3 Lady Luck

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Eran las cinco de la tarde y me encontraba delante del McArthur, armada con mi guitarra y con toda la fuerza interior que había podido acumular. Me acerqué a la puerta principal para acceder, pero fue inútil, estaba cerrada a cal y a canto. Se me hizo muy raro estar allí a plena luz del día, posiblemente fuera la primera vez que lo hacía. Descubrí cosas tan fascinantes como que el color de la fachada antes era azul celeste o que las letras del cartel estaban muy desgastadas y raídas. Los años de exposición al sol y la nieve habían hecho que incluso se empezara a oxidar. Decidí dar una vuelta para encontrar otra entrada.

Al adentrarme en el callejón, escuché el leve sonido de una guitarra y supe que estaba yendo por buen camino. Pensé que hubiera sido un detalle indicar el lugar exacto en el anuncio pero, teniendo en cuenta el aspecto del mismo en sí, tampoco me sorprendió.

Me asomé por la puerta, nunca había estado en esta parte del pub: estaba lleno de cajas apiladas a un lado, se notaba que se habían apartado de forma precipitada, posiblemente para poder colocar los instrumentos. Estirado en el suelo gris estaba Liam, escuchando música, mientras hacía movimientos duros con sus baquetas contra una batería imaginaria. Johan estaba cómodamente sentado al lado de varias cajas colocadas estratégicamente cerca de la pared. Leía un libro, muy concentrado y ajeno a todo lo demás. Adam estaba sentado en el suelo mientras improvisaba con su guitarra. Delante tenía un cuaderno, un bolígrafo y un cenicero.

Ninguno pareció percatarse de la presencia de mi cabeza flotante. Me volví a ocultar y me apoyé en la pared. No entendía porqué estaba tan nerviosa, había ido a un montón de audiciones y pruebas en la universidad, mil veces peores. No tenía nada que ver con aquello. Allí los profesores te observaban tras sus mesas, a través de una oscuridad extraña y blanca, con sus rostros indiferentes e inanimados, con una mirada que se te clavaba como una aguja en la piel. No recordaba ninguna cara en concreto, por lo que en mi imaginación estaban fusionados en un solo rostro. Lo que sí recordaba con claridad eran sus palabras —que no solían decir nada en realidad— al terminar una pieza musical: «Gracias, señorita Williams, puede usted marcharse».

Exhalé con fuerza y relajé los hombros, como mi padre me había enseñado para pasar los nervios. De mi espalda descolgué la guitarra y la abracé por el mástil con los ojos cerrados, hasta que me encontré mejor y entré:

—Hola —saludé levemente con una mano.

Adam Baker levantó la cabeza para mirarme y frunció el ceño, más o menos igual que cuando vino a la tienda. Johan también me miró y ladeó la cabeza. Liam, en cambio, siguió dando golpes al aire con sus baquetas, sin percatarse de mi presencia.

—¿Chloe? —Johan entornó los ojos y se incorporó para acercarse a mí— ¿Chloe Williams? ¡Dios mío, eres tú!

Me dio un abrazo muy efusivo y me levantó del suelo para darme un par de vueltas.

—¡Hola, Johan!

—No te veía desde el instituto. Estás genial, ¡qué guapa!

Su alegría era contagiosa y no pude evitar sonreír ampliamente. De reojo miré a Adam Baker, pero pareció que el tema ya no le interesaba y había vuelto a sus cosas, rasgando en silencio las cuerdas de aquella guitarra.

—Liam, Chloe está aquí. ¡Liam!

—Déjame a mí.

Tomé el libro que tenía en la mano y lo arrojé contra Liam, como si fuera un boomerang. Le di en toda la frente con el lomo.

—¡Au! ¡Joder! —bramó Liam.

Miró con atención el libro que acababa de golpearle, unos largos segundos, hasta que elevó la cabeza y me vio. Al hacerlo dejó el libro a un lado, se quitó los auriculares y me sonrió:

Amor, Rock y otras CancionesUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum