—Mi salud no es lo importante —replicó.

—Lo es, para mí.

Y así había sido desde la primera vez que se desmayó. Un secreto bien guardado tras las puertas del palacio. Un príncipe enfermo era signo de debilidad y como a mi familia le gustaba alardear, teníamos que vernos fuertes y vigorosos.

—Yo...

Caminé un paso y le di un beso en la mejilla.

—No tienes que decirlo, siempre hemos sido nosotros dos y continuaremos siendo nosotros dos por muchos años más.

—No mueras —me ordenó.

—Tú tampoco.

Abandoné la habitación después de discutir los últimos detalles del plan. Era una idea arriesgada, debía admitir. Pero no había nada que no fuera capaz de hacer por mi otra mitad. Nacimos siendo dos partes de un todo y moriríamos juntos como lo dictaba el destino.

Los guardias se apresuraron a abrir las puertas del palacio. Me tomé un minuto para contemplar el cielo antes de atravesar el puente colgante y reunirme con los cientos de espectadores que hacían fila a la salida del castillo para despedirme. 

Las nubes grises se acumulaban sobre mi cabeza, presagiando una tormenta. Una bandera verde y blanca se desató de una de las astas y voló sobre el puente hasta caer en el agua. Maldije, aquello sin dudas no era una buena señal. Los rostros se volvieron sombríos y los vítores se detuvieron, ellos también habían captado el mensaje: los dioses no me favorecían. Caminé con la cabeza en alto y cuando estuve al final del puente de piedra les hice una reverencia.

—Traeré la victoria a casa —afirmé.

Como si los hubiese enchufado con una esperanza que no poseía, todos empezaron a gritar emocionados.

—¡Larga vida a la princesa Amber! —gritaron los guardias antes de cerrar las puertas del palacio.

Levanté la cabeza por encima del hombro para ver las grandes puertas de madera cerrarse. Nadie se asomó por las ventanas del castillo, según los ancianos, era mala suerte ver partir a un cazador. Otra de las viejas costumbres arcaicas con las que no estaba de acuerdo. Inhalé antes de dar el primer paso. Exhale cuando termine el segundo. Treinta pasos más y ya estaba fuera de los límites del palacio.

Los caballeros montados a caballo contuvieron a las multitudes hasta que pude salir de la ciudad. Aligeré la presión de las cuerdas que sujetaban mi armadura en el pecho y las extremidades. No sabía si se debía al pánico, pero comenzaba a sentir que toda aquella ropa se convertiría en un estorbo cuando el dragón me devorara. Me detuve en el límite que separaba la tierra rojiza del reino con los pastos verdes y frondosos donde vivían los dragones. Un límite invisible para todos, excepto para mis ojos.

—Siempre hay otra opción —escuché a mi espalda.

Me giré para ver a un anciano que caminaba hacia mí apoyado en un bastón de cedro que se dividía en dos en la punta para sostener una gema de lágrima de dragón. Vestía una larga túnica de color azul cielo que se degradaba a blanco en los bordes. Su rostro era simple pero aquellos ojos no me engañaban. ¿Qué hacía un mago en estas tierras?

—¿Quién eres? —pregunté de mal humor.

El mago se acercó un poco para que pudiera ver su rostro besado por el tiempo. Su raza podía vivir desde décadas hasta siglos y este, al parecer, estaba más cerca de estos últimos. Los humanos perdidos por la magia habían sido los culpables de que me encontrara ahora en esta situación.

—¿No me reconoce, su alteza? —preguntó, rascándose la barbilla. El largo bigote trenzado se movió junto a sus labios. El viento levantó su cabello ondulado, tan blanco como las nubes.

Ladeé la cabeza.

—Si no te molesta, tengo una profecía que cumplir.

El anciano hizo una mueca.

—No soy responsable por ella —afirmó. Levantó las espesas cejas, dejando ver con más claridad las pupilas alargadas, semejantes a los ojos de la bestia a la que me enfrentaría.

—Pero tus ancestros sí, así que eso también te vuelve culpable.

—No somos responsables por lo que hacen nuestros antepasados, usted debería saberlo mejor que nadie.

Aquel hombre me estaba colmando la paciencia.

—¿Sabe lo que sucede si me niego?

El mago me dedico una sonrisa triste.

—Será condenado a morir en total deshonra.

Coloqué la mano sobre la espada.

—Salga de mi camino —dijo entre dientes.

Levantó las manos.

—Una disculpa su alteza, solo quería hacerle ver que está cometiendo un grave error.

—¡Sé que estoy cometiendo un maldito error! —grité—. Pero no tengo alternativa, es él o yo.

Me froté la cien. ¿Cómo había podido perder la compostura?

—Siempre hay otro camino.

—No para mí —respondí, dándole la espalda.

Continué mi camino por la llanura, llegar a lo alto de la montaña me costaría horas. Cuando el cansancio me venció, acampé en la base de la montaña. Tomé agua del arroyo y me recosté en un árbol. Las estrellas fueron mi única compañía hasta el amanecer. No me atreví a cerrar los ojos ni a quitarme la armadura, mi presa era consciente de que iba a por ella y se había preparado para esta batalla tanto como yo.

Escale la colina tomándome periodos breves de descanso. Desde las alturas podía ver las tres torres del castillo. Continué la subida sin ponerme a pensar en nada que no fuera salir de allí con vida. No había llevado ninguna bolsa con provisiones porque las montañas de Drakros estaban llenas de árboles frutales y alimentos que crecían bajo la tierra, alimentados por el suelo mineralizado. La montaña era un volcán dormido o un dragón que se ahogó con su propio fuego, como nos hicieron creer las leyendas. Gyda me había enseñado que la mayoría de las cosas que le atribuíamos a la magia se debían a procesos naturales, por suerte la reina no sabía de estas "teorías" o nos hubiese alejado de ella para siempre.

Mis piernas temblaron por el esfuerzo cuando me aventure en la parte más alta. El frío era horrible y hacía tintinear mis dientes. La ropa bajo la armadura me permitía resistir ambas temperaturas, pero, aun así, podía sentir el viento cortando mi piel.

La niebla me envolvió y por unos momentos no pude ver nada. Saqué la espada. Había alguien más aquí, podía sentirlo. Una sombra casi tan grande como la montaña hizo doblar los árboles. El aire se escapó de mis pulmones como si él lo hubiera absorbido. Tragué saliva cuando sus ojos de fuego se encontraron con los míos.

—Hola, pequeña rosa —dijo y fue suficiente para que mi mundo explotara de dolor.

*👑*

N/A: ¡Dragones! Hemos llegado al inicio de la batalla. ¿Quién ganará? Aquí termina esta parte y comienza la de la espada a continuación. Recuerden que me gusta dejar huevos de pascua así que atentos a los detalles. ¡Gracias por leer! No olvides apoyarme votando en tus partes favoritas, compartiendo la historia y comentando.

Herederos de sangre y hierro #PGP2024Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora