoría de chicos de su edad además de más inteligente, fuerte y veloz. Además había dejado crecer su dorado cabello hasta la altura de los muslos y, para todos a su alrededor, su belleza no había hecho más que aumentar. 

Wiktoria, por su parte, tuvo que empezar a trabajar en una fábrica para afrontar los gastos cada vez mayores por la subida de los precios y escasez de los productos básicos pues solo con el dinero que recibía mensualmente de fuentes secretas no alcanzaba.

Mientras, en el frente, la cosa no iba precisamente bien para los rusos debido a que su enemigo, aunque inferior en número, era superior en tecnología, equipamiento y magia. 

Los magos eran tradicionalmente personas que dominaban el arte de la magia y que vendía sus servicios, de forma habitual a los líderes de las naciones. Dicho término con el tiempo cambió, los magos pasaron a ser unidades militares de los ejércitos nacionales. Antaño se dividían en Caballería Mágica, Infantería Mágica, Artilleros Mágicos y Magos de Combate, pero en el siglo XIX se redujeron a Infantería Mágica y Artilleros Mágicos.

Los magos, según su tipo de magia, se categorizaban en 5 grupos: los de sangre, los superiores, los espirituales, los de la llama y los onmyōji.

 El Imperio Ruso únicamente disponía de magos de sangre, los más comunes pero no por ello menos poderosos, mientras que el Imperio Alemán y Austriaco disponían  de magos de sangre y espirituales, dándoles una ventaja enorme en el campo de la magia.

La guerra estaba siendo un desastre absoluto y la victoria alemana sobre Rusia se veía cercana. El pueblo y los soldados del Imperio Ruso no querían más conflicto que, unido al hambre pobreza y descontento social empezaron a formar un movimiento revolucionario cada vez más grande, con ideales Marxistas. A este movimiento se unió Wiktoria debido a su conexión con el líder del mismo.

8 Marzo de 1917.

Una gran manifestación se hacía notar en los distritos industriales de la blanca Petrogrado (San Petersburgo), obreros de todo tipo y civiles salieron a la calle para reivindicar el malestar insoportable. Dicha protesta se extendió rápidamente por la capital rusa debido a la pasividad de las fuerzas de la ley y al apoyo de algunos sectores del ejército. Todo cambió bruscamente, las tropas leales al gobierno empezaron a masacrar a la población, provocando la división final del ejército.

Las batallas, cruentas, se extendieron hasta el 12 de Marzo, con la formación de un gobierno revolucionario. El gran paso dejó un costo humanitario enorme, que hasta la joven Alexandra hubo de pagar, su madre había muerto en las batallas por Petrogrado.

Wiktoria se hallaba junto a milicia obrera y militares aliados a la causa en las proximidades del palacio de invierno. El sol estaba poniéndose y no se esperaba ningún ataque lealista, estaban equivocados. Unas granadas cayeron cerca suya matando a todos menos a ella, que quedó levemente herida.

Los zaristas cargaron sobre las posiciones de los revolucionarios apoyados por el fuego de sus compañeros en los tejados de un edificio cercano, Wiktoria tenía poco tiempo para decidir pues estaba cerca del frente de la batalla, hacerse la muerta, luchar o retirarse. La elección fue obvia, agarró su rifle Mosin-Nagant y se cubrió en unos parapetos de las líneas traseras lo más rápido que su pierna derecha, herida con un trozo de metralla, y su leve contusión cerebral.

La joven polaca no llegó a su destino, no la dejaron, una bala atravesó su abdomen en el lado derecho, a la altura del hígado.

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⏰ Letzte Aktualisierung: Jan 23, 2020 ⏰

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La Dama de la RevoluciónWo Geschichten leben. Entdecke jetzt