—¡¿Erlinda?! —pronuncié incrédulo porque de todas las posibles candidatas, ella era la que menos imaginé.

Florencio asintió y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Pero es que ella es... Y tú eres tan... —En mi mente, ellos dos eran incompatibles.

Mi buen amigo aclaró la garganta y supe que todavía no terminaba de decirme todo.

—Tienes que saber que aproveché los rezos de tu tío para acercármele. Ella no rechazó mi cortejo. Ayer hablé con sus padres y les dije la verdad. Les prometí que me iría cuanto antes para romper mi compromiso y que vendría enseguida a pedir la mano de su hija. —Sospecho que el verme mudo lo incomodó—. ¿No vas a decir nada?

Por experiencia sabía que don Evelio era un hombre conciliador y comprensivo, al grado de consentir que su sobrina se viera a escondidas con un hombre. Pero de eso a que su hija, su consentida hija, tenga un pretendiente ya comprometido, me parecía demasiado hasta para él.

—Es que... es inesperado. Ya pensaste que la familia de tu todavía prometida puede hacerte algo por la ofensa que quieres cometer.

Florencio resopló.

—No me importa. No la quiero, ¡nunca la quise! Es un arreglo por conveniencia, pero no existe amor de por medio. —De pronto su voz sonó más personal—. ¿Te crees el único que quiere sentirse querido por su esposa?

¡Tremendo golpe bajo que me dio! Yo no tenía derecho de juzgar sus acciones cuando las mías tampoco eran las mejores.

—No. Por supuesto que no. —En ese instante pensé en Amalia y en todo su encanto que me había llevado hasta ese punto. Sin duda volvería a hacer lo mismo con tal de tenerla conmigo—. Te entiendo más de lo que imaginas, después de todo, Erlinda también es una Bautista.

—¡Esas Bautista! Nos tienen vueltos locos.

Los dos sonreímos.

—Pero vale la pena, amigo.

—Sí que lo vale. —Se levantó de la silla y caminó hacia mí—. Conseguiremos lo que queremos, ya verás. —Extendió su mano—. Debo irme ya. No quiero alargar más el momento.

Nos dimos un fuerte apretón de manos y después él se dirigió a la puerta.

—Permíteme acompañarte. —Fui detrás de él.

—¡De ninguna manera! —Se giró, me sujetó por los hombros e hizo que retrocediera—. Tu madre me reclamará si dejo que lo hagas. Sé llegar solo, no tengas pendiente. Nos volveremos a ver más pronto de lo que piensas. —Antes de salir me observó por un momento con su cara llena de emoción—. Mejórate.

El resto del día la pasé pensando en ellos dos. Imaginarlos juntos cada vez se me hacía menos raro y, si todo nos salía bien, terminaríamos siendo familia.

Después de que Florencio se fue, comencé a preocuparme porque no recibía noticias de mi estrella. ¡No llegaba nada! ¡Ni una sola carta o al menos una nota! Ir a verla no era opción, así que tuve paciencia. Las horas pasaban lentas y el mensajero al que le pagaba no apareció en dos largos días. La preocupación me superaba, pero no podía permitir que se dieran cuenta, así que dediqué mi tiempo revisando las cuentas que el administrador del negocio me enviaba.

—Te hablan —me avisó Sebastián por la tarde, pasadas las cinco.

Yo estaba a punto de darle un baño a Genovevo. El muy cabrón se metió a un charco de lodo y se manchó tanto que parecía ser negro.

—¿Es el mensajero? —Solté la cubeta que cargaba y alcancé a mi hermano.

—No. Es la señorita Ramírez.

Cuestión de Perspectiva, Él © (Libro 1)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ