Capítulo uno

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—No quedan más que un par de calles para llegar a la Frontera —le advierte la joven de labios rojos que camina ante él—. A partir del puente, serás tú mismo quién te guíes.

Damianos ya conoce las reglas, pero aun así asiente en la oscuridad agradecido por la compañía. Aprieta un poco más el paso, siguiendo el suave repiqueteo de los tacones de Jokaste sobre el suelo mojado de Brujas. Es una noche especialmente fría, incluso para tratarse de la capital de Flandes. Las estalactitas de hielo cuelgan de los edificios de piedra de la ciudad, y una espesa bruma engulle todos sus alrededores. Si se concentra, es capaz de notar como el frío se adentra capa a capa en su piel.

Aunque no le molesta. El frío le ayuda a mantenerse despierto, y a reducir su temperatura corporal. Está ardiendo y se nota muy cansado, tanto que le cuesta mantener el ritmo de su compañera. Lleva ya varias noches sin poder pegar ojo. Se avecina una guerra y las opciones se le están agotando. Ha intentado razonar con Theomedes, su padre y líder de la manada, y con el Consejo, pero todos están profundamente ofendidos por la acusación del aquelarre Vere. Y dado lo importante que es el honor para los Akielos, no tiene ninguna duda de que su padre prefiere morir a intentar dialogar con alguien que lo acusa de asesinato.

También ha probado a explicárselo a Kastor, su hermanastro. Es diez años mayor que él, tiene la misma carisma que su padre y tal y como están las cosas, probablemente sea él quién heredará el puesto en el futuro. La juventud lo admira y los mayores lo escuchan. Con su ayuda, quizás podría ser capaz de parar esta locura. Sin embargo y a pesar de que sabía que no debía hacerse ilusiones -su odio a los vampiros lo ciega-, su hermano ni siquiera ha hecho un esfuerzo por comprenderlo. Damen entiende que muestre cierta reticencia, porque él también odia a los vampiros —al fin y al cabo está implícito en su naturaleza—, solo que los odia mucho menos. Kastor siempre ha querido una razón para exterminarlos y está encantado con el desarrollo de los hechos. Ya le ha dejado claro que no piensa mover ni un dedo para acabar con esta tontería.

Por lo que Damen se ha quedado sin apoyos. Se siente más solo que nunca. Los únicos de toda la manada que parecen entenderle son Jokaste y Nikandros. Los tres han estado investigando los sucesos del asesinato de Auguste, pero el tiempo corre y todavía no han hecho ningún avance. Necesitan encontrar al asesino y demostrar a los vampiros que ningún licántropo es responsable de la muerte del hijo mayor de Aleron. No sólo por defender el honor de la manada, sino porque odia las refriegas. El tratado no lleva ni veinte años vigente y todavía ambas partes están recuperándose de las antiguas heridas. Él mismo lo está.

La guerra solo significa bajas, y él ya ha perdido suficientes seres queridos.

—Es aquí.

Jokaste frena ante un pequeño puente de piedra, dedicándole una mirada que no sabe muy bien como interpretar. Ambos saben que no es necesario decir nada más, por lo que permanecen el uno enfrente del otro, observándose en silencio. La verdad es que está guapísima con ese vestido rojo y la melena rubia recogida en una desenfadada trenza. No le extraña que haya hombres dispuestos a morir por su belleza. Bajo la luz de la luna, es arrebatadora.

—Espero no arrepentirme de esto —musita con un suspiro, depositándole una llave de aspecto muy antiguo en la mano—. Segunda calle a la derecha, la puerta que da al callejón. Di tu nombre, será suficiente.

—Gracias —dice Damen mientras envuelve su pequeña mano con la suya—. De verdad.

Jokaste sólo asiente con los labios apretados en una dura línea, aunque Damen no la culpa. Quizás es la última vez que se vean. Desde el tratado ningún licántropo se ha internado en el territorio de los vampiros, ni ningún vampiro en el suyo. Cada uno de ellos tienen sus propias reglas, a excepción de los puntos libres de la ciudad—aquellos que no pertenecen ni a unos ni a otros. Aquellos sitios donde vampiros y licántropos sí son iguales ante la ley.

Cuando cruce el puente será más vulnerable que nunca. Podrán matarlo, beberse toda su sangre, degollarlo, o hacer lo que sea que los vampiros hacen con los hombres lobos sin ningún tipo de consecuencias. Su territorio, sus leyes piensa Damianos mientras da sus primeros pasos.

Se concentra en el frío para cruzar. Nota como la neblina lo atrapa, acariciándole el rostro y trayendo consigo el olor tan característico de los vampiros. Puede notar como los clavos de aquel puente son de plata—una advertencia de lo que le espera al otro lado. No sólo porque el dolor del costal parece multiplicarse por diez, sino también porque le cuesta mantenerse en guardia. Sus sentidos lobunos se debilitan con cada paso que da. Casi puede escuchar la voz de Nikandros recriminándole lo mala idea que ha sido todo este plan.

Se le hace eterno el camino hasta el local. Se asegura de atravesar la calle con paso firme y rápido, dando una imagen que mucho difiere de la realidad. A simple vista no hay ni un alma en las calles, pero sabe que está siendo observado por casi toda la comunidad. Nota las miradas de los vampiros como dagas en su espalda. Sonríe. A Jokaste le hubiera encantado estar a su lado.

«Taberna 666», reza un cartel de madera muy desgastado. El edificio es muy antiguo, tiene las ventanas tapiadas y parece amenazar con venirse abajo en cualquier momento. Sin embargo, cuando introduce la llave en la cerradura encaja a la perfección.

Se toma toma su tiempo bajo la luz de la farola. Adopta una pose chulesca que no va nada consigo, se acomoda el abrigo, y se asegura de que todo el mundo pueda verle el rostro. Sólo cuando está seguro de que la voz no va a fallarle, pronuncia su nombre y se introduce en la vivienda.

"Damianos de Akielos" resuena por todos los rincones del barrio este de Brujas.

Luna de sangre ; captive prince fanfictionOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz