Deposité los objetos en su lugar correspondiente y cuando la luz de su habitación al otro lado de la ventana se encendió, corrí para cubrir mi ventanal con la persiana. Estaba allí, a tan solo pocos pasos y unos simples movimientos para que nuestras voces se pudieran combinar. No quería verlo, y tampoco podía permitir que me viera aún empapada a causa de sus ideas despiadadas, así como el sobresalto que me causó saber que podía distinguir mi vulnerabilidad si no me hubiera percatado de su aparición. Pensar que en cualquier momento podía notarme desde su habitación realizando cualquier acción con la ventana abierta acaloraba mi cuerpo y me colocaba los nervios a flor de piel.

Estaba enojada por su actitud, pero al mismo tiempo me resultaba imposible olvidar su existencia por solo centésimas.

El teléfono vibró en mi bolsillo trasero y cuando lo extraigo, distinguiendo como la pantalla táctil se había humedecido, diferencio su nombre brillando y cegando mis pupilas. Nicolás, mi ex pareja, no se rendía. Me llamaba, insistía en que atendiera sus llamados recurrentes donde me suplicaba perdón e imploraba por una salida a solas. Siempre seguía un plan concreto donde, cada vez que me veía, se disponía a hablar conmigo hasta intentar que volviera a caer a sus pies como lo había hecho el día que me conquistó.

No sabía qué era lo que me había atraído de él en un pasado y en la cama, en las pocas veces que nos habíamos acostado juntos, sabiendo que eran mis primeras veces intimando con una persona y me había entregado a él creyendo que conocería el paraíso que tanto me había prometido y del que tanto me habían hablado con el correr del tiempo, jamás había sido bueno. Sin embargo, yo había disfrutado de su compañía.

Colgué la llamada, y marqué el número de quien creía que le había dado el número de teléfono fijo de mi casa. Mi padre no lo había conocido; nunca tuve la oportunidad de presentarlo y, pese a que conocía la vivienda por fuera, nunca se había atrevido a sobrepasar los límites para atraer mi atención. Hasta ahora.

A los dos tonos, contestó.

– ¿Aló? – preguntó con alarde detrás de la línea.

– Bart, voy a matarte.

Sentencié, y por las bocinas se oyó su risa por arriba del bullicio de voces.

– Hazlo, pero primero tengo que cumplir mi sueño de enamorar a Ian Somerhalder, casarme con él y adoptar siete gatos – alzó la voz.

Suspiré con pesadez y caminé hasta el armario.

– ¡Estoy hablando en serio! – protesté.

– ¿Qué sucedió? – indagó, y oí el rechinar de un asiento desplazarse por la superficie –. ¿Tu vecino no quiso ayudarte con tu tesis?

– No es eso... – divisé la persiana cerrada, y la luz de la habitación de Bastian que se introducía por las rendijas me notificaba que aún se encontraba en su cuarto –. Logré convencerlo – musité.

– ¡¿Lograste que un actor porn* fuera el protagonista de tu proyecto?! – chilló emocionado y mis ojos se ampliaron.

– No grites, por Dios – supliqué escarbando entre mi ropa limpia.

– ¿Qué un actor porn* qué? – escuché una voz anónima y lejana entrometerse en la emoción de Bart –. ¡No te hablé a ti! – Le respondió mi amigo – Oye, Deva. Es que jamás creí que Vlad...

– Bastian – corregí con rapidez.

– Si, Bastian – nombró con pesadez –. No creí que se animara a exponerse. Muy pocos lo hacen realmente.

– Bueno, tuve suerte – me encogí de hombros escogiendo una prenda cómoda que usaría luego de ducharme.

– ¡Dime que sucedió! – insistió y la música estridente que se oía del otro lado de la línea me ensordeció.

Detrás De Cámaras ©Where stories live. Discover now