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Capítulo 1

"Dos. El disparador"

Así fue como todo empezó. Cada uno escuchó esas palabras, que parecían provenir de muy lejos, como si hubieran sido pronunciadas a través de un largo y estrecho conducto, haciendo eco con la suficiente potencia en nuestras mentes como para creer que en realidad alguien nos había hablado desde algún lugar remoto de nuestras cabezas.

Debía estar soñando. Sí, de otra forma esto no tendría sentido. Sin embargo, por más que cerrara los ojos hasta el punto de hacerlos lagrimear, al abrirlos, seguía estando de pie en el mismo sitio. Seguía rodeada de los mismos desconocidos. Rodeada de las mismas extrañas paredes.

Algo va mal.

Esa oración apareció como un repiqueteo incesante dentro de mis pensamientos. Sentí como el miedo empezaba a apoderarse de mi cuerpo. De alguna manera todo esto debía ser solo parte de una pesadilla, de seguro estaba bien, en casa, durmiendo sobre mi cama. Pero entonces, cuando intentaba hurgar en mis memorias en busca de esos momentos, no había más que una espesa bruma que se extendía hasta deformar cada cosa que fuera similar.

No habían recuerdos de una casa.

O de una cama.

E incluso, no había una definición exacta de lo que... eran.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos?- Preguntó alguien, aumentado en cada palabra el volumen de su voz.

Era un chico.

Él estaba al lado del chico Tres. Su número: el seis.

Llevaba el mismo atuendo que yo y todos los demás: camiseta de algodón y pantalones blancos holgados. Igualmente, iba desclazado, con el cabello largo y desordenado de color carmín cubriéndole la frente. Miraba a todos lados con angustia, dando vueltas sobre su propio eje. El lenguaje corporal dejaba ver claramente la ansiedad y preocupación.

—¿Quiénes son todos ustedes?— Volvió a hablar Seis.

—¿Quién eres tú?—Soltó otra persona, con un dejo de sarcasmo en su voz.

Esta vez, quien preguntó estaba más lejos. Era el chico que había tratado de decir algo la primera vez. Tenía los brazos cruzados sobre el abdomen, tensos. Su número: el diecisiete.

Ambos chicos hicieron contacto visual. No hubo ninguna respuesta. Al parecer, no era la única que estaba experimentado lo que era tener vacío el cerebro, como si nos los hubieran arrancado y sustituido por el de alguien que no tenía ni la menor idea de qué es qué.

Y de quién es.

Pasaron tal vez unos segundos, o un minuto, para que todos comenzaran a lanzar al aire preguntas sin respuesta.

—¿Quién soy?

—¡¿Qué edad tengo?!

—¿¡Quién nos metió en este lugar?!

—¿Por qué estamos aquí?

—¡¿Por qué tengo un número grabado en el brazo?!

—¡¿Por qué no recuerdo nada?!

Comencé a observar a todos, aturdida. La mayoría tenía la misma expresión de "yo no sé nada" pintada en el rostro. Eso era un problema.

—No entiendo, no entiendo, no entiendo...—Escuché a mi lado. Fue un bajo y tembloroso murmullo. Provenía del chico número tres.

Él se había puesto de pie. Frotaba las yemas de sus dedos, cubiertas por unos guantes de color azul, con rapidez sobre sus ojos. Curiosamente, lo que más me llamó la atención no fue el hecho de que él fuese el único que tuviera una prenda que desencajara por completo con todo lo demás, sino su aspecto. Era muy delgado y alto en comparación a Seis y Diecisiete, su piel era de un tono casi tan blanco como la nieve y su cabello... No sabía con qué relacionarlo, pero su mitad izquierda era de color negro y su mitad derecha, al igual que todo a nuestro alrededor, era de color blanco.

Dos (EN PAUSA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora