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"Cuando un Targaryan nace, los dioses lanzan una moneda."

La sangre de dragón es poderosa, envuelve en su fuego hasta al mas fuerte y no importa cuanto se luche contra ella es imposible detener los deseos que están en algo tan profundo como la genética. Aemond conocía a la perfección lo que significa, pero solo lo atendía a nivel teórico. Se consideraba dueño de sus propias decisiones, con un carácter lo suficientemente calculador para asegurar victorias a su lado de la familia, lastimosamente todo lo que veía en el espejo era solo una máscara.

Todos sus esfuerzos eran dedicados a eliminar los rastros de aquel niño asustado que nació sin un dragón a su lado, aquel niño atormentado por bromas pesadas y escaso en amor. Siempre olvidado en una esquina, siempre el ultimo, siempre buscando el lugar adecuado donde pertenecer. De niño no entendía porque su padre amaba a sus primos y no a él, tampoco lograba comprender el odio de su madre hacia aquellos que el deseaba agradar. Se mentía a si mismo al decir que siempre los había odiado, recordaba con estúpida claridad cuando deseó consolar a las gemelas tras la perdida de su madre. Las palabras atoradas en su garganta, el cuerpo pesado, mirada baja y finalmente escapó sin decir nada.

Si hubiera hablado con ellas, si hubiera expulsado las palabras que tenía en su corazón, si no se hubiera sentido tan patético en comparación con los demás, quizás aun tuviera su ojo. Pasaron muchas cosas en aquellas pocas horas, lagrimas y conversaciones relacionadas con la muerte que perseguía a su familia ¿Cuándo seria su turno? No estaba listo, no quería perder a nadie y mucho menos ser un príncipe con una vida tan miserable que su muerte no seria extrañada por nadie mas que por su madre ¿ella lo extrañaría? ¿sus primos lamentarían haberlo molestado junto con su hermano mayor?

"No quiero heredar Driftmark, porque eso significaría que todos han muerto."

Al parecer no era el único que le tenia miedo a la muerte, o mas bien a la soledad ¿se sentiría diferente aquel tipo de soledad? En esos momentos podía verse invisible, aunque estuviera rodeado de personas, pero si todos están muertos no existiría nada...solo él ¿Lucerys estaba pensando en ello? Sus miradas se encontraron y deseó decirle que jamás va a estar solo, que todo va a salir bien que sus padres de seguro tienen una larga vida por delante. Era lo políticamente correcto ¿Lucerys sabría que Lord Strong era su verdadero padre? Si lo sabía, comprendía su miedo tras experimentar una muerte tras otra en tan poco tiempo. Si no era consiente, mejor. Podía decirle que siempre estarán juntos, que los dos pueden llegar a divertirse más cuando los demás hubieran desparecidos.

Solían pasar tiempo juntos, entendían lo que era ser el segundo hijo y sus personalidades combinaban un poco mejor. Lucerys era sensible, pero a diferencia de él era muy amado por todos. La gente podía murmura sobre el color de su cabello, pero su madre lo cuidaba como una dragona ante todos ¿él también podía cuidarlo de aquella forma? Con sus habilidades y sin dragón le resultaba imposible, mas bien era Lucerys quien solía contarle como lo cuidaría ante cualquier peligro y lo llevaría en su dragón a buscar al mítico dragón de hielo ¿Qué clase de humillación era esa? No quería ser la princesa en aprietos de los cuentos.

Notó a Lucerys caminar hacia él y a pesar de todos sus sentimientos encontrados, no dijo nada. No tenía sentido, su primo podía ser pequeño, risueño y sensible pero cuando se trataba de fastidiarlo no era amable. Se unía a los demás y aunque después viniera con sus ojos de cachorro a pedirle disculpas o a ver que leía, seguía siendo odioso.  Todos lo veían como un bicho raro por no tener dragón, por ser ingenuo y callado.

Pacería una maldición, pero no era el único. Laena no había tenido un dragón, su hija tampoco y aun así tuvieron o tenían amor. Quizás un dragón no arreglaría su vida, pero si le diera un nuevo propósito. Entre morir y sobrevivir, eligió pelear. Sentía un nuevo fuego creciendo en su interior, su mente se encontraba perdida en los diferentes escenarios posibles en los cuales era asesinado y en los cuales era quien asesinaba.

Al anochecer su inquietud aumento, algo lo llamaba y aunque era consiente que no era el momento ¿Quién espera en las vísperas de una guerra que había sido proclamada antes de que sea concebido? No esperaría ser el único en desventaja, no volvería a dejar las palabras atorradas en su corazón, tomaría lo que no era suyo como si lo fuera. Esa noche mataría al niño ingenuo que llora en los brazos de su madre o moriría en el intento.

Vhagar lucia impresionante, imponente y terrorífica, perfecta para él. Ella volvería a sus años de gloria y él alimentaria el fuego en su corazón, a cada paso se volvía mas intenso. Su lado lleno de inseguridades parecía ir apagándose, estaba allí frente al dragón mas grande y no se sentía pequeño en lo mas mínimo. Si tenia que morir, lo haría bajo su fuego.

El viaje fue un sueño echo realidad, la unión de corazón lo lleno de vida y de orgullo. Sus miedos se esfumaron, ahora tenía quien lo protegería, quien estaría a su lado hasta cuando todo el mundo desaparezca, estaba en la cima del mundo y los años de rencor acumulado salieron con fuerza al encontrarse con sus sobrinos.

¿sus palabras fueron correctas? No, deseaba lastimarlos y mostrarles el nuevo Aemon, nunca más volvería a bajar la mirada. Su mente se apagó, no le importaba asesinar a quien se pusiera en su camino, estaba lleno de fuerzas y sin compasión como Vhagar. El fuego parecía quemar todo a su alrededor y de golpe fue apagado de la forma mas brutal posible.

El dolor era insoportable, Lucerys el más pequeño de todos había reaccionado de la forma mas salvaje posible. Siempre era él, siempre Lucerys corriendo tras él, trayendo el cerdo, riéndose, acompañándolo cuando leía, hablándole, tomando su mano, mostrándole cariño para luego apuñalarlo y esta vez habían llegado muy lejos. Habían iniciado una danza con el fuego mas grande que ellos, aquel día se marcó en su memoria al igual que la cicatriz en su rostro.

Lucerys le había arrebatado su ojo, su paciencia, su honor y convirtió su día mas feliz en el inicio de su nuevo problema. Si las miradas por no tener un dragón habían sido afiladas, las miradas debido a la falta de no tener un ojo le causaban náuseas y aunque había dicho que fue un trato justo, no estaba nada satisfecho. La deuda tenía que ser pagada, no fue un intercambio justo. Aquel día gano un dragón, pero perdió su ojo y a su único amigo.

—Daemon, los bastardos llegaron —

JudasKde žijí příběhy. Začni objevovat