Uno

299 5 1
                                    

Estaba sentada frente a las gallinas y sus polluelas, odiando cada segundo de ello, le otorgó una sonrisa al comentario de Lady Chester, su hija era el éxito de la temporada, ella deseaba de una vez por todas que la chiquilla se casara y así su nombre pasara a ser historia antigua.

Su garganta se estrechó, haciéndole casi imposible tragar, quería tomar de los hombros a lady Sarah y decirle que lo mas probable fuera que sus sueños se hicieran cenizas, la niña tonta, tan bella, tan joven, tan saludable.

La musica comenzó de nuevo, los jóvenes se movieron por el salón, hacia el centro, los caballeros inclinándose pidiendo la siguiente pieza.

Minerva, la condesa de Rutland sacó su abanico, se excusó y caminó con pasos ligeros hacia Henry, el marqués de Bouillon miraba  entre las rosas inglesas buscando una futura esposa.

-¿Cuando decidirá quien sera la afortunada?-, preguntó ella abanicándose la cara lentamente, él le sonrió tomando su mano y besando el aire sobre sus dedos.

-Mi corazón esta confuso-, aseveró sonriendo de lado, ella siguió caminando agradeciendo ese pequeño momento de diversión.

Henry era lo único de su matrimonio de lo que no se arrepentía, si es que se pudiera considerar al marqués algo perteneciente a su matrimonio, no lo creía.

-¿Le apetece bailar conmigo la siguiente pieza?-, preguntó mirando a los danzantes.

Ella cerró el abanico y negó con un gesto delicado.

-Nunca ha sido de mis actividades favoritas.

-Recuerdo un tiempo en el que ansiaba aprender.

Min cerró los ojos un segundo, había ansiado tantas cosas, todavía lo hacia.

Tuvo un vistazo de seda roja en el extremo mas alejado del salón, la mujer caminaba con majestuosidad, seguida del hombre alto y serio, impecablemente vestido, de un atractivo poco convencional, no era simplemente guapo, era inamovible e inescrutable.

-Dígame Lord Bouillon, que se dice del inminente acuerdo-, dijo las palabras, odio su sabor, odio la forma en que su estomago su contrajo, en el que su corazón, se partió un poco más.

Henry enderezó la espalda, no era la pregunta adecuada, ella no era nada más que correcta, todo estaba fuera de lugar, sin embargo lo que hizo llegar lágrimas a sus ojos fue que después de la sorpresa él desviara la mirada.

-Él no lo hará-, le aseguró.

Estaba equivocado, el que Simón hubiera dejado que los rumores crecieran hasta el punto en el que incluso ella sabía de su relación inminente indicaba que era un hecho, su marido jamas había sido un hombre de medias tintas.

Se giró hacia Henry, algo en sus ojos por poco y la hace echarse a llorar, sin embargo Lady Rutland nunca lloraba, enderezo la espalda y le sonrió, él era lo más parecido a un amigo que tenía desde la muerte de su hermano.

-Fue un placer saludarlo Lord Bouillon.

Él sonrió con tristeza e inclinó ligeramente la cabeza, Minerva había pensado dirigirse hacia las mismas madres orgullosas que había estado escuchando casi toda la noche, pero sus pies se dirigieron hacia el pasillo donde el destello rojo había desaparecido.

La biblioteca de la casa de los Moreland estaba a oscuras, las puertas entreabiertas, Minerva inspiró hondo, sabía lo que encontraría, quería verlo, necesitaba matar todo lo que aun quedaba vivo dentro de ella.

Era una masoquista.

Se detuvo a un centímetro, lo odiaba y se odiaba tanto.

-Podríamos iniciar ahora-, la sensual voz apenas fue audible.

La condesa asintió con la cabeza aun cuando nadie la viera. Si ellos iban a comenzar, ella estaba terminando, con todo.

Una y mil vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora