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Capítulo 6

Cosas no muy buenas”

—¡No te pares!— Le dije a Seis. Era la cuarta vez que se lo repetía.

Pese a estar separados, podía sentir como la respiración entre cortada de Seis chocaba contra mis orejas. El palpitar de su corazón se sobreponía sobre el mío, fuerte, casi como si pudiera controlarlo  usando mis pensamientos mientras él se mantenía sujeto a mí.

—¡Ya no puedo seguir!— Gritó.

—¡Pues entonces obligate a hacerlo!— Le gruñí, pero no engañaba a nadie, yo tampoco tenía fuerzas para continuar corriendo, sobretodo teniendo que arrastrarlo de esta forma.

Hace rato que dejamos atrás a las bestias, quizá ya deberíamos dejar de correr, pero era muy probable que los demás también huyeran hacia esta dirección y justo ahora tuviesen a esos animales pisandoles los talones. Necesitábamos poner la mayor distancia entre ellos y nosotros si no queríamos acabar muertos.

Tenía la cara llena de cortes por las ramas que se materializaban delante de mí sin avisar y que surgían detrás de una espesa niebla blanca. El bosque parecía evolucionar y cambiar frente a mis narices con cada medio metro que avanzaba. Los pinos que vi al inicio (los cuales reconocí gracias a mi único recuerdo conciso) se mezclaron hace mucho con una variedad de árboles completamente desconocidos para mí, como los que empezaban a abundar en este momento, que parecían más una estructura formada por ramificaciones y vástagos protuberantes que se entrelazaban y crecían hacia el cielo. La brisa tibia también había sido sustituida por un aire bochornoso y caliente que servía más para hacer de lastre que para cualquier otra cosa.

A pesar de ser menudo, Seis era demasiado ruidoso. Los gatos monstruosos nos habían ignorado, eso era casi un hecho (tal vez porque en comparación al resto ninguno de los dos se veía muy apetitoso). Sin embargo, si esas fieras fallaban en su misión de cazar a los demás, no tardarían en buscarnos y dar con nuestro paradero, ya que Seis estaba empeñado en hacer mucho ruido. Y sí, estábamos corriendo, era algo normal. Pero cuando digo ruido, lo quiero decir en serio, como si andara dando pisotones a propósito y se hubiese propuesto romper cada hoja y ramita que yacía sobre el suelo.

Me frené de golpe y lo miré, soltandolo. Dejé de sentir el sonido de su corazón en mis oídos.

—¿Qué? —Me preguntó, apoyando las manos en sus rodillas para recuperar el aliento.

—Tienes que hacer menos ruido. Olvídate de los gatos, le estás avisando a cualquier otro animal extraño que se encuentre a diez kilómetros a la redonda de nosotros que estamos aquí, indefensos, jugando a ser bocadillos— Le dije. Tenía el corazón tan acelerado que las palabras me salieron a través de suspiros.

Seis se rezagó en el tronco de un grueso árbol. Su cara estaba teñida de rojo y tenía el cabello lleno de hojas y gajos diminutos. También le temblaban las manos.

—¿Estás bien?— Inquirí. Era obvio que no lo estaba.

Él solo levantó una mano con su dedo pulgar hacia arriba y la agitó. Me equivoqué, él no estaba bien, él en realidad se iba a morir. Segundos después Seis terminó devolviendo sobre un motón de hojas toda el agua que bebió durante el día. Pensé en acercarme y hacer algo, como darle palmaditas en el hombro o sobarle la espalda, pero temía terminar expulsando yo también el poco líquido que me mantenía en pie si me acercaba.

Ambos nos quedamos allí para descansar. Logré calmar mi respiración, pero luego, en cuestión de minutos, sentí mi garganta y mi nariz arder. También mi pecho empezó a calentarse, como si estuviera rodeada por algún tipo de fuego invisible y las llamas se me metieran por la boca. Por primera vez deseé tener un poco de agua a la mano en vez de comida.

Dos (EN PAUSA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora