Kelinkatía

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Voy a contarles del joven Kelinkatós, si los ángeles me permiten decir su nombre maldito, aquel que llevó la ruina a su pueblo y fue condenado por los mismísimos dioses, el menor de los tres hijos de Sambariel, rey de Harkor. Su destino fue anticipado por la sacerdotisa en una profecía que anunciaba la oscura llegada del maligno con la muerte de su madre. Pero el rey era orgulloso y no se fiaba de tales vaticinios, así que ordenó colgar a la sacerdotisa en la plaza pública ¡Infeliz! Tan pronto como el niño vio la luz, su madre fue consumida por un mal que la llevó hasta la muerte. El rey estuvo a punto de tomar venganza con su hijo recién nacido, pero al ver su gran porte y su belleza, cayó víctima de una visión que le mostraba a su heredero gobernando un poderoso reino y conquistando los anchos rincones del mundo con su ejército invencible. Fascinado por esta maravillosa revelación, el rey dio a su hijo el nombre de Kelinkatós, que significa rey temible. El joven creció fuerte y sano, los maestros y su padre se maravillaron con su ingenio y su fuerza. El rey estuvo orgulloso de él y nunca se arrepintió de sus actos.

Voy a contar también del mayor de los hijos de Sambariel, Hékilos, quien al alcanzar la mayoría de edad fue puesto al mando del ejército de su reino, partió hacia las lejanas islas salvajes al frente de su poderosa armada. Allí luchó contra los pueblos salvajes para conquistar esas tierras a fin de incrementar su honra. El segundo hijo de Sambariel era Diomés, el astuto. A diferencia de su hermano mayor, el cuerpo de este niño era débil, pero contaba con una inteligencia admirable. Por eso, al alcanzar la mayoría de edad, se ofreció como emisario y diplomático para poder recorrer el mundo. Sambariel estaba muy orgulloso de sus hijos. De Hékilos llegaron pronto las buenas noticias; había fundado una poderosa fortaleza en el nuevo mundo y varios pueblos nativos se habían unido a sus filas para combatir a un enemigo común. Diomés, que no iba a ser menos que su hermano, se casó al poco tiempo con la princesa de Athlas, y algún día sería coronado rey de la isla de las grandes murallas. Pero mientras los jóvenes honraban a su padre y lo llenaban de orgullo, Kelinkatós era un niño que hacía cuanto podía para agradar a su padre. Se pasaba los días entrenando y estudiando. Deseaba alcanzar la mayoría de edad para liderar los ejércitos y conquistar con ellas nuevas tierras. Cada día se hacía más fuerte y astuto, sus maestros ya le habían enseñado cuanto sabían, pero él deseaba más. Finalmente, cuando alcanzó la edad mayor, se presentó a su padre para solicitar una compañía de guerreros que lo acompañasen en sus conquistas. Pero el rey se lo prohibió terminantemente y le ordenó permanecer en el castillo sin poder combatir en ninguna guerra cercana, porque las alianzas con sus vecinos aún eran sólidas y la paz traía consigo varios años de prosperidad para su reino. Desconcertado, el joven Kelinkatós pidió a su padre que lo nombrase emisario para poder conocer nuevas tierras, pero su padre tampoco se lo permitió, porque él heredaría el trono tras su muerte. Furioso, el hijo menor del rey se encerró en su torre y permaneció allí por varios días mientras la oscuridad corrompía su corazón y llenaba de vacío su interior. Fue así que una noche decidió forjar su destino según sus propios deseos y escapó a escondidas en un barco.

Luego de navegar durante varios días, llegó a Athlas, isla de las grandes murallas. Diomés, al ver a su hermano menor, se alegró inmensamente y pidió al rey organizar un banquete en su honor. Kelinkatós conoció la ciudad y a su gente. También conoció a la esposa de su hermano, la princesa Mérmida, y a su pequeño hijo Dázim. Pero algo inquietaba su interior. Esa isla era famosa por sus grandes riquezas, su poderoso ejército y por la sabiduría de sus reyes y astrónomos, y sin embargo solo se dedicaban al comercio y al estudio de los astros. Kelinkatós se preguntaba por qué se conformaba el rey con tanta debilidad si tenía el poder de forjar un imperio que abarcase los cuatro mares. Supuso que ese debía ser el plan que tramaba su hermano, y una vez que fuera rey, desplegaría su flota para conquistar las tierras salvajes. Esperó varios meses, incluso años, a que el rey dejase el mundo de los vivos para poder ir a la guerra con su hermano y honrar a su padre. Pero esto no sucedió. Y para mayor desilusión, Diomés aseguraba que su plan siempre fue y seguiría siendo continuar el legado de su suegro. Decepcionado, Kelinkatós partió rumbo a las tierras salvajes a reunirse con su hermano mayor y luchar a su lado para encontrar honra en la guerra. Al ver a su hermano menor, Hékilos lo recibió en su corte con una gran fiesta. Kelinkatós estaba maravillado por la poderosa ciudadela que su hermano había construido, pero se sorprendió al descubrir que allí había varios nativos conviviendo junto a él. Y es que muchos habitantes de aquel lugar se habían unido al gran Hékilos para luchar contra los ítharos, un temible imperio que sometía cruelmente a las tribus vecinas.

KelinkatíaWhere stories live. Discover now