–¿No sabes de lo que estoy hablando? –preguntó ella como si se hubiera percatado de mi desconocimiento.

Negué con la cabeza aún con el ceño fruncido, sin saber porqué tenía que entrenar. Todo era muy confuso y más cuando esa mujer parecía estar contradecida consigo misma.

–Mira que lo sabía –estaba murmurando y parecía realmente cabreada.

–Lo voy a matar cuando lo vea –seguí murmurando mientras se acercaba a la puerta hasta que se giró hacia mí.

–Volveré más tarde, olvida lo que te dicho.

Y sin más, se marchó cerrando la puerta tras ella dejándome más confusa de lo que estaba. Peor decidí evitar aquella confusión y me reacomodé, posicionándome con cuidado preparando para dejar que los sueños volvieran a apiadarse de mi. Durante estos días estaba durmiendo mucho, más de lo normal pero no podía compararme con la rutina que llevaba en el poblado. Aún así, quería dormir y hacer que todo el mundo desapareciera.  Mientras dormía no me atacarían, porque no lo vería venir así que si dormía a todas horas, no habría ningún problema.

Mis párpados se notaron pesado y casa vez más difíciles de abrir pero hubo un detalle que hizo que abriera los ojos con tanta fuerza que tuve que reprimir el chillidos que iba a salir por mi boca. Delante de la puerta se encontraba la bestia maldita y odiosa que se jactaba de mis penurias provocadas por él, qué irónico.

–No vuelva a hacer eso –advertí yo mientras intentaba calmar los latidos acelerados de mi pobre corazón.

Él emitió una pequeña risa profunda mientras se acercaba a mí. Era alto e imponente pero era depravado, cono solo eso ya lo hacía ser horrible.

–No me digas que te has asustado.

Bufé molesta.

–Si estuviera en mi piel me entendería a la perfección.

–¿Ah sí? ¿Por qué?

Le miré extrañada ante su curiosidad, mientras notaba como se sentaba en la punta de la cama haciendo que toda esa parte se hundiera bajo su peso. Él parecía expectante y yo simplemente suspiré.

–Usted es malévolo, ruin y me ha destrozado la vida, así que verlo aparecer de repente en la habitación, ha sido bastante sorprendente.

Él asintió cruzándose de brazos, con la atención aún en mí.

–Xylia, deberías realmente pensar que todos esos adjetivos, son elogios para mí, así que gracias pero no puedo ponerme en tu piel, porque si lo hiciese tu y yo no estaríamos aquí.

–¿Y dónde estaríamos? –pregunté yo confundida.

–Estaríamos en mi cama, pequeña guardiana.

De verdad que noté como un fogonazo me quemó de arriba a bajo. Tuve que sonrojarme mucho pero no entendía el porqué. Lo odiaba y aún así, sus insinuaciones no me disgustaban. Me quedé con los ojos abiertos y con las mejillas en carne viva, bueno, notaba toda la cara así.

–Pero como ya te he dicho, eres una humana y no puedo ponerme en tu piel, así que por ahora te dedicarás a recuperarte y a entrenar.

Acabó diciendo él mientras se levantaba de la cama, provocando que la cama volviese a su posición natural. Lo miré y desperté, necesitaba salir de aquella nube de emociones, simplemente reaccioné.

–¿A qué se refiere con lo de los entrenos?

–No te lo puedo explicar Xylia, aún no pero necesito que te conviertas en una guerrera mucho más hábil de lo que eres e incluso más fuerte y por eso, las guerreras del batallón de las tres lunas te guiarán junto a tu instructora. 

Esa debía ser esa mujer que entró con esos aires de superioridad y la que se sorprendió por mi desconocimiento pero aunque ese rey me hubiera contado aquello tan efímero, no respondió a ninguna de mis inquietudes.

–¿Por qué a mí? Seguro que hay personas más capacitadas que yo para hacer aquello que desea.

Mi voz estuvo a punto de romperse al pensar que podría haber sido otra persona la que hubiera ocupado mi lugar y que yo podría haber seguido estando con mi familia y en el poblado. Él volvió a centrar su atención en mí.

–Eres demasiado valiosa Xylia y aunque hubiera alguien más capacitado, igualmente te hubiese reclamado.

Mi corazón se paró al escuchar esas palabras. Acababa de confesar que era valiosa pero en qué sentido. ¿Tenía que preocuparme con ello o simplemente era una forma de engañarme? No sabía que pensar, todo era confuso y extraño para mí. Se estaba comportando conmigo de una forma totalmente inesperada pero esto solo era el principio y estaba segura que nunca podría marcharme de allí.

Entonces la puerta se abrió mostrando a Ilyra quien se quedó imputada al ver aquella escena y seguramente por la tensión que había en del aire. Miré a Ilyra de reojo pero mi mirada volvió en la del Portador de las Almas Perdidas. Ese ser era un misterio y un enigma que tarde o temprano acabaría resolviendo.

Él también miró a Ilyra y antes de que ninguno pudiésemos hablar, ella se adelantó.

–Malentha te está buscando –no le habló en tercera persona y aquello me dio que pensar, sobre todo sabiendo que era un rey.

El Señor de la Muerte asintió y antes de salir de esa habitación, volvió a mirarme dejando primero entrar a Ilyra y posteriormente, cerró la puerta tras de sí.

No tenía sentido que dijera esas palabras como si no importase el significado de estas. Pero esa misma voz, hizo que despertase de mis pensamientos y mirara a la curandera quien me observaba con una pequeña sonrisa en el rostro.

–¿Te encuentras mejor? 

Entonces caí, caí de nuevo en que me habían abierto para curar aquella infección de la que me había olvidado por momentos y de la que estaba segura que no debería haber sido así.

–Pues la verdad, es que no noto ningún dolor.

Ella sonrió aun más como si se hubiese alegrado por escuchar mis palabras.

–Debe estar haciendo efecto crema y el calmante –acabó comentando ella mientras se acercaba aún más a mi cama.

Habían pasado ya unas cuantas horas desde lo ocurrido y era normal que Ilyra viniese a verme, sobre todo si se sentía mal. Entonces empezó a arromangarse las mangas de su vestido y supe que querría verme la herida.

Ella me ayudó a recostarme y con cuidado me ayudó a quitarme el vestido para ver la herida. El vendaje no mostraba ninguna mancha de sangrado, cosa que hizo fruncirle el ceño pero cuando  empezó a quitarlo y una vez terminó, ambas nos quedamos sorprendidas. 

–Esto no es posible –comentó Ilyra difusa.

No había rastro de ninguna herida ni de ninguna cicatriz. Aquello no podía estar pasando, todo había ocurrido el mismo día y aunque fueran medicinas mágicas, no podía suceder tan rápido. Sus ojos se movían nerviosos, debía de estar igual de impactada que yo. Por eso no me dolía, ni había notado ninguna punzada porque en el fondo, no había nada.

–Voy a ver el resto de tus heridas –asentí mientras ya se había puesto manos a la obra.

Me quitó las vendas de mis muñecas y las de mis pies, y pude ver cómo su respiración se aceleraba hasta tal punto que escuchaba los rápidos latidos de su corazón. Aquello me dio mala espina y más cuando su mirada llena de miedo se encontró con la mía. Entonces lo supe, no debía tener ninguna herida ni ningún rastro que afirmara que hubo una en este lugar y eso era realmente extraño.

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now