El camino es largo, pero debo seguirlo. Media hora más tarde, llego a mi refugio, donde vive mi clan. Nos llamamos Almas Silenciosas porque somos expertos en entrar y salir de lugares, acechando desde las sombras. Es un grupo pequeño formado por alrededor de doce vampiros. Sin embargo, la mayoría de ellos siempre está de caza y viajes, algunos nunca regresan. Los miembros constantes son menos de diez. Llego a la entrada de la guarida: un agujero, similar a los orificios de drenaje que los humanos colocan en las calles. La mayoría de nuestros escondites siempre han estado bajo tierra. Hemos hecho de los bosques oscuros del territorio sobrenatural nuestro hogar por muchas décadas. Me dejo caer en el agujero. Aterrizo dentro; hay un gran pasillo con paredes de tierra a los lados. Troto a mi habitación tratando de pasar desapercibida.

—¿Morgan? —llama alguien detrás de mí. Por supuesto, no puedo ser invisible en un escondite de vampiros con sentidos avanzados.

—Ian —saludo.

En un segundo, está frente a mí, revisándome. Es alto, de cabello castaño y ojos grandes color chocolate, atractivo, como suelen ser los vampiros; la naturaleza nos ha hecho así con el fin de atraer a nuestras víctimas humanas.

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? —Su expresión se oscurece. Ian es como mi hermano; hemos estado juntos desde que me convertí, aunque él es mayor que yo. Por nuestros cuerpos, se podría decir que somos adultos jóvenes, pero en realidad tengo ochenta y cinco años. Los vampiros convertidos alcanzan la madurez en su cumpleaños número cien. Ian ya es un vampiro maduro; él domina el elemento fuego.

—Estoy bien. Solo un cruentus en el camino —digo empezando a caminar de nuevo a mi habitación.

—¿Un cruentus? ¿Cómo es que estás viva? Un cruentus en luna llena es una muerte segura para un vampiro joven como tú. —Percibo el enojo en su voz—. No deberías salir cuando hay luna llena, es demasiado peligroso y lo sabes.

—Estoy bien, no voy a dejar que un par de bestias estúpidas decidan mi agenda. —Entro en mi habitación y cierro la puerta. Para mi gran molestia, una puerta no es un obstáculo para Ian, o para cualquier vampiro. Él aparece frente a mí otra vez.

—Eres tan terca..., vas a conseguir que te maten —suspira con cansancio—. Así me gruñas, te estaré cuidando —afirma antes de salir de la habitación.

Me doy un baño para eliminar toda la sangre de ese monstruo apestoso. Cuando me siento lo suficientemente limpia, me envuelvo en una toalla. Veo mi reflejo en el espejo. Mi piel pálida y mis ojos de jade me reciben. Mis rasguños ya están sanando. Me pongo una falda negra y una camiseta oscura. La ropa negra es útil para camuflarse en la oscuridad.

Salto fuera de la entrada del escondite y tomo una respiración profunda, el aire rozándome la piel una vez más. Me encanta el exterior. En nuestro mundo, los bosques oscuros son considerados peligrosos y terroríficos, pero han sido mi hogar, así que le he tomado cariño. Me gusta el olor de la naturaleza; hay algo en ella que me relaja y me llena. Tomo una respiración profunda y, cuando la dejo salir, veo a nuestro líder —mi creador— llegar.

Una punzada de nerviosismo me cruza. No sé por qué siempre me he sentido atraída hacia él; tal vez porque su sangre corre por mis venas. El hecho de que es jodidamente hermoso tampoco ayuda; con su cara ruda aunque perfecta y ese cabello negro con reflejos azules que hacen juego con el color de sus ojos.

—Buenas noches, Morgan —saluda fríamente, y me pasa por un lado. Nunca me mira; tal vez no existo para él. Solo me habla cuando es absolutamente necesario o por cortesía.

—Buenas noches, señor. —Como mi creador, debo dirigirme así a él, incluso cuando sé que su nombre es Aidan. Si me ordena algo, tengo que hacerlo; de alguna forma tiene mucho poder sobre mí. Pero ni siquiera me habla. Todo lo que he obtenido de él a lo largo de los años han sido saludos fríos. Es como si estuviera en un nivel superior, inalcanzable.

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