Sin darse tiempo para arrepentirse, se plantó ante la puerta del piso de Catalina y llamó al timbre. Tuvo que llamar dos veces más hasta que la puerta se abrió. Una Cat con la cara y las manos llenas de pegotes de pintura, el pelo recogido en un desgreñado moño y sus viejos vaqueros cubiertos por su decrépita bata llena de manchas, abrió la puerta y se quedó mirándolo pasmada.

—¡Leo!

—Hola, Catalina, venía a pedirte un favor —le dijo como si acabaran de verse el día anterior.

—Pasa, estaba pintando pero justo acabo de terminar y me disponía a cenar algo, ¿quieres acompañarme?

Leopold entró en el acogedor salón en el que un alegre fuego crepitaba en la chimenea. Milo dormitaba cerca y apenas levantó la cabeza cuando el hombre entró. Como de costumbre, había flores en un enorme jarrón de cristal y algunos objetos, aquí y allá, que enseguida hacían notar al visitante que la casa estaba habitada.

—Estás llena de pintura —sin poder evitarlo, Leopold alargó la mano y con su pulgar intentó quitar una mancha azul índigo que adornaba la mandíbula femenina, pero la pintura estaba seca y lo único que consiguió fue que su dedo le cosquilleara durante un buen rato. Pese a su aspecto desaliñado, Leo pensó que Catalina estaba preciosa. No sabía qué era, pero había algo en el rostro de su vecina que le relajaba.

—Si quieres puedo preparar algo rápido mientras te limpias un poco.

—Estupendo, Leo, te prometo que no tardaré —contestó ella lanzándole una sonrisa que le cortó el aliento.

Leopold se dirigió a la cocina y abrió la nevera; dentro no había gran cosa, pero al fondo descubrió un poco de lechuga, un par de tomates, jamón y queso y, tras hacer una mayonesa casera, preparó unos sándwiches. Para beber, su vecina solo tenía agua o coca-cola, así que cogió un par de latas, llenó unos vasos con hielo y los añadió a la bandeja; lo llevó todo al salón y, a los pocos minutos, Catalina hacía su aparición. Se había cambiado los vaqueros por otros un poco más nuevos, llevaba un jersey de cuello alto negro y tan solo iba calzada con unos gruesos calcetines de lana. El pelo, después de un importante cepillado, lo llevaba recogido en una coleta y su cara, sin rastro de maquillaje, y ya limpia de pintura, lucía tersa y perfecta. Cat se sentó en el sofá a lo indio y a Leo le pareció absurdamente joven.

Leopold le tendió uno de los sándwiches y un plato y le sirvió la coca-cola en un vaso que dejó a su alcance sobre la mesa de centro. La joven se abalanzó sobre el emparedado y le dio un buen mordisco. Con la boca llena dijo:

—Hmm, delicioso.

Su vecino le sonrió, consciente de cuanto la había echado de menos; a pesar de sus impertinencias y de sus salidas de tono, le gustaba estar con ella. Comenzó a comerse su sándwich y se felicitó a sí mismo, estaba buenísimo. Cuando terminaron de cenar, Catalina apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los párpados, estaba cansada.

—¿Cuál es el favor que querías pedirme? —preguntó, curiosa.

—Verás, necesito una pareja para ir a un baile.

Cat abrió los ojos de golpe y se lo quedó mirando incrédula.

—¡Bromeas!

—En absoluto, necesito una pareja para acudir a la gala benéfica de Health4U.

—¡Me estás tomando el pelo! La mayoría de las mujeres mataría por ir invitada a esa gala. ¿Qué pasa con Alison? ¿Os habéis peleado?

—Digamos que lo más seguro es que Alison acuda como pareja de uno de mis más odiados rivales.

Algo Más Que Vecinos Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz