Viñeta

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                Con los labios temblorosos intentó pronunciar su nombre. Verlo marcharse parecía una ilusión, un chiste de mal gusto que su cerebro le hacía.

Podría jurarlo ante una corte entera: en serio lo intentó, pero la adrenalina del momento no se lo permitió. Ya no tenía nada que ver con el orgullo, ni con las ganas, ni con sus arrepentimientos. Sólo eran sus músculos contraídos e impotentes que no querían reaccionar y le llevaban a rendirse frente a su desdicha.

Estaba tan jodido ¿En qué momento pensó que valía tanto para jugar así con él?

Dejó su cuerpo caer en medio de la acera, congelándose, perdiéndose en su dolor de cabeza, en sus recuerdos, en su propio desprecio.

Maldito el día en que decidió dejar de ser fiel a sus creencias, el estúpido día que se había dejado llevar de esa manera; cuando sus piernas decidieron moverse en una dirección distinta a su mente. Maldito el día en decidió beber esas cervezas con el pelirrojo. Maldito el día en que todo se fundió con su parte animal, con su ridícula necesidad corporal, con ese ardiente deseo de la compañía de quien sabía, tarde o temprano, le terminaría desgarrando la decencia y quebrantando la moral.

Golpeó con un puño el cemento esperando volver a sentirse vivo en el proceso. Teniendo la lejana esperanza que el dolor físico iluminaría sus sentidos, despertaría su estúpida y adormecida consciencia.

Todo lo que había hecho iba de acuerdo a su estatus, su título. Era lo que merecía Draco Malfoy.

¿No?

Levemente el candor de aquellos besos de Ronald Weasley aparecieron en su mente y comenzó a anhelarlos con la melancolía de años que aún no pasaban. Y los recuerdos arremetieron en su cabeza, como la misma lo había hecho contra el suelo. Dieron vuelta ante sus ojos imágenes que para el resto no significarían nada, pero para él, eran simplemente demasiado. Que habían sido su vida.

Y el aire empezó a hacerle falta. Las imágenes de su fuga con esa otra persona, con ese orgulloso sangre pura le parecieron tan estúpidos, tan insignificantes. El pecho se contrajo agitado; dolía, sólo Merlín sabía cuánto dolía.

Empuñó sus manos con fuerza e intentando, en vano, contener cualquier otra reacción de su cuerpo, pero ese maldito temblequeo no desaparecía. Era el fantasma de las consecuencias. Abogó al respeto propio conteniendo las contracciones faciales que vaticinaban el llanto. Casi parecía que aún había un poco de respeto propio dentro de sí.

Pero luego otra imagen más. El shock del Weasley, la decepción en su semblante.

Y no, no había tal cosa como el respecto. El orgullo se le había ahogado junto con los suspiros de su primer encuentro de pieles. Y luego la ínfima satisfacción que había sentido al creer que recuperaba su poder al estar con otro, no había sido más que un escape sin sentido.

Pero él lo había perdonado. La primera, la segunda y la tercera.

Sus ojos azules se veían tan dolidos, tan cansados.

¿Cuándo volverían sus yemas a rozar? ¿Cuándo volverían sus ojos a buscarse? ¿Cuándo volvería a tocar sus mejillas pecosas?

Apretó los ojos sabiendo la respuesta. Y el aire le faltaba de nuevo, y el frío aumentaba.

La lluvia cayó de pronto, pero poco importó.

Ya no estarían sus sonrisas, ni su cabello rojo, ni su olor en sus sábanas. Ya nada había que esperar.

Sonrió sin ganas. Con una risa tan fría y gris como sus ojos, como el terreno que le contenía.

{Harry Potter} GrisWhere stories live. Discover now