No puedo recordar como eran mis días donde me encontraba sana, libre, viva. Suelo memorizar todo lo que hago para no olvidar las cosas, situaciones o personas que seguramente amaba; mis noches y días son totalmente idénticas y monótonas.
Me enfermé cuando tenía 16 años: viajamos a Italia con mis padres, todo era súper lindo, hasta que llegué a mi país natal, Chile, y comencé a sentir los síntomas. Viajamos muchos kilómetros para llegar a una zona segura, ninguno de los tres sabíamos exactamente qué teníamos, pero nos alejamos de la sociedad para mejorarnos porque dicen que el tiempo puede curar todo, grave error.
Mis padres fallecieron a las semanas después, ya que ellos llegaron bien de Italia, pero al parecer yo les pegué mi virus, por lo que he tenido que vivir sola en el campo por casi dos años. Es difícil. No tengo compañía absoluta, lloro al recordarles y mi único pasatiempo es contar los autos que pasan en la carretera desde el árbol más grande.
"Nunca dejes la casa" me dijo mi padre antes de dar su último suspiro, y cansada hasta de mi misma, he logrado obedecer tanto tiempo las últimas palabras de las personas que me trajeron al mundo.
Siempre pensé que al fallecimiento de mis padres alguien volvería por mí, pero me di cuenta de que no hay nadie en el mundo que sepa de mi existencia, y si lo hay, ignoraría mi persona porque tengo un virus mortal.
Hay temporadas difíciles, donde las cosechas no dan sus frutos y muchas veces paso hambre. Aveces deseo no tener la necesidad de ingerir alimentos y poco a poco dejar de existir, como mis padres, pero, ¿qué espera mi virus para acabar conmigo?
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unidos por el coronavirus
Teen FictionElla, cansada de vivir escondida y sola por tantos años, decide viajar a Santiago, donde se arma el caos y el pánico por un virus mortal que no se va de su cuerpo.
