1: El chico del hospital

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—A mí no me lo preguntes. Además es normal, se supone que los niños de cuatro años tienen que ser unos monstruos ¿no?

—Eso lo dirás por ti, yo me portaba muy bien a los cuatro años, sino que te lo diga mamá. Por cierto, ¿cómo está? Estáis en el hospital ¿no?

—Si, ya queda poco para acabar la sesión. Mama literalmente me ha obligado a levantar mi culo de esa silla incómoda para dar un paseo por el hospital.

—¿Y has preferido llamarme a mí

—No tengo nada mejor que hacer Salma, los hospitales no son mi lugar favorito —fruncí el ceño—. Además ver a mamá sufriendo me rompe el alma pero no quiero llorar delante de ella.

—Oye Aisha, mamá se va a poner bien ¿vale? Ya nos lo han asegurado muchos médicos y además está en las mejores manos por eso la metimos en el mejor hospital de España. Estate tranquila.

—Ya, pero es que además Dan me ha llamado hoy unas veinte veces.

—Dios mío pero ¿ese tío de qué coño va? —escuché un bufido de Salma al otro lado—. Le dejaste hace un mes y sigue detrás de ti, ¿ha vuelto a pasarse por tu casa? Deberías denunciarle, Aisha, es demasiado tóxico.

—Desde la semana pasada no ha vuelto a mi piso pero me llama todos los días.

—Bloquéale, eso es acoso, por dios. Si no haces nada, tendré que ir yo a hablar con él y no te aconsejo que me dejes hacerlo porque entonces si que vamos a acabar mal.

—Hablaré con él —di otra calada al cigarrillo.

—Eso espero. Hermanita, te tengo que dejar porque Enzo no para de chutar una pelota dentro de casa y al final va a romper la tele. Después hablamos.

—Está bien, adiós Salma.

Ella se despidió de mí y colgué la llamada. Salma siempre era mi protectora, mi mejor amiga y mi persona favorita. Nos llevábamos cinco años, ella tenía 26 y yo 21. Ella ya vivía en una casa con su marido Sergio y su hijo Enzo. Trabajaba de profesora de primaria en un colegio del centro de Madrid.

Sin embargo yo vivía en un piso en el que me acababa de independizar más sola que la una. Bueno, al menos tenía a Coco, mi perro salchicha de un año.

Tiré al suelo mi cigarrillo cuando ya me lo había acabado y lo pisé para apagarlo. Volví a entrar en el hospital y no me había dado cuenta de la sed que tenía hasta que llegué a una sala de espera con máquinas expendedoras que tenían botellas de agua.

En esa sala había bastante gente pero no me fijé, saqué un euro de mi bolsillo y me dirigí a la máquina. Estaba tan perdida en mis pensamientos que ni siquiera me enteré cuando alguien se acercaba a mí. Miré mejor a la persona y el nudo de mi garganta se hizo más grande, hasta las manos me empezaron a sudar y temblar.

—Hola Aisha, te estaba buscando.

—¿Dan? —mi voz sonó casi en susurro—. ¿Qué coño haces aquí?

—Quería verte, he ido a tu trabajo pero me ha dicho tu compañera que no estabas así que supuse que estabas aquí.

—Dios mío Dan, sabes de sobra que no quiero verte más en mi vida y encima vienes al hospital cuando mi madre está enferma —le miré con el ceño fruncido. Dan era más alto que yo pero no mucho más. Tenía una sonrisa dibujada en su cara que tenía ganas de borrársela de un puñetazo.

—Quiero hablar contigo, hace mucho que no nos vemos y te echo de menos.

—¿Eres idiota? —le espeté mientras recogía la botella de agua que me había entregado la máquina—. Después de todo el daño que me hiciste, ¿sigues pensando que yo quiero verte y hablar contigo? Piérdete, Dan.

Style | Jude BellinghamNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ