Capítulo 1: Un nuevo comienzo

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Para su fortuna, el teléfono hizo que la señora Iserins aparcara su preocupación aunque solo fuera por un momento.

—No te ganarás la vida como actor —comentó Kobe.

—Espero no tener que hacerlo nunca —replicó Suke, recuperando su expresión habitual que no incluía una sonrisa ni nada que se le pareciera.

—Capitán Aizoo —llamó la señora Iserins desde el vestíbulo—, es para usted.

—¿Y para quién iba a ser si no? —se preguntó en voz alta—. Recuérdame por qué quise un artefacto de esos.

—No quisiste —recordó Suke—, venía con la casa.

—Come algo —ordenó el capitán con un bufido—, dentro de cinco minutos saldremos para el instituto y quiero que tengas algo en el estómago.

—Sí, papá —murmuró con voz aburrida.

Kobe no pudo evitar una sonrisa. Sabía que era una broma, una de las típicas respuestas ácidas de Suke pero cada vez que lo hacía, se le dibujaba una sonrisa tonta. Puede que no compartieran la sangre, pero Kobe le había dado su apellido y había dedicado los últimos años a cuidar ese chico. A todos los efectos, Suke era su hijo.

*

El huevo frío y torturado le contemplaba desde el plato retándole a que le hincara el diente. Una arcada trepó desde la boca del estómago ante la sola idea de llevárselo a la boca. «Nervios... ¡Y una mierda!», quizá la señora Iserins no iba tan desencaminada. Pero no, no tenía sentido negarlo, no eran nervios; era auténtico y genuino terror.

Siempre se ponía así ante los cambios. No le gustaban. La mayoría de chicos pensarían en si harían nuevos amigos, si tendrían problemas de adaptación, si habría matones en el instituto, si caerían bien, las chicas... Suke no. Suke solo pensaba en lo que tendría que hacer para mantenerse aislado, para no dejar que nadie se le acercara. No le preocupaban los matones de colegio o si haría amigos, los primeros solían olvidarse de él a los dos días y los segundos... bueno, no solía tener problemas con las cosas que no existían. Y las chicas... bien, nunca había habido alguna que le llamara la atención. Se suponía que a sus dieciséis años debía pasarse el día pensando en ellas pero no, nunca había pasado. Tampoco le preocupaba, eso simplificaba las cosas.

Y es que los secretos pesaban demasiado.

«Tienes que calmarte, Suke, es peor si te pones nervioso», se dijo. Pero con decirlo solo no era suficiente. «Una manzana», pensó y agarró una pieza del frutero que decoraba la mesa. Con eso podría aguantar hasta el almuerzo.

—¡Suke! —exclamó el capitán desde el vestíbulo.

—¡Voy! —contestó, metiéndose la manzana en la boca antes de salir por la puerta. Ya estaba en el pasillo cuando regresó a buscar la maleta del colegio. No causaría muy buena impresión si se dejaba los libros el primer día.

—¡Mierda! —gruñó Kobe mientras caminaba hacia el automóvil—. No hace ni un mes que estoy aquí y ya empiezan los problemas.

—¿Problemas? —repitió Suke preocupado. Como bien había dicho Kobe, no llevaban ni un mes en la nueva casa, era demasiado pronto para otra mudanza.

—Un caso importante —dijo el capitán sin dejar de fruncir el ceño, pero Suke respiró aliviado.

—¿Preferías seguir buscando perros? —preguntó con sorna. Alejados los problemas, podía permitirse el lujo de hacer bromas.

—No —admitió Kobe con una sonrisa emocionada que se ocupó de disimular al ver el escrutinio del joven—, pero es un caso serio. No debería...

—¿... alegrarte porque tu trabajo resulte gratificante?

—Eres un bocazas repelente —dijo, cerrando la puerta del coche de un portazo—. Tengo prisa, debería estar en la escena del crimen y no...

—... llevándome al instituto —concluyó de nuevo—. Creo que puedo ir caminando —dijo, aunque no estaba muy convencido de ello.

—Mañana quizá, hoy llegarías tarde —dijo Kobe arrancando el viejo motor y dejando atrás  la pequeña mansión que habían convertido en su hogar—. Está un poco lejos. Esta tarde hablaré con los vecinos. Creo que sus hijos van a tu mismo instituto.

—Oh, fantástico —masculló Suke.

—Te tocará ser simpático y sociable.

—¿No podría... madrugar y ya está? —Suke no era sociable. Era difícil ser sociable cuando estaba demasiado ocupado escondiendo cosas. En el anterior colegio, había tenido varios problemas por su negativa a desnudarse en el gimnasio. Era peor intentar dar una explicación a sus cicatrices que dejar que pensaran que era un bicho raro. «¿El capitán no es tu padre? ¿Cómo es que estás con él?», había una historia, claro que sí. Habían tenido que responder a esa pregunta demasiadas veces, pero... ¿cómo puedes empezar una amistad con una mentira? Lo único que era auténtico en él era su nombre.

—Oye, Suke —dijo Kobe, empleando el tono trascendental que utilizaba cuando se suponía quería dar un consejo importante—. Esta es tu vida. No hay más Rubí, solo Suke. Intenta... vivirla. Te han dado una oportunidad de ser feliz, inténtalo al menos, ¿vale?

—¡Soy feliz! —replicó—. Puede que no sea el rey de las fiestas, pero soy feliz.

—¿Recuerdas lo que te dije antes sobre ganarte la vida como actor?

—Joder, Kobe, no seas... —empezó a protestar.

—¡Eh! Esa boca...

—¡Hace un momento has gritado «Mierda» a todo el vecindario! —se defendió.

—Mal por mí —concedió Kobe—. Pero eso no es excusa, cuida tu lenguaje y, por el amor de todos los dioses, sonríe. No es tan difícil, de verdad. Y si lo practicas mucho, te acaba saliendo con naturalidad.

—¿Cómo a ti? —gruñó.

—Menos sarcasmos y más sonrisas —dijo el capitán—. Voy a pedirle a la señora Iserins que haga uno de esos preciosos cuadros de punto de cruz con ese lema en letras muy grandes, y lo colgaré en tu habitación a los pies de tu cama. Y cada día cuando te despiertes y cuando te duermas, lo primero y lo último que verás será: «Menos sarcasmos y más sonrisas hacen a Suke un chico agradable».

—¡Dime que también pondrá flores y arco iris!

—Por supuesto —asintió divertido—, y caramelos, cerezas y globos.

—Sabes que me encantan los globos.

—Lo que tú digas —aceptó con una sonrisa sincera. Incluso Suke se atrevió a elevar la comisura de la boca—. Casi, casi —dijo, deteniendo el coche ante la puerta del instituto—. Algún día veré una de verdad.

Suke contempló el enorme edificio. La hiedra cubría sus paredes estrangulándolo en un abrazo mortal, sin apenas respetar balcones ni ventanas que se abrían con timidez, irrumpiendo a duras penas en el verdor de la mata. Era un centro mixto, había chicas pero no compartían clases. «Juntos pero no revueltos», como le gustaba decir a la señora Iserins. Solo coincidían en la entrada porque hasta tenían separadas las áreas de recreo. «Dos institutos con una puerta, pero lo llaman centro mixto». En el único lugar donde vería a sus compañeras, sería en el gran pórtico que les llevaba al interior. Allí, las faldas plisadas por debajo de las rodillas y las cintas en el pelo, se mezclaban con los pantalones y las corbatas de sus homónimos masculinos.

—Es... bonito, supongo —dijo Kobe bajándose del coche.

—No es necesario que me acompañes —le dijo Suke—. Creo que sabré espabilarme solo.

—Oh, sí, casi tienes dieciséis años, no necesitas que nadie se preocupe por ti —replicó con sorna.

—No irás a darme un beso de despedida, ¿verdad?

—Me encantaría —confesó—, solo para ver cómo te vuelves rojo de vergüenza.

—Lástima que tengas prisa por llegar a una escena del crimen —dijo Suke esgrimiendo una mueca burlona.

—Bocazas repelente...

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now