La guerra contra Gaia había dejado... secuelas. Unas más reparables que otras, pero reparables, al fin y al cabo. La mayoría de estos problemas solo afectaban al mundo mitológico. Solo había uno que involucraba a los mortales. La Niebla. Había desaparecido. ¿Cómo? Ni los dioses sabían. Solo que cuatro días después de la guerra, Hécate se apareció en medio de ambos campamentos y anunció la desaparición de esta. Luego, ¡puf! Adiós a la niebla. Eso conllevó una larga lista de problemas. La desesperación y miedo de los mortales al ver monstruos el primero. El pánico de los semidioses el segundo. Y el malhumor de Zeus el tercero (aunque la mayoría de los dioses que convivían con él aseguraban que en realidad estaba complacido por toda la atención recibida de los mortales). Finalmente, como si toda la sobreexplotación de noticias no fuese suficiente, se anunció desde el Olimpo que los semidioses debían mezclarse con los mortales. Otra vez. Todos, sin excepción alguna, quisieron morir. Mezclarse en el mundo mortal nunca, pero nunca, había terminado bien. El mejor de los casos era un suicidio del semidiós por llevar una vida incomprendida (un ejemplo era Van Gogh); el peor, una guerra (toma el caso de Hitler). Así que se veía que la cosa no acabaría bien, no debías ser hijo de Atenea para saberlo. Pero los dioses no escucharon así que los semidioses tuvieron que mezclarse. Y al ser la mayoría adolescentes, ir al instituto o a la universidad. Unos pocos fueron elegidos (a suertes o se armaría un lio en los campamentos, especialmente en el Mestizo) para enseñar y guiar a loos mortales. O como todos los semidioses decían, Nike/Victoria estaba de su lado.