Primer día

30 3 1
                                    


El resto del día no fue menos interesante porque las felices coincidencias no acabaron ahí.

Llegué a mi clase y por suerte no era tarde. La gente seguía entrando y parecía que cada cual se sentaba donde quería. Había algunos grupitos de gente que ya se conocían, y otros que se sentaban solos y esperaban, quien sabe, un nuevo compañero o una nueva amistad. Yo era de estos últimos. No conocía a nadie; y es que hacía poco tiempo que me había mudado a esta ciudad.

A principios del verano, a mi padre lo trasladaron en el trabajo y hasta ahora solo conocía a unos primos que iban a otro instituto y a mis vecinos. Aun guardaba la esperanza de tropezar con alguien que conociera, pero lo cierto es que era poco probable porque este centro quedaba un poco lejos de mi barrio. Mi padre lo había elegido porque, aparte de la buena reputación que tenía, una amiga suya trabajaba aquí como secretaria. Él no perdía la oportunidad de tenerme vigilada y por ese motivo tenía que ir y venir en bus todos los días, cuando el instituto más cercano, y en el que estaban mis nuevos amigos, solo estaba a un paseo de mi casa.

Pero, en fin, yo era optimista y esperaba que las cosas siguieran yendo bien.

Me senté en un pupitre libre en la segunda fila. Las mesas estaban dispuestas de dos en dos y yo me puse junto a otra chica que estaba sola y ya había desplegado todo su arsenal de cuadernos y bolígrafos de colores... "Empollona", pensé. Pero yo también lo era un poco, y por eso la elegí. Le dirigí una sonrisa que me devolvió al instante. "Quizás está demasiado desesperada" enjuicié en un segundo.

Comenzó una charla insustancial sobre las clases, los profesores, y luego pasó directa a las preguntas personales como, mi procedencia, mis gustos musicales... Era simpática, pero me estaba temiendo el no poder cortarla.

El profesor llegó al fin y cerró la puerta tras de sí. La salida se encontraba al fondo de la clase, por lo que se dirigió lentamente hasta su escritorio mientras nos echaba un vistazo por encima a todos con un semblante severo que hizo que, poco a poco, todo el mundo guardara silencio. Resultó ser nuestro tutor y profesor de lengua, y tras repartir unos folios con las listas de libros que necesitaríamos y el temario de su asignatura, nos pidió que nos pusiéramos en pie para proceder a cambiarnos de sitio.

Cogió la lista de asistencia y empezó a recitar nuestros nombres por orden alfabético mientras señalaba el lugar que debíamos ocupar. Mi apellido empieza por erre, así que no me tocaría por las primeras filas, más bien lo contrario. No era la primera vez que me hacían sentar por orden alfabético, ya me había resignado a ocupar siempre las filas de atrás, pero esperaba que a estas alturas nos permitieran elegir, como en mi instituto anterior se lo permitían a los chicos mayores. ¿Qué le íbamos a hacer?

El pupitre en el que me encontraba fue ocupado por su legítimo dueño y yo me fui atrás de la clase a esperar el mío. Al poco se abrió la puerta y entraron un grupito de tres o cuatro abalanzándose dentro entre risas. El profesor pidió orden y fue en ese momento cuando volví la vista y lo vi. Uno de ellos era Enrique, aunque aún faltaban unos segundos para que supiera su nombre.

Él no me había visto. Simplemente entró con sus amigos y esperó junto a los demás que estábamos de pie a que siguieran pasando lista y asignando mesas.

La verdad es que estuve intentando que no me viera, aunque fuera absurdo porque por lo visto íbamos a ser compañeros.

Él seguía cuchicheando con los chicos y chicas con los que estaba, mientras yo me sonrojaba y me palpaba la cara para confirmar lo caliente que se me estaban poniendo las mejillas.

Ya estaba casi todo el mundo sentado cuando al fin dijeron mi nombre. Si antes no me había visto, era seguro que en ese momento lo haría. Así que desfilé por la clase imaginándome observada por el chico más guapo del mundo y con el que además acababa de morrearme.

Mi primera semanaWhere stories live. Discover now