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Capítulo 3

Diecisiete. El Impasse

—¡Lo mataste!— Gritó Seis.

—No. Yo apenas sí lo toqué.

Habían transcurrido quizás diez minutos desde que Diecisiete desapareció y, durante todo ese tiempo, no había parado de mirar la pared frente a mí mientras me afanaba en buscarle una explicación razonable a lo que acababa de pasar.

“Imposible”. Eso fue lo primero que pensé. Pero luego el sentido común me ganó: no tenía idea de que era y que no era normal en esta versión del mundo en la que habíamos despertado. Además, comparado con lo que había sucedido hace, posiblemente, unas horas; la desaparición de Diecisiete parecía más un simple... ¿Truco?

Intenté imaginar como funcionaba toda esta habitación: gigantes puertas hechas de grueso yeso que se desplazaban como si fueran de cristal, luces capaces de cortar el suelo a su paso y que aparecían de la nada, muros que podían ser atravesados... Podría decir que todo cumplía con una función en especifico de algún modo, pero ¿Quién o quiénes eran los responsables de que todo eso pasara? ¿Cómo y para qué lo hacían?

Este lugar contenía más misterios que incluso las personas que estábamos atrapadas dentro de él.

Tuve que contener el impulso de acercarme a la extraña pared, tocarla y ver por mi propia cuenta lo que era capaz de hacer. Una sensación de curiosidad se había apoderado de mí. Ya no me sentía tan asustada o atemorizada, debía de haber una explicación para lo que estaba ocurriendo y solo el hecho de pensar en tratar de descubrirla me devolvía un poquito de confianza al cuerpo.

—Él estaba ahí y tú lo tocaste y de repente...— Decía muy alarmado Seis, quien caminaba de un lado a otro con las manos en la cabeza. Ya parecía estar mejor, se movía con facilidad, como si el susto le hubiera devuelto la capacidad de caminar—. ¡Tú lo mataste! ¡Lo asesinaste!

—¡Ya te dije que no lo maté, mierda! ¡Ni siquiera sé qué pasó!— Le gritó de vuelta Dieciocho.

Por su cara de incredulidad estuve, por un microsegundo, casi segura de que él no tenía nada que ver con que la pared se hubiese tragado a Diecisiete. Si es que así podíamos llamarle a lo que habíamos visto.

—¡Lo mataste!— Le gruñó otra vez Seis.

Dieciocho se giró hacia él y lo enfrentó, con la cara roja y los ojos flamantes por la furia.

—¡Cierra ya el hocico!— Le contestó, comenzando a dar fuertes zancadas con los puños cerrados en dirección al pelirrojo.

Por el rabillo del ojo percibí que Seis se preparaba para devolver cualquier golpe que el contrario quisiera darle. Él era mucho más bajo que nosotros, pero no dejaba de ser algo fornido. También tenía un aspecto más joven que Tres, Diecisiete y Dieciocho. Seis podía tener, como máximo, dieciséis años.

Enganché una de mis manos en la parte trasera de la camisa de Dieciocho y lo tiré hacia atrás.

—Suficiente— Dije, haciendo que ambos se detuvieran en seco.

Dieciocho solo giró su cuello para observarme de soslayo mientras aún seguía a sus espaldas. Tenía las cejas hundidas y parecía estar a punto de escupir la mejor tanda de insultos que se le había cruzado por la cabeza. No entendía de dónde había salido ese impulso de tratar de detenerlo. Era raro, al igual que todo lo demás aquí. Me vibraba la garganta, como si tuviera una corriente de energía que surgía de mi interior tratando de escapar a través de ella.

Dos (EN PAUSA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora