8. Un buen truco

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—Necesitamos saber si en verdad hay algún tipo de ilusión, y no tiene sentido arriesgar al equipo entero para lograrlo. Ninguno de ustedes tres puede pasar desapercibido bajo el sol, ni moverse de forma sigilosa, y me imagino que no desean esperar a que caiga la noche.

—Yo podría esperar sin problemas —replicó Tálandar.

—No, no podemos esperar la noche —dijo el hombre, dedicándole al otro una mirada con el ceño fruncido—. Sería más seguro acercarnos, pero es mejor que sepamos a qué nos enfrentamos antes de que llegue el momento de decidir cómo y dónde vamos a pasar la noche.

»Que vaya una de ellas.

Lilen asintió.

—A menos que usted tenga una idea mucho mejor —miró al dragonborn a los ojos.

Él guardó silencio por unos momentos y después le dirigió una sonrisa.

—Pues ahora que lo pones así, de hecho creo que sí tengo una mejor idea —dijo—. Sólo necesito unos momentos para hacer un hechizo.

Lilen y el humano se miraron por un momento, ignorando el destello de emoción que brilló en los ojos del tiefling ante la propuesta del otro.

—¿Seguro que es una mejor idea? —masculló el hombre cruzándose de brazos.

—Te doy mi palabra.

—Está bien, brujo, pero más te vale que valga la pena —advirtió él.

Lilen se acercó de nuevo al borde del claro, sólo para asegurarse de que nada los tomaba por sorpresa, mientras Tálandar se hacía un lugar al pie de un árbol enorme, y sacaba objetos varios de su bolsa ante la atenta mirada de Dantalion, que le interrumpía cada dos segundos con preguntas y observaciones que anotaba con pluma veloz en uno de sus enormes libro.

Varios metros detrás del brujo, el otro dragonborn hablaba quedo con la chica. Lilen sólo podía ver su espalda, y la cadencia del movimiento sutil de sus brazos cuando hacía gestos al hablar. Fräey lo miraba atentamente, aún con los brazos cruzados pero un semblante mucho menos agrio, asentía y de vez en cuando respondía un par de palabras escuetas. Por un momento, desvió la mirada más allá de la enorme forma de su interlocutor y vio a Lilen a los ojos antes de volver a mirar al dragonborn.

La elfo regresó su atención al claro, que permanecía igual de inamovible, y la otra se acomodó en silencio a su lado poco después.

—¿Qué está haciendo? —le preguntó haciendo un gesto hacia el brujo.

—No estoy segura. Dijo que tiene un hechizo que nos ayudará.

—Qué ridículo —negó con la cabeza—. Eso nos va a delatar.

Se refería a los delgados hilos de humo que se desprendían del pequeño brasero que había encendido. El olor del incienso llegaba hasta ellas, y probablemente empezara a entrar al claro.

—No hay nadie con quien delatarnos —dijo Lilen, mirando de regreso a su compañera de vigilia—. Tú y yo sabemos que no hay nadie allí.

»Déjalo que haga lo que le plazca. Se dará cuenta al final de que está desperdiciando sus recursos y nuestro tiempo. Con suerte eso hará que escuche mejor a la próxima.

La mestiza bufó, le respondió con una mirada de desdén y volvió su atención al claro.

Lilen no dijo más, era demasiado mayor para tomar ofensa con su repelencia. Podía entender su frustración, aunque de una forma foránea y abstracta, la bravuconería que no alcanzaba para disimular el deseo por no ser subestimada, un anhelo de respeto que casi parecía vibrar fuera de ella.

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