Minuto 90

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Es difícil estar acá arriba cuando uno nace con los pies en el barro. Puede que ahora me codee con las estrellas, las veo de cerca, pero uno de tanto tocar el cielo con las manos se termina mareando, cansando. Yo necesito volver al barrio, a girar con los muchachos, con los que te levantan polvo en cada gambeta, te corren hasta el último minuto, como el Petizo de la calle Gaona, o el Morsa, el Tanque, el Pailas, y tantos otros. Si habré visto buenos jugadores yo, esos eran estrellas, no las de ahora, que solo brillan en la noche.


Me acuerdo cuando apareció el chiquitito que vivía en la casa amarilla del fondo. Andá a preguntarle al narigón, al carnicero de la esquina te digo, no me va a dejar mentir, el mejor diez con el que tiré paredes. No lo digo porque terminó laburando de albañil, en la cancha te movía para un lado, te movía para el otro. Te pisaba, te metía entre las piernas, te hacía un quilombo bárbaro. Salías de la cancha lleno de nudos. Dicen que aprendió a jugar gracias a la vieja, que lo cagaba a chancletazos cada vez que se iba a la canchita sin lavar los platos. Cómo no querés que gambetee bien si era eso o terminar con el culo rojo como la camiseta del bicho.


Tampoco todos eran Messi, viste? Teníamos nuestros rústicos en la canchita, tipos sin muchas vueltas, como el Turco Pérez que ante la más mínima te cagaban a patadas y te mandaban a la puta que lo parió. El tipo se bañaba con agua congelada para seguir entrenando eso del sufrimiento, viste? Me acuerdo que cuando jugaba el Turco también iba el Ruso. un metro ochenta y 120 kilos criados a base de achuras y polenta. Siempre en el mismo equipo. Siempre juntos, que lo parió! Andá a pasar por ahí si tenés huevos.


Después estaban los hermanos Mc Carty. Dos gringuitos rubios que venían empilchados de pies a cabeza. Siempre con el último modelo de la camiseta de la selección. Los pantaloncitos bien planchados, las medias blancas inmaculadas, el pelo engominado, los botines brillantes. Eran malísimos pero tenían la pinta de esos jugadores de barro que que logran gambetear las patadas que el destino se divierte tirando y logran llegar hasta la tapa de la revista el Gráfico.


Yo en cambio siempre fui un trabajador, de esos que apenas suena el silbato ya están moviéndose y hasta el último segundo no paraba. Iba a todos los partidos, saltaba, cabeceaba y me movía por toda la cancha, un relojito. Tengo que admitir que el último tiempo ya no era el mismo, me estaba quedando sin aire. Ahora que lo pienso, debe ser por eso que el Turco hijo de puta me agarró después de un 4 a 0 abajo, y en medio de las puteadas me pegó una patada en el culo.


Esa fue la última vez que fui a jugar con los pibes. Te juro que no es por resentimiento, lo que pasa en la cancha queda en la cancha, viste? Me muero de ganas pero ahora estoy acá arriba, lejos del barro. Aparte, ya ni se deben acordar de mí, es más, la otra vez me pareció ver que me habían cambiado por otra, una nueva, marca Adidas, con los gajos reforzados. No sé qué quiere decir eso pero es lo que dijo el Morsa la primera vez que la trajo en la bolsa del Coto. En realidad no lo ví, porque desde acá, arriba de este árbol de mierda no se ve un carajo. Pero escuché que volvieron a correr, a gritar, a reírse y a levantar polvo como lo hacíamos antes.

Minuto 90Where stories live. Discover now