💫Capítulo quince (2da parte): Mal presentimiento. [FER]

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La pareja se miró y yo entré desesperado al salón. Al no encontrarla me sumergí en cada habitación y rincón de la casa. Al no ver ni rastro de ella, volví hasta dónde ellos estaban.

—La estamos llamando y no da señal su móvil.

—¿Pero y cómo cojones ha pasado eso? ¿No se supone que te iba a acompañar a ti a un sitio? —miré enfadado a Jesús y con las primeras lágrimas que apareciendo en mis mejillas—. ¿Cómo narices no está contigo? ¿Dónde cojones está ella? —después de volver a insistir me percaté que la otra tampoco estaba en la casa—. ¿Y Anya?

Mar me miró avergonzada.

—Lo siento.

—Perdoname y cálmate por decirte una mentirijilla piadosa, pero... —empezó a manifestar él.

—Anya quería verla un rato para hablar con ella, como puedes entender, desde que llegó no han podido estar a solas ningún rato —comentó ella—. Creíamos que era un momento y que estarían en la casa, cuando nos quisimos dar cuenta no había rastro de ellas.

Empecé a aplaudir de forma amarga.

—¿Tan mala persona creéis que soy para tener que hacer que se vean a escondidas de mí? Dios santo, que no me haga gracia ver a la tiparraca esa no quiere decir que se lo prohiba —las lágrimas brotaron de la impotencia que inundaba mi ser con fuerza—

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—¿Tan mala persona creéis que soy para tener que hacer que se vean a escondidas de mí? Dios santo, que no me haga gracia ver a la tiparraca esa no quiere decir que se lo prohiba —las lágrimas brotaron de la impotencia que inundaba mi ser con fuerza—. Ella es libre para ver a quien quiera, sin importar si me cae o no. Si forma parte de su vida, no soy nadie como para cortarle las alas.

—No digas eso —intervino Jesús.

—Sabemos de sobra que eres lo mejor que le ha podido pasar, de hecho, yo soy quien le insiste en que se dé una oportunidad contigo. Hasta el día después de la discusión traté de convencerla —empezó a derramar lágrimas y no pude evitarlo. La abracé. No podía ver a ninguna niña, mujer o ancianita llorar, y mucho menos si una parte lo he provocado yo sin darme cuenta.

—Llama a Anya —le pedí a Jesús y luego traté de tranquilizar a Mar. Había sido muy brusco en medio de la desesperación—. Perdóname, tienes que estar tranquila y te agradezco que la aconsejaras.

Jesús llamó varias veces a los dos móviles y ninguno tenía señal.

—Tranquilo, lo importante es que sepamos de Leire.

Asentí.

—Y que tú te tranquilices —le aconsejé y dirigí mi mirada a Jesus.

—Nada, no dan llamada.

—¿Dónde está la habitación de...? —quise informarme. Era de suma importancia que fuera de inmediato para ver si sus cosas seguían en su aposento temporal.

Mar me dijo por donde estaba y me acompañó hasta allí. El alma se me vino abajo cuando comprobé con la ayuda de Jesús que no quedaba rastro ni de su ropa ni de sus pertenencias. Tampoco estaba la maleta con la que vino. Me quedé tan blanco que solo me dio tiempo a que cada articulación de mi cuerpo temblase, y acto seguido me eché las manos a la cabeza mientras mis lágrimas resbalaban por la piel de mi rostro.

¿Viajamos al pasado?Where stories live. Discover now