Delirio etílico

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Una amarga media noche, cuando la oscuridad retumbaba en mis oídoscomo serenata de la más infernal sinfonía, contaba mis pasosmientras caminaba de regreso a mi domicilio. Volvía de una fiestaque se desarrollaba cercana a la calle donde vivía. Llevaba conmigouna botella de Brandy, avanzaba y bebía, más un perro quedesprendido de la luz, con la silueta de su cuerpo desvanecido entrelas sombras, se mostraba como mi única compañía. Marchabaperegrinando hacia el desvarío de la memoria. A medida que mealejaba del jolgorio se acrecentaban las formas de figuras deapasionante fantasía; poco a poco, paso a paso, me desprendía de lavida tal cual como la conocía.

Entre la ebriedad sombría y fosca de la penumbra -recuerdo- laimpaciencia que rebosó mi mente cuando en aquel momento, observé unárbol moverse como si fuera un hombre temblando, el suelo abriendosus puertas entre la neblina del espanto y un repicar de aullidosinfernales timbrando, el conteo de mis pasos se convirtió enplegaria y vigilia de una tormenta, la tempestad mojaba mi traje ydespavorido, del susto, cerré los ojos.

Caminando me encontré a través de una vetusta senda, una calleantigua de casas viejas, vía de piedra, similar al lugar donde vivícuando era niño. Al avanzar varios pasos, atónito del asombro,atisbé a lo lejos lo que parecía una evocación del pasado. Unaquinta repleta de flores marchitas por el tiempo -viejas sillastejidas de mimbre y un altar en honor al negro san Benito, al quetanto en mi infancia le tuve miedo- sus paredes grisáceas,descoloridas, era la vieja casa de mi abuela María, cuna de miniñez. Me detuve, era una catástrofe, de la casa se acercaba latempestuosa bravura de un delirio tormentoso ahuyentando el efectoque causaba el alcohol en mi cuerpo, lo etílico se me fue a lacabeza como un dolor apabullante que me desmembró de la razón. Divuelta atrás de regreso al jolgorio -aunque no sabía donde estabacon exactitud- corrí esquivando el agujero que lentamente se abríaentre la tierra, el vaporoso calor que emergía desde el fosoimpregnó mis huesos y me arrebató las vestiduras con un soplo,consternado me desvanecí ante el encuentro de una perturbadora vozque me ordenó detenerme.

Detenido con los ojos más cerrados que antes, supliqué al Diosvivo, el olvidado bajo los escombros de mi ideal. Al abrir los ojosnoté con claridad que ya no estaba en los caminos que llevaban a mihogar, pero tampoco en la antigua callejuela frente a la vieja casade mi abuela. Solté la botella y mire hacia el cielo, me recogí debrazos y sorprendido por lo que veía decidí tirarme sobre el sueloy meditar; sin moverme permanecí varios minutos, volteé la cara yobservé el lugar, mis piernas temblaban solas, casi hablaban; misojos llorosos visualizaban con claridad un barco a las orillas de unrío. Un viejo de cabellos largos y trenzados, con los ojos colorescarlata, vestiduras grisáceas y piel escarchada, se encontrabasobre el arca que esperaba por sus tripulantes. Una larga fila depersonas sin expresión en el rostro y con vestiduras rotas, semantenía frente a la barcaza. Por un momento noté que era imposiblepara mí reír, gritar, llorar con fuerza o al menos pestañear; mispárpados caídos, bajo las sombras de la memoria muerta, fueronencontrados por la mirada fusilante del viejo. El miedo se apoderóde mi cuerpo al ver en su pupila el más profundo de los abismos.Logré levantarme de un salto y sin pensarlo me tiré al río.

La corriente de aquel cauce me arrastró hasta las profundidades demi consciencia. Recuperé toda razón, toda fuerza, y me quedéimpávido y sumergido en profunda meditación. Consideré cada sucesoen el mundo, permanecí sobre la eternidad de la nada, atestigüe laevolución de un ser supremo que emergía desde mí mismo. La luztocó mi cuerpo desde el fondo de las aguas. Pasaron las imágenes dedos mil quinientos siglos, sentí el beso de Buda sobre mi frente, elabrazo de Jesús El Cristo; atestigüé como la muerte nos eleva y lavida es una preparación temprana. Me desvanecí vacilante y fuidueño del tiempo, observé hasta morir la infinita individualidad dela trascendencia.

  Echado sobre el asfalto, cuando el sol se asomaba sobre la orientalrivera, mojado y sin sonrisa, desperté.

Delirio EtílicoWhere stories live. Discover now