EL DIBUJANTE DE SONRISAS

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Antes iba por la calle con la cabeza alta y una sonrisa de oreja a oreja y con el mp3 reproduciendo sus canciones preferidas, esas que te hacen andar un poco más deprisa y te dan ánimos para no rendirte. Pero últimamente era todo al contrario, cabeza gacha y mirada perdida, y aquellas canciones que no le decían nada.

Aquel día, para más inri, no había sido el mejor y mientras se despedía de los compañeros con falsas sonrisas pintadas con tinta invisible, solo anhelaba poder esconder sus lágrimas tras el casco de la moto.

Algo la oprimía. Y más de la cuenta. Le dolía todo. Todo la abatía. Se derrumbaba su mundo. Y, como es natural cuando uno está así, su mp3 escogía con un azahar un tanto caprichoso canciones melancólicas. Y si normalmente son tristes, en un día como ese aún lo son más. El doble puede. No, quizás más.

Aunque al menos ayudan a sacar esas traicioneras lágrimas que han querido salir cuando no tocaba. Y se va ese dolor típico de garganta que se siente cuando uno quiere hacerse el fuerte delante de alguien, sobre todo de alguien a quién quiere. Ese alguien que está preocupado, que sospecha de algo, que espera respuestas y al que quisieras contar todo pero no puedes. No a él. Es mejor así. No romper los esquemas. Vivir en la ignorancia dicen que hace a las personas más feliz. Y decide eso para esa persona que espera, enfrente suyo, a que se decida a dar sentido a todas esas dudas, a dar motivos. Decide que será ella ahora quién elija su grado de ignorancia. Y lo deja con sus dudas, con esas preguntas sordas con respuesta muda. Y sabe que así será, al menos hasta que sea posible mantenerle dentro de esa mentira.

Pero él insiste. Día tras día. No habla pero con sus ojos oscuros intenta penetrar en su mente, saber qué le pasa. La interroga con su mirada y ella se va delatando. Sabe que él no es feliz si ella no es feliz. Al fin, pregunta de nuevo (probando si esta vez hay suerte y consigue entender algo para poder ayudar) con una sonrisa, afable, humilde, sincera. Una de esas sonrisas que se ven poco pero que cuando se ven la inmortalizas para guardarla en el recuerdo. Y esa sonrisa rompe el silencio. Es cálida. Da confianza. Y hace que las palabras empiecen a flotar en el aire, incita a hablar y eso hace ella. Le confiesa todo.

Y ahora, al fin, ya se lo ha contado. Y se siente bien, realmente bien. No hay secretos, no los tiene con esa persona que tanto admira. Incluso agradece haber hablado. Le reconforta oír sus palabras. Le reconforta oírle y ver que de nuevo sale esa sonrisa afable. Una sonrisa que sabe, se ha contagiado también en su rostro. Porque si tiene una capacidad es esa: dibujar sonrisas en los demás. Y a veces ella se pregunta "¿Y quién se ocupa de ti? ¿Quién se ocupa de pintar en ti la felicidad?"

Pero sabe que por muchas sonrisas que sea capaz de sacarle, en ella siempre estará ese sentimiento profundo y terrible que es el miedo. Miedo a que todo lo que hay entre ellos dos se pierda. Y mientras sonríe, agradecida por todo, le ruega a la vida que no le quite jamás eso.

Y en ese momento se miran, y ambos saben que lucharán por que todo siga adelante, pintando sonrisas el uno al otro...

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